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UNA INTERPRETACIÓN INCÓMODA

¿Qué puede decir un ecologista de la crisis económica?

Nadie cuestiona ya que estamos viviendo la crisis económica más importante de las últimas décadas, hasta el punto de retroceder a 1929 para encontrar precedentes. Probablemente éste sea ahora mismo el único elemento de consenso: la gravedad de la crisis. Sin embargo, los movimientos que se están haciendo desde las academias y desde los principales gobiernos tratan de establecer una interpretación “conveniente” de lo que sucede, para justificar que la salida que debe tomarse es… “hacer lo de siempre, pero mejor”. Perturbador.

En este artículo pretende aguar la fiesta. Lo siento, cuando las situaciones son complejas y hay un alto grado de incertidumbre es útil que alguien haga ese papel. Porque los veinte que se han sentado en Washington el 15 de noviembre tienen más interés en parecer que resuelven algo que en hacerlo. Porque gran parte de la academia económica, derrotada por la realidad, pretende tomar ahora la revancha. Y eso no será bueno para la gente, para el medio ambiente, para nuestro futuro común. ¿Que el aguafiestas es un cínico o un amargado? Soy sociólogo, por lo que no estoy demasiado interesado por la psicología del aguafiestas, sino por su papel en la sociedad: romper por la ilusión, recordar que la fiesta es un paréntesis espacial y temporal; que detrás de la ventana, y cuando llegue la hora de cierre, el mundo sigue (y seguirá) estando allí. Para bien, y para mal.

Además, esto lo quiero hacer sin perder la perspectiva de mi tiempo y de mi lugar, desde Andalucía. Porque un mal indicador es un conjunto de tragedias personales, y los números rojos llenan Andalucía, mientras desde el gobierno y sectores importantes de la sociedad andaluza se llama desesperadamente para que nos dejen volver a la fiesta. Y la fiesta ha terminado, aunque los que no pasarían un test de alcoholemia sigan bailando.
INTRODUCCIÓN: EL ATAQUE DE LOS NINJA

En los ochenta se vivió una paranoia: ¡que vienen los japoneses! Tras décadas de milagro económico, empresas como como Sony desembarcaron en Occidente (EEUU sobre todo) comprando importantes empresas. Era la nueva versión del “peligro amarillo” (ahora vamos por la cuarta, al menos, en la nueva China). Pero los “ninja” del título no son orientales. Son los que la visión convenida de la crisis quiere presentar como culpables de la crisis.

Según la visión conveniente de la crisis, el proceso se puede resumir como sigue: el abaratamiento del dinero hizo atractivos nuevos tipos de préstamos, en particular las hipotecas “subprime”. Estas hipotecas eran las que se concedían a los “ninjas”: a los “no income/job/assets” (personas sin ingresos, sin empleo, sin activos). Sobre estas hipotecas se crearon una serie de activos, que las entidades financieras estadounidenses vendieron por todo el mundo, que enmascaraban el riesgo al mezclar estas hipotecas con otras más fundadas: estos son los activos tóxicos. El contagio global fue posible por la falta de regulación de los mercados, y el desplome financiero se ha contagiado a su vez a la economía real, abriéndose las puertas a una recesión global.

¿Cómo se pudieron conceder esas hipotecas, y generar esos activos? “Era una tentación… el dinero estaba tan barato, y podíamos hacer tantos beneficios…”. La respuesta es la de otro de los “culpables” según la versión conveniente de la crisis: el avaricioso. “No es culpa mía, es que me han dibujado así”, se justificaba en Roger Rabbit la femme fatale animada involucrada en una serie de crímenes.

Esta interpretación de la crisis es convenientemente tranquilizadora: el sistema está enfermo, por culpa de unos tóxicos que se han contagiado por el sistema. Y no busquemos culpables, porque finalmente, la culpa es de nuestra avaricia natural: la culpa es genética. Las metáforas no son inocentes: el relato que se pretende construir es el de la enfermedad. Si la crisis es una enfermedad, significa que el organismo es sano (viable), sólo circunstancialmente está enfermo. La crisis no es estructural, sino coyuntural, quizás más grave que la gripe normal, quizás complicada hasta hacerse una neumonía… pero una enfermedad al final. La solución pasa por restablecer la situación anterior, corrigiendo algunos elementos. En particular, desinfectar el sistema financero haciéndose cargo de los activos tóxicos el sector público (la deuda de los ciudadanos, vamos), mejorar algunos controles… y esperar a la próxima, porque la avaricia no se puede erradicar. Por cierto, que no es terminal: a fin de cuentas, en 1929 los inversores se tiraban por las ventanas de los rascacielos… y aquí estamos (y los inversores ahora se tiran, pero a la piscina del spa, así que no será tan grave).

