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Sobre la democracia

Without-Title-Sigmar-Polke-1981 Rafa Rodríguez

1.     Conquista civilizatoria

La democracia es la mayor conquista política de la humanidad. El paso de los regímenes parlamentarios liberales a los modelos de democracia actual han sido originados por las movilizaciones sociales de los trabajadores y trabajadores a lo largo de los siglo XIX y XX. Esta distinción es fundamental a la hora de reflexionar sobre la democracia, el capitalismo, el Estado – nación y la izquierda porque este paso supone que el Estado se autonomiza del capital, lo que no sucedía en los regímenes liberales, mientras que el imaginario de la izquierda radical (término que utilizo como oposición a la izquierda socialdemócrata) parece que sigue asociando la democracia con lo que Marx decía sobre los regímenes parlamentarios liberales: que eran el estado mayor de la burguesía. Esta falta de comprensión de una parte importante de la izquierda radical que niega o subvalora la democracia ha tenido y tiene consecuencias terribles.

 Para ser capaces de hacer frente a la enorme amenaza que esta crisis de la globalización plantea necesitamos una nueva cultura política producto de la plena democratización de la izquierda radical que incentive al mismo tiempo la asunción por parte de la socialdemocracia de una perspectiva de transformación más allá de la mera gestión del capitalismo. Tsipras y Colbyn representan en la Unión Europea los dos vectores de esta esperada evolución. Pero también necesitamos que la democracia evolucione y se fortalezca proporcionando un mayor protagonismo a la gente y garantizando no solo la libertad individual sino entornos más seguros (el Estado del Bienestar) y contextos más plurales (la democracia territorial) que faciliten la participación política.

 2.     Cultura de valores

No son posible otras estrategia de cambio que no consistan en última instancia en alcanzar la confianza de la mayoría del electorado en las urnas, pero esta razón práctica no es suficiente. Cualquier espacio político en el siglo XXI que quiera hacer frente a la distopia de la crisis del capitalismo global tiene que interiorizar que la democracia es mucho mas que una estructura de representación. Es un sistema de valores para la convivencia en tanto que excluye la violencia como forma de acción política y se basa en la igualdad y la libertad esencial del ser humano por encima de cualquier otra circunstancia. La democracia, como expuso Hannah Arendt, tiene una base epistemológica en la conexión entre política y verdad. Los griegos distinguían dos tipos de conocimiento, la aleteia, la verdad científica, objetiva, y la doxa que era la verdad subjetiva, la opinable. La política requiere una certeza en última instancia opinable porque concilia intereses contrapuestos. Las ideologías que han partido de la conexión entre política y verdad objetiva derivan en totalitarismos.

 3.     Las infraestructuras de la democracia

La democracia está cimentada sobre el espacio público, sobre el Estado en el sentido amplio del término. Cuando más sólido sea este espacio más potente será la democracia. Por el contrario, cuanto más débil sea el espacio público más dificultad tendrá el sistema democrático para actuar en su nombre como un todo (autonomía) frente al capital con el que mantiene una relación conflictiva entre la dependencia mutua (el Estado necesita que la economía funcione y el capital necesita al Estado para reproducirse con éxito) y su propia legitimidad para hacer efectiva la voluntad política de los intereses de la mayoría.

Al mismo tiempo la democracia requiere como soporte económico un equilibrio entre el Estado, el mercado y la sociedad. Un Estado que no sustituya al mercado como un sistema económico de decisiones descentralizadas sino que lo inserte en la realidad institucional, social y ecológica, y un mercado que no se desborde más allá de su dimensión económica para coordinar los intercambios de las mercancías y que por lo tanto ni colonice las relaciones sociales y políticas, ni las actividades económicas que no son mercantilizables como el dinero, el trabajo y la tierra (que no son objetos producidos), desde el paradigma que distingue nítidamente que ni el mercado es el capitalismo ni el capitalismo es el mercado.