Esta visión es conveniente para quien es beneficiado por el status quo. Y también para el moralismo anticapitalista. La reacción “neocomunista” comparte diagnóstico, y cambia terapia: en lugar de desinfectar, se trata de cambiar el sistema inmunológico, sería como conectar al paciente a una máquina, que haga todas sus funciones. “El problema de fondo es la avaricia, erradiquémosla en un sistema planificado que sustituya al mercado y a los capitalistas por el Estado y los funcionarios”, dirían. En lo que sí tienen razón es que nadie iría a spas en una crisis: la vieja nomenklatura soviética prefería los balnearios.

No es ésta la visión de la crisis que creo adecuada. Desde la ecología política, podemos aportar otra visión. A eso dedico los siguientes apartados.
¿PUEDEN LOS COYOTES CAMINAR POR EL AIRE?

¡Por supuesto! Cualquiera que haya visto las aventuras del Correcaminos, sabe que el Coyote corría por el aire cuando se pasaba de frenada en un precipicio, y podía seguir así con una condición: no mirar abajo. ¡Era entonces cuando caía! Siempre tuve más simpatía por el Coyote, y saqué dos conclusiones. Primero, ante la duda, no mirar abajo (con lo que mis tropiezos infantiles eran una constante); segundo, no confiar jamás en la marca ACME.

Nuestra economía se parece a estas historias del Coyote y el Correcaminos. Porque puede crecer y crecer hasta que a alguien se le ocurre mirar el suelo. Esto tiene que ver con un importante cambio realizado en la ciencia económica: ¿qué debe estudiar la economía?

Los orígenes de la economía han de buscarse en una pregunta secular: ¿cuánto valen las cosas? El valor, la búsqueda del valor, orientó a todos los que constituyeron la economía como una ciencia. El precio justo, los metales preciosos, la propiedad, la tierra, la utilidad, los rendimientos relativos, el trabajo… Se buscaban los fundamentos del valor, y se buscaban algunos elementos convencionales, que facilitaran los intercambios. La base de la economía era un valor (para Marx, el trabajo; para los fisiócratas, la tierra), y el intercambio era con un dinero convencional: podía ser oro o papel sellado, pero “representaba” un valor.

Sin embargo, los denominados como neoclásicos dieron una vuelta al argumento: el objeto de la economía no es el valor, sino el intercambio. Luego el valor no es más que el precio al que el intercambio es posible (alguien está dispuesto a vender, y alguien a comprar). Cientos, miles de tratados de economía realizados durante siglos fueron descartados por las dos líneas en que se puede expresar este resultado, el teorema de la preferencia revelada. “Las cosas valen lo que están dispuesto a cobrar/recibir dos agentes en un mercado libre”. La base de la economía pasa así del valor al intercambio; y el dinero, como medio de intercambio, deja de ser convencional para ser una ilusión. El intercambio ya no es el traspaso acordado de dos valores preexistentes, sino que el valor no es otra cosa que el intercambio.

Volviendo a la historia del Coyote, la ilusión no es irreal. O en otros términos, la ilusión puede tener efectos, cuando es tenida por real. Así le ocurría al Coyote. El problema viene cuando miras al suelo y se desvanece la ilusión. ¡Una vez rota, no puede restaurarse! Esa es la diferencia entre la ilusión y la convención. Da igual que acordemos cruzar en rojo, en verde o cuando suene un silbato. Lo importante es que acordemos que el “valor” de ese símbolo es “cruzar” o “parar”. Así, no tenemos demasiados problemas para acostumbrarnos a conducir por la izquierda cuando viajamos a Ingleterra. Por el contrario, la ilusión de los Reyes Magos no se puede restaurar por un nuevo acuerdo entre los niños y sus padres, porque para “creer” no basta con “querer”. Es en ese sentido en el que podemos decir que nuestro sistema financiero es ilusorio, no convencional, porque no representa valores, sino que el valor es el intercambio mismo. Una tautología, un proceso recursivo, un sistema que no puede hacer otra cosa que generar burbujas, siendo el problema no tanto si es o no una burbuja, sino cúanto se ha hinchado.

Por eso, el problema de la crisis económica no es que los Ninjas no puedan pagar sus hipotecas, o que los bancos tengan como activos títulos que en un porcentaje mayor o menor no podrán realizarse. El problema es que el sistema financiero se basa en una ilusión. ¿Qué vale la casa por la que me he hipotecado? Lo que alguien quiera pagar por ella. Ni más ni menos: no importa el coste de producción, la utilidad que genere… lo que valga en el mercado, como dijo el vicepresidente Rato en 2003 para desmentir que existiese un problema de vivienda en España.

En definitiva, a la ciencia económica le corresponde establecer hipótesis sobre lo que sucede, definir modelos que permitan orientarnos, y contrastar éstos en aquellas. La hipótesis de la explicación conveniente es que la crisis financiera se produce porque han entrado en juego más valores muy inseguros de los que se pensaba. La hipótesis alternativa que aquí se mantiene es que la crisis se debe a que casi todos los valores son más inseguros de lo que se pensaba. Y la ilusión estalló al asomarse la perspectiva de una recesión económica provocada por un “shock” externo: la subida de los precios de las materias primas. Pero esto lo veremos en el próximo apartado.

En todo caso, lo relevante es que conforme al primer modelo, basta con extraer los activos “tóxicos” del enfermo y esperar a que se restablezca la “confianza” (que es la forma conveniente de decir ilusión). Y la recesión económica, que produce esta retención de crédito general del sistema, sólo se podrá resolver cuando los bancos den crédito (por eso los estados les regalan dinero público). Es decir: el programa es restablecer la ilusión, que el Coyote vuelva a creer que puede seguir corriendo sobre el aire. El problema es que ya sabe que lo que le sostenía no era firme, sino sólo aire.

Evidentemente, este asunto es mucho más complejo de lo que aquí se expresa; la cuestión del valor y la importancia académica de los neoclásicos no se puede resolver en unos párrafos. Y el hecho es que la búsqueda de “valores objetivos” resultó infructuosa, que la distinción de valor de uso y valor de intercambio de Marx sirvió no para restaurar el convencionalismo desde la ilusión neoclásica, sino que lo que fundamentó fue la arbitrariedad económica (como cualquiera podía comprobar en las economías soviéticas). Pero que el enfoque de los valores sea complejo, y que no alcance nunca una solución óptima, no significa que lo mejor sea tirar todo por la borda y confiar en el ilusionismo de mercado. O en la arbitrariedad soviética.

Lo que pretendo de esta reflexión es aportar cuatro ideas: primero, para retomar el objeto de la economía, que es el valor, no el intercambio, y retomar la tradición de la economía saltando el último siglo. Segundo, que los avances en las técnicas de tratamiento de la información nos permiten analizar mejor qué valores se pueden inferir del comportamiento de los mercados, y no aceptarlos como vengan, regulando los mercados para considerar mejor dichos valores. Tercero, que sería menos arriesgado que los medios de intercambio (el dinero, y muchos de los títulos financieros) sean convencionales (representen un valor, aunque cierto margen de ilusión sea inevitable) y no directamente ilusorios. Y por último, lo que ahora nos ocupa: que la hipótesis de la crisis financiera como consecuencia de los activos tóxicos es, sencillamente, absurda: porque en ese sentido, todo producto financiero es tóxico, y lo que interesa es por qué se desvela la ilusión. Por qué mira al suelo el Coyote.
E=MC2

Tres letras y un número que han cambiado el mundo. La física dio un cambio radical con las teorías de Einstein, en lo que supuso un cambio, una revolución, con tantas consecuencias científicas como la revolución copernicana, pero con un impacto social quizás más silencioso, quizás menos reconocido, pero importantísimo. El problema de la ciencia económica de la explicación conveniente de la crisis es que sigue anclada en la física mecánica; el Einstein de la economía aún no ha formulado una teoría equivalente.

La fórmula nos trae a colación dos aspectos que suelen dejarse al margen en los debates económicos. Materia y velocidad.

Veíamos en el apartado anterior que la economía tiene un gran componente especulativo, en el sentido de que el valor, al final, es el intercambio, lo que sirve más para crear ilusiones que para fundamentar convenciones. Y lo primero que se ignora es que la economía también es materia.

La mayor parte de los procesos económicos implican procesos materiales: uso de recursos naturales, fabricación, consumo… incluso algo tan vaporoso como Internet necesita de minerales para poder disponer de la infraestructura de las comunicaciones (satéliles, cables, servidores, terminales…). Servicios como el turismo tampoco son precisamente inmateriales: toneladas de combustible para el desplazamiento, toneladas de minerales para aviones, trenes y coches; ladrillos y cemento para hoteles, agua para césped y piscinas… La economía es cualquier cosa menos inmaterial. A pesar de que reduzcamos todo al final a flujos monetarios (que por cierto, al final son monedas y billetes, o apuntes en ordenadores).

¿Qué quiere decir que los procesos sean materiales? Pues que la termodinámica, un poco antes que la física cuántica, establecía dos leyes, que impiden que la materia “crezca” o “aparezca” de la nada, y que el sentido de las cosas es de más orden a menos orden: que es más fácil hacer una tortilla de un huevo que reconstruir el huevo a partir de la tortilla. Para lo primero basta con algunas calorías. Lo segundo no hay instituto biotecnológico que lo logre. En resumen: que en un mundo material hay límites. Y la economía se desarrolla en un mundo material, como veíamos. De hecho, cada vez más material, pese a las tesis de la “desmaterialización de la economía”.