4.     Las personas en el centro del poder: la voluntad mayoritaria libremente formada

La raíz de la democracia consiste en poner a las personas en el centro del poder político en tanto que ciudadanos y ciudadanas. Para ello son necesarias dos potestades: a) la isonomía, que es la capacidad para intervenir activamente en el proceso de toma de decisiones y b) la isegoría, entendida como el acceso a la palabra, que en las sociedades modernas incorpora también el derecho a una información veraz. La detentación material de estas dos potestades como derechos políticos de los ciudadanos y ciudadanas permite que puedan ejercer colectivamente el poder político al elegir, controlar y cambiar a los representantes que están en el poder, según unas reglas.

El sufragio universal (periódico con garantía de libertad e información veraz y voto secreto, igual y directo) se constituye en el centro del sistema porque es el mecanismo político de agregación de las voluntades individuales que convierte a la voluntad mayoritaria popular en poder público legítimo (entendida éste como la percepción mayoritaria de que los titulares del poder constituido son justos titulares de tal posición más allá de las discrepancias sobre sus actuaciones particulares) a través de la confrontación política mediante reglas comunes en espacios de libertad que sustituyen cualquier tipo de violencia por una pugna discursiva que tiene como árbitro inapelable la expresión mayoritaria y libre de los electores.

 Los espacios materiales de libertad para que la ciudadanía pueda generar hegemonía social de forma autónoma con respecto al poder económico y al poder político del gobierno del momento deben contener en todo caso:

  1. Un marco jurídico de libertades efectivas, constitucionalmente garantizados.
  2. Libertad de organizaciones intermedias entre las personas y el poder político.
  3. La neutralidad de las administraciones en la creación de la opinión pública.
  4. Una sociedad aceptablemente secularizada.
  5. Un fluido mínimo de información objetiva y veraz.
  6. Cierta igualdad de oportunidades entre las distintas organizaciones que optan al poder político.
  7. Formas de participación directa de los ciudadanos.

5.     Las reglas: el estado de derecho

La democracia requiere de unas formas mínimas articuladas en torno al principio de legalidad que se deriva del Estado de derecho para garantizar la igualdad, la universalidad de las leyes y la jerarquía normativa.

6.     Las garantías constitucionales: la autolimitación

La constitución es una construcción jurídica que permite el equilibrio entre la voluntad mayoritaria representada en la asamblea legislativa y sus límites: la garantía de los derechos (para las minorías) y la separación vertical efectiva de poderes que evita la concentración del poder en un solo núcleo aunque se articulen mecanismos de interdependencia entre el ejecutivo y el legislativo. La lógica de la división de poderes incide sobre una concepción de la naturaleza del poder. El poder es consustancialmente expansivo y es necesario segmentarlo para que no sea opresivo. La conexión entre el principio de legitimación del consentimiento sobre la elección de los representantes, el principio de división de poderes y el estatuto de derechos y libertades de los ciudadanos y sus grupos confluyen en el concepto de Constitución como elemento definidor de la democracia: las democracias constitucionales.

 7.     El Estado del Bienestar como requisito material de la democracia

La lucha por la democracia es inseparable de la lucha por las conquistas sociales que alcanzan coherencia como sistema en el Estado Social o Estado del Bienestar. El Estado del Bienestar tiene tres vectores imprescindible, por un lado fundamenta su piedra angular en el empleo, las prestaciones por desempleo y en las pensiones públicas, es decir en la garantía de una renta ciudadana del trabajo o sustitutiva de la del trabajo, que permita atender a las necesidades vitales, y en los derechos laborales que son imprescindibles para defender a los trabajadores y trabajadoras frente al empresario que ocupar una posición de dominio en la relación laboral, entendiendo a ésta como una relación no mercantil. Por otro, en las prestaciones universales de enseñanza, salud y para necesidades extraordinarias como la dependencia.

Para ello la democracia necesita un sistema fiscal que permita la autonomía del Estado y la capacidad para hacer efectivo un marco de seguridad vital y de igualdad básica, lo que implica las siguientes características:

  1. La capacidad de imposición fiscal efectiva todas las bases imposibles del sistema.
  2. Una deuda pública que, en todo caso, permita que sean los electores los que manden y no los acreedores.
  3. Un sistema de ingresos suficiente (lo que implica una presión fiscal entre el 30% y el 50% del PIB, en términos generales) progresivo, y equitativo entre las rentas del capital y del trabajo.
  4. Un sistema de gastos públicos que asegure los derechos básicos y permita cumplir los objetivos del Estado del Bienestar.
  5. Una distribución territorial de ingresos y gastos que garantice la autonomía de los comunidades nacionales, regiones y ciudades así como la solidaridad y cohesión y territorial entre ellas. La interconexión entre estos tres vectores ofrece un marco de seguridad vital y de igualdad básica que permite un umbral básico para la movilidad social, el bienestar colectivo y niveles culturales que constituyen el requisito material de la democracia porque garantizan las condiciones mínimas para la participación política de los ciudadanos y ciudadanas. De este modo democracia y Estado del Bienestar se convierte en fines y medios entre sí: queremos la democracia para las conquistas sociales y las conquistas sociales para hacer realidad la democracia.

8.     La democracia territorial

La democracia se construye en los límites territoriales del Estado que tradicionalmente se identifica con la nación, expresión política de un pueblo soberano en un territorio, aunque fácticamente suele ser el Estado el que redefine al pueblo.

Las poblaciones en un territorio, a lo largo del tiempo del tiempo, pueden generar culturas colectivas que, en determinadas coyunturas, incentiven movimientos políticos que reivindiquen la autonomía territorial dentro de un Estado, poniendo de manifiesto la plurinacionalidad del mismo. La democracia territorial expresa la voluntad mayoritaria de los residentes en un territorio de dotarse de representación política con capacidad de producir leyes como expresión política de la afinidad cultural que proporciona un imaginario de proximidad y por lo tanto de similitud entre representantes y representados, (el propio término de representación – desde una perspectiva sociológica – alude al acto de plasmar semejanzas, como se ha puesto de relieve en repetidas ocasiones) lo que proporciona mayor solidez democrática ya que la comunidad nacional se asienta, además de sobre relaciones jurídicas y económicas, sobre relaciones culturales comunitarias.

Cuando un Estado se federaliza gana en calidad democrática al añadir a la división vertical del poder una división horizontal formada por otros ámbitos de participación política al más alto nivel que proporcionan cercanía social y proximidad ante la problemática política, añadiendo un plus de legitimidad.

Tal como afirma Ramón Máiz “el individuo singular se inscribe ahora en el seno “del contexto de decisión” que su nacionalidad específica le proporciona. Este contexto de cultura compartida, de voluntad política de convivencia y proyecto común, favorece la confianza, la participación y la autonomía del ciudadano y constituye una dimensión central de la ciudadanía compleja propia de los Estados multinacionales”

 9.     Participación: representación y democracia directa

Todas las democracias en las sociedades actuales son democracias representativas por ser el sistema más eficaz para a) proporcionar coherencia en el ejercicio del poder legislativo y ejecutivo a la agregación de las voluntades individuales; b) personificar de la responsabilidad jurídica y política por las decisiones y c) capacidad para gestionar la complejidad técnica de los asuntos públicos.

Sin embargo, la democracia representativa sufre una crisis de legitimidad al igual que otros sistemas de mediación (el sindical, por ejemplo) por las dificultades que tienen los Estados democráticos para hacer valer la voluntad popular en esta crisis de la globalización, lo que hace aún más intolerables las tendencias oligárquicas de los representantes (que generan incentivos para que el pueblo se desentienda de la cosa pública y dejar la administración en manos de una clase de políticos profesionales) cuando además no producen buenos resultados.

Los sistemas representativos necesitan mecanismos de democracia directa para el contrapesar esta tendencia oligárquica, por lo que es necesario evolucionar hacia un nuevo modelo de democracia: la democracia participativa, que potencie lo mejor de la democracia representativa y directa sin intentar anularse mutuamente. Como dice Ferrajoli “.. todo intento de exorcizar cualquiera de las dos formas de democracia en nombre de la otra, además de vano, es fuente de salidas autoritarias: el desagrado antes las experiencias de democracia directa que toman forma en los conflictos y en las dinámicas sociales es en realidad desagrado ante esos mismos conflictos y dinámicas y evidencia el sueño regresivo de un sistema político autoritario, fundado y centrado en si mismo; el desagrado ante las formas de la democracia representativa equivale en realidad al desprecio por las garantías jurídicas y expresa la utopía, a su vez regresiva, de un sistema social autorregulado y autodisciplinado”.