La cuestión no es por tanto si hay límites o no. Los hay. Lo que nos preguntamos es dónde están. Y aquí es donde las ciencias de la naturaleza nos pueden echar una mano. El incesante crecimiento de la economía mundial, de la población humana, de nuestras necesidades energéticas, la globalización

de un modelo intensivo en el uso del suelo y la energía, altamente dependiente de recursos no renovables, como los combustibles fósiles, nos ha hecho tocar los límites del planeta. Institutos como el Worldwatch, o la fundación WWF estiman que es bastante probable que hayamos tocado techo, incluso que desde mediados de los ochenta vivamos por encima de nuestras posibilidades, y que los consumos crecientes se sostienen sólo porque estamos consumiendo el capital natural, y desequilibrando los grandes sistemas globales. Como el que regula el clima.

Desde un punto de vista de mercados, ¿cómo se notaría que se tocan los límites? Pues con ofertas rígidas, esto es, no pudiéndose poner en el mercado más recursos. Si no se recorta la demanda, sino que ésta sigue creciendo, la ciencia económica nos dice que los precios subirán… que es lo que han hecho metales industriales, petróleo y alimentos básicos en los últimos años.

En el apartado anterior nos preguntamos por qué el Coyote de la economía mundial miró al suelo (y se condenó así a caer irremediablemente); la explicación conveniente es que “descubrimos” los activos tóxicos. La hipótesis alternativa es que asomó las orejas una recesión provocada por estos límites. Un shock “de los clásicos”. Avancemos un poco más.

El origen de la crisis actual se ha situado en las hipotecas “subprime” (las de los ninjas). Pero se dieron estos créditos por dos motivos: uno, el dinero estaba muy barato (los tipos de interés oficiales eran muy bajos, incluso negativos en términos reales); dos, los activos a comprar (las casas, vamos) se revalorizaban porque la economía creaba mucho empleo. ¿Empleo sin inflación? ¿Es la confirmación definitiva de los neoliberales? ¿La eficiencia de los mercados ha alcanzado tal nivel que se puede conseguir la cuadratura del círculo? El crecimiento frío (crecer todo el mundo como nunca sin tensiones inflacionistas) es casi tan mítico como la fusión nuclear fría… ¡y se había conseguido!

En realidad, quizás fue apresurado declararlo. La inflación no ha subido porque las materias primas han sido muy baratas, y porque los costes laborales han bajado en términos reales e incluso nominales: la deslocalización (producir ahora en China, por ejemplo) ha tirado de los precios hacia abajo. Por eso podía aumentar la oferta monetaria (otra forma de decir que los tipos se podían bajar). Lo cual daba impulso al crecimiento económico: la rentabilidad es más fácil de obtener, porque los créditos y los factores de producción cuestan menos. Así de simple. Hasta que tocamos con los dichosos límites. Entonces subió el petróleo hasta multiplicar por cuatro o cinco los precios en apenas dos años; también los cereales (por factores coyunturales, pero sobre todo porque ya no hay más agua útil para regadíos en amplias zonas agrícolas del planeta), y también los minerales. Si se encarecen los insumos, termina subiendo la inflación; para evitar esto hay que subir los tipos de interés, con lo que baja la rentabilidad general de las inversiones… y por tanto, el empleo, el crecimiento económico… lo que llamamos entrar en una crisis económica.

La explicación conveniente se empezó a sacar excusas de la manga para dar cuenta de estos factores: que si el petróleo estaba siendo fruto de especulación (cuando parece más fácil justificarlo por el comportamiento de un mercado de oferta rígida, es decir, donde ya no se puede producir más, con una demanda creciente: pequeñas variaciones de la demanda al alza se traducen en espectaculares crecimiento del precio), que si los biocombustibles estaban tirando del precio de los cereales (¿ya no se produce biodiesel? Los precios han bajado porque se han resuelto algunos problemas coyunturales y porque las expectativas de consumo en los mercados emergentes se han moderado)… Mientras tanto, el oro sigue subiendo y el dólar, la moneda reserva por excelencia, ha roto la tendencia a la baja y ahora sube, precisamente cuando su sistema financiero y sus tipos de interés se hunden… La “especulación” sigue existiendo: ¿por qué no compra ya petróleo o cereales? Se puede decir que hay una conspiración mundial… o quizás que los precios de esas materias primas no fueron objeto de especulación, sino del funcionamiento “normal” del mercado. Lo que la explicación conveniente no podía tomar ni siquiera en consideración que haya límites materiales.

La hipótesis que aquí se mantiene es la contraria a la de la explicación conveniente. Para ésta, la crisis económica se deriva de la crisis financiera. La hipótesis que aquí se propone es que fue la amenaza de una crisis económica, inducida por el necesario incremento de los tipos de interés para parar el shock inflacionario por las materias primas, lo que paró la máquina de hacer activos financieros para recuperar algo de liquidez. Y como sabemos, cuando muchos inversores intentan recuperar su inversión al mismo tiempo… hunden al sistema.

Como sucedía en el caso anterior, las consecuencias de una interpretación u otra son muy distintas. Así, la hipótesis conveniente lleva a bajar más los tipos, mantener artificialmente la demanda y salir cuando se pueda. De ser cierta la hipótesis aquí mantenida, al salir de la crisis financiera entraríamos en otra crisis económica provocada por las consecuencias económicas de los límites del planeta. Y aquí no nos sirve la ingeniería ni la ilusión financieras.

Volviendo a la fórmula de marras, para Einstein energía y masa están interrelacionadas, son como dos “estados” o “fases” de una misma realidad. Pero hay otro concepto importante: la velocidad.

¿Qué es la velocidad? No es otra cosa que la relación entre el espacio y el tiempo, es una variable que “une” las cuatro dimensiones. Esa es una de las conclusiones de la teoría de la relatividad: que no hay “espacio” y “tiempo”, sino “espacio-tiempo”.

La economía ecológica viene a decir algo parecido. Lo importante no es cuántas reservas hay de un recurso, o cuánto CO2 emitimos a la atmósfera: lo importante son las tasas las que puede explotarse un recurso, o realizarse un impacto sin deteriorar el entorno. Para muchos economistas, es lo mismo decir que hay reservas de petróleo para 100 años a la tasa actual que hay reservas para 50 años al doble de la tasa actual de extracción. Pero sabemos que no es así. Sabemos que las tasas de explotación tienen un tope, un “pico”, y la mayoría de los informes técnicos señalan que estamos cerca de alcanzarlo en el caso del petróleo. ¿Que tenemos para 200 años más? ¿Qué más da, si la economía mundial requiere un suministro que crezca un 3% al año durante décadas, y la oferta no puede crecer? Y a la inversa con los residuos, como sucede con las emisiones de CO2 que están provocando el cambio climático.

La sostenibilidad es a la economía lo que la teoría de la relatividad a la física. Los de la hipótesis conveniente no quieren ni oír hablar de Einstein. Pero veamos un problema más específico del tiempo.
EL PAVO FELIZ VA… ¡A LA CAZUELA!

¿Cuál es el día más feliz de un pavo en Estados Unidos? Pues la víspera del día de Acción de Gracias. Porque tienen la experiencia de que, tras 364 sin ver a ningún congénere convertirse en cena de la familia Smith, cree que el peligro ya ha pasado por completo… Nuestra economía es como ese pavo. Porque tiene una visión del tiempo tan parcial (o tan surrealista) como la del pavo. Veamos qué papel desempeña el concepto del tiempo en la actual crisis.

¿Por qué han crecido tanto las economías financieras? Según la explicación conveniente, por la desregulación: los Estados han dejado de controlar los procesos económicos, lo que han aprovechado unos desaprensivos especuladores para generar activos de todo tipo, en especial, los “tóxicos”. Según hipótesis alternativas, porque a la economía no le gusta el paso del tiempo.

¿Qué es un activo? ¿Qué vale la acción de una empresa? ¿Qué toma en consideración el inversor? Un activo financiero no es otra cosa que un flujo de renta “anticipado” en el tiempo: si algo (una acción, un bono, lo que sea) me da derecho a cobrar 10 € al año… ¿Por cuánto estoy dispuesto a cambiarlo ahora? Depende de cuánto valoremos nuestro tiempo. Si no le damos mucha importancia al futuro (vivimos sin pensar en mañana), quizás lo vendamos por 50 €. Si valoramos más el futuro, lo subiremos a 100, o a 200 €. El problema es que no queremos en general hacer demasiadas preguntas sobre ese futuro.

Como el pavo, creemos que el futuro sólo puede ser mejor. Por eso, le damos más valor a consumir hoy que a hacerlo mañana. Pero no nos limitamos a esto: no sólo aplicamos esos “tipos de descuento” premiando al presente frente al futuro, sino que convertimos en “activos” (en tiempo anticipado) rentas que realmente no lo son. Una empresa que construye viviendas no puede construir 10.000 viviendas indefinidamente, pues hay un momento en que se dejan de hacer viviendas… pero no importa demasiado: teoremas económicos, tan elegantes y simples (a la vez que equivocados) como el de la preferencia revelada vista anteriormente, nos llevan a la conclusión que da un poco igual a qué se dedique la empresa, porque en el largo tiempo puede adaptarse hasta saltar al sector de moda en el momento… pero no es así. Porque puede haber (como ha sucedido en España y en Andalucía) crisis sectoriales repentinas, como la del sector de la construcción. ¿Qué sucede entonces? Pues que hay más activos sin el valor que dicen tener. Lo que nos lleva a más graves problemas, como veremos.

Volviendo al caso del pavo, ¿cuánto pagaría el pavo por escaparse la víspera del día de acción de gracias? ¿Y por un suplemento de lombrices que sumar al grano de diario a partir de ese día? Si supiera la verdad, pagaría mucho más por lo primero que por lo segundo; si no supiera nada, pagaría más por lo segundo (¿por qué querría irse?). Aunque esas lombrices nunca llegarán. La incertidumbre sobre el futuro es inevitable; actuar como si el futuro fuese siempre para mejor es ser como el pavo feliz de camino a la cazuela.

Decíamos antes que el dinero es una ilusión, no una convención, para la economía de los neoclásicos. No en vano son idealistas (los ecologistas somos materialistas): para ellos, el dinero “sustituye” a la realidad. No la “representa” (como sucede con la convención), lo que tiene una importante consecuencia en lo que nos ocupa. Si las crecientes masas de dinero que se han movilizado durante años y años con tipos de interés reales negativos… ¿dónde han ido? Si el dinero fuese convencional, habría ido a inflación. Tendríamos más dinero, pero podríamos adquirir las mismas cosas: la riqueza global permanecería siendo la representada por los valores “externos” al intercambio. Pero cuando el dinero es ilusorio (ese es nuestro caso) se ha ido a cada vez más activos financieros. Es decir: cada vez más futuro convertido en presente. Y como no queremos ver un futuro negativo (somos como los pavos: optimistas imprudentes), hemos convertido en activos bienes que no vamos a disfrutar. Como las lombrices.

Es decir: el problema de una crisis financiera global no es sólo el de los ninjas, ni el de la ilusión del coyote. Es también que hemos mezclado bienes y males; y aunque tenemos bastante certeza de que el sol seguirá brillando durante unos cuantos millones de años, y que el petróleo se agota, como valoramos mucho más el presente que el futuro, y somos optimistas irracionales, el valor de activos de un caso y otro serán prácticamente equivalentes. ¿Irracional? No, si piensas como un pavo.

El resultado de este erróneo concepto del tiempo lleva a que haya más activos inútiles. Y la suma de los activos en todo el mundo… ¡Multiplica la renta mundial en varias veces! ¿Qué pasa si de pronto nos damos cuenta que somos pavos y hemos invertido prácticamente todos nuestros recursos en futuros de lombrices? Pues que no hay dinero suficiente en el mundo para saldar la deuda, y la riqueza (ilusoria, no irreal, no convencional) se desvanece. Es un caso extremo, pero por eso la reforma de la economía financiera es imprescindible: porque es más “real” que la que algunos llaman “economía real”, que en realidad es “convencional”.

La hipótesis conveniente dice que los activos invalidados son los “tóxicos”, y que el mercado financiero sólo necesita más regulación (control), para evitar los engaños. La hipótesis alternativa que aquí se sostiene dice que el optimismo irresponsable lleva a que la economía financiera se coma a la real, y que la palabra clave no es regular para controlar, sino introducir el riesgo en la valoración de activos. Algunos dirán que lo mejor sería eliminar la economía financiera. Desde una perspectiva ecologista es un error: la economía financiera es la que introduce el futuro en las decisiones presentes. Si las tasas de descuento se calculan asumiendo la creciente esperanza de vida, las generaciones futuras y la evitación de riesgos, valoraremos hoy más las decisiones que “crean” futuro frente a las que lo “consumen” o ignoran. El problema está en que tengamos la idea del futuro que tiene el pavo yanqui la víspera de acción de gracias.

Desgraciadamente, los Estados se han conjurado para seguir manteniendo la ilusión, y están ayudando a los activos “fiables”, proponen “controlar” más… y ni una palabra de que los activos deben valorarse en función de los escenarios de riesgo. Y la cuestión es que si se logran salvar la mayor parte de la cotización actual de los activos, será a costa de un peor futuro: más deuda pública, y más futuro adelantado del optimismo irresponsable, no del riesgo más que probable. Pero, ¿tan altos son los riesgos?
EL VALS DE LAS MARIPOSAS

Probablemente se trate de una de las canciones (y de las interpretaciones) más horteras de la música española. Pero a veces lo hortera resulta “cool”: sucede porque es muy excepcional (además de muy propiamente hortera). Confieso que esos son mis sentimientos ante este tema. Y algo así sucede con las mariposas en el mundo real.

Se repite insistentemente la idea del efecto mariposa: en sistemas muy complejos (como el mundo real), y en ciertas condiciones, pequeñas variaciones, casi imperceptibles en las condiciones iniciales pueden provocar variaciones masivas en el estado final: el aleteo de una mariposa en Asia puede provocar la nada más absoluta o un huracán en el golfo de México. ¿Pero qué sucede cuando el mundo está lleno de mariposas? Pues que los cambios masivos serán más frecuentes. Eso es lo que pasa en nuestro mundo globalizado: que cada vez está más lleno, y que las interdependencias son cada vez más intensas y directas.

El desarrollo económico y tecnológico nos ha llevado a un mundo lleno: la sociedad humana se ha convertido en una fuerza geológica, capaz de alterar el planeta más (y más rápido) de lo que nunca ha podido ninguna otra especie. Somos como el meteorito que suponemos que acabó con los dinosaurios. O peores.

Uno de los factores que han servido para llenar el mundo es la globalización: no tanto por introducir más cosas en el planeta, como por acercarlo todo. Ya no hay fronteras, ya no hay un continente a salvo: las ventajas tecnológicas se difunden ahora más rápida y eficazmente; las crisis, también.

El “efecto mariposa” es algo que debemos tener en cuenta cada vez más. La economía de la explicación conveniente sigue, sin embargo, con el vals de las mariposas: se trata de un caso excepcional. No en vano el “marginalismo” sigue siendo uno de los fundamentos de nuestra ciencia económica.

El marginalismo consiste en considerar cambios pequeños (marginales), casi inexistentes, que provocan pequeños cambios en el sistema global… La teoría económica, que parte de esas pequeñas variaciones para el análisis, luego las vuelve a aumentar de escala, para analizar y dar cuenta de los sucesos que realmente suceden. Pongamos el ejemplo de la Bolsa: las cotizaciones suben un 10%, y suponemos que dicha empresa ha aumentado su valor bursátil total en un 10%, y los inversores (todos ellos) consideran que su riqueza potencial ha aumentado (con lo que pueden gastar algo más en consumo, o comprar más acciones… el caso es que se consideran más ricos). Pero no es verdad, porque este resultado se ha logrado cuando se ha comerciado con el 5% (por ejemplo) del total de acciones. Si en lugar del 5% se hubiese negociado el 20%, los resultados podrían ser muy distintos: subir ese mismo 10%, el 40%, o bajar. El cambio de escala no es irrelevante. Pero la mayoría de los economistas actúan como si lo fuera. Y no sólo en operaciones bursátiles.

Lo que quiero decir es que el marginalismo pertenece a otra época: nace en la era del liberalismo del mercado de competencia perfecta: innumerables empresas y consumidores, con lo que el papel de un agente sobre el mercado es casi inapreciable. En la era del “mundo lleno”, donde las acciones de la sociedad tienen consecuencias sobre el conjunto del sistema, este no es el modelo que sirva. No es ni un monopolio, ni un monopsonio, ni un oligopolio: no es un problema de competencia imperfecta, un problema que la regulación económica ha buscado resolver. Es un problema de que las mariposas pueden cambiar el mundo.

La interpretación conveniente de la crisis no ha considerado estos aspectos: sigue siendo marginalista, y por tanto tiene problemas para abordar dos de las situaciones que cada vez son más comunes en el mundo lleno e interdependiente de la crisis ecológica y la globalización: los problemas de escala (lo que vale para variaciones infinitesimales es casi seguro que no vale cuando se hace una “transformación monótona” que aumenta la escala del problema) y los problemas de las teorías del caos: pequeñas alteraciones en las condiciones iniciales pueden resultar en grandísimas desviaciones en los resultados. El mundo real, nuestro mundo, es cada vez menos “monótono”.

La hipótesis alternativa, que aquí se defiende, es que vivimos en una sociedad donde los riesgos no se reducen, sino que aumentan, porque el mundo es cada vez más diverso, mientras que en el discurso conveniente se dice que la globalización lo hace más homogéneo. ¡Mientras el mundo se hace mestizo, la política se hace cada vez más monocorde! El resultado no puede ser otro que la generación de más oportunidades para el vals de las mariposas.

Lo peor de todo es que los riesgos incorporados al análisis económico conveniente es el de impago, y se va a las garantías tradicionales, que es de lo que presume el sistema financero español: deudas bien provisiones, niveles relativamente bajos de exposición, apalancamiento bajo (en comparación al resto)… conceptos todos ellos que miran al mundo de los números del marginalismo y de las expectativas de los flujos económicos; conceptos que son ciegos al mundo. Porque la exposición al riesgo de la economía española y andaluza tiene pocos equivalentes en el planeta.

Pero antes de entrar en ese análisis, pasemos por la cuestión del poder.
EL PODER DEL HUEVO

Éste podía ser el eslogan de un nuevo champú, pero no va por ahí la cosa. Humpty Dumpty era un huevo parlante. No es lo más raro que hemos visto: hemos pasado por ninjas que no pagan sus hipotecas, coyotes que corren por el aire, un Einstein economista, pavos que calculan y mariposas que cambian el mundo bailando un vals. Pero Humpty tiene algo que decirnos.

Uno de los habitantes que encontró Alicia en ese onírico país que recorrió fue un gigantesco huevo antropomorfo, que trataba de convencerla de que las palabras sólo significan lo que el poder quiere que signifiquen. Lo intentó hasta que el pobre se chafó tras caer del muro en que se hallaba encaramado. Pero ¡ese huevo dijo una gran verdad!

En realidad, el lenguaje no es un instrumento del poder. Pero sí hay luchas del poder sobre los conceptos, los significados y los marcos de interpretación. Y esto es lo que intentan todos los actores sociales, aunque me centraré en los ejecutivos.

Hace tiempo, ser capitalista era prácticamente un insulto. Se trataba de seres sin alma, que explotaban todo lo que tuviera fuerzas para trabajar; en términos de críticos sociales del XIX e incluso el XX, creaban una relación aún peor que la esclavista.

Por eso ya no tenemos capitalistas. Hay empresarios, ejecutivos, emprendedores (esto es lo políticamente correcto ahora), pero no capitalistas… ¡Y yo que los echo de menos!

Entiéndase bien, el capitalismo de Dickens no puede añorarse. El problema es que quienes manden sean irresponsables. ¿Ante quién responden los ejecutivos? En la mayoría de empresas, ante otros ejecutivos. ¿Qué significan las palabras, los conceptos de la contabilidad? Pues lo que los ejecutivos quieran que signifique. Como Humpty Dumpty.

La economía no tiene dueño, lo tienen los beneficios. La propiedad de las grandes empresas cotizadas son de inversores institucionales. La mayoría de las empresas grandes e incluso medianas son de los bancos, que aportan casi todo el pasivo. El capitalismo se defiende diciendo que al final algunos mandan en el proceso económico porque es su patrimonio el que se juega, lo que debe hacerles especialmente responsables. Pero no es así, no porque la gente no cuide mejor su patrimonio. Es porque lo que se privatizan son los beneficios, no los activos. La mayoría de ellos se soportan en pasivos de terceros: bancos o inversores institucionales, o pequeños accionistas. De ahí surgió el negocio de las auditoras: se trataba de tener controles externos e independientes, que pudieran dar una imagen real de la situación económica de la empresa, a los propietarios reales, que al final resultaba ser la sociedad en su conjunto. Pero entonces estalló su reputación, con el caso Enron, y con el desastre bursátil que vivimos hoy.

La hipótesis conveniente culpa a los ejecutivos, a su avaricia, de la crisis financiera. Pero la solución ha sido… ¡que los gobiernos den a los mismos gestores, que han llevado a los mercados al colapso, más de un billón de euros en todo el mundo! Es genial: si esto no es hacer que las palabras signifiquen lo que el poder quiera que signifiquen, no sé qué puede ser. Como son culpables de hundirnos, les condenamos a que gestionen todavía más dinero, para sacarnos de la crisis como solamente ellos saben. ¡Larga vida al surrealismo!

Aquí defiendo otra hipótesis: ¿mejoraría el sistema si reintroducimos la responsabilidad en la gestión de las empresas, en la labor de ejecutivos, empresarios, etc? Responsabilidad que significa que “salten” de su puesto quienes no demuestren su capacidad (quizás nos quedaríamos en cuadros), y que respondan con su patrimonio. El problema es que los capitalistas actuales han añadido un par de privilegios a los que ya disfrutaban: primero, una identidad más presentable; segundo, apropiación de los beneficios sin responsabilidad sobre el capital (y sobre las pérdidas).

Se critica mucho a los políticos, pero hay un medio supremo para que asuman responsabilidad: el voto de los ciudadanos. ¿Qué control social tenemos sobre un ejecutivo o un empresario irresponsable? Probablemente, un consumo orientado: el poder del consumidor. La “politización” de la economía. Pero se puede también acometer con mecanismos de atribución de responsabilidad. Mecanismos que pueden parecer injustos en sus resultados, pero nadie te obliga a ser político. O empresario (¡cuando el dinero no es suyo!). Los ecologistas estamos muy preocupados y sensibilizados por el tema de la responsabilidad. Porque no es la desorganización lo que ha originado la crisis ecológica: más bien ha sido lo que Ulrich Beck denominaba la irresponsabilidad organizada. El sistema de gestión económica es merecedor de la misma calificación que la gestión ambiental: se ha organizado la irresponsabilidad, y los ecologistas llevan décadas proponiendo formas de devolver la responsabilidad a procesos a los que activamente se le ha quitado. Quizás los ecologistas puedan enseñar algo práctico en ese sentido a los economistas. ¡Y a ello nos puede ayudar un huevo parlante!

Humpty Dumpty descubría el poder en el lenguaje, es decir, las condiciones para la polítización del lenguaje. En economía hay que hacer algo: hay que descontaminar el lenguaje económico, para que los causantes de la crisis no aparezcan como sus principales beneficiarios. Y hay que reivindicar la economía política.
REIVINDICACIÓN DE LA ECONOMÍA POLÍTICA ECOLÓGICA

Se ha presentado unas ideas alternativas a la explicación conveniente (para algunos) de la crisis. No como conclusiones, más bien como hipótesis alternativas, que pueden desarrollarse y espero que contrastarse empíricamente. Porque hay que temer que si no analizamos correctamente la realidad, las intervenciones sean un desastre.

Podemos resumir todo lo dicho en que es posible que no haya sido la crisis financiera por unos pocos activos muy “tóxicos” los que nos hayan puesto a las puertas de la más grave crisis económica de la historia. Quizás lo que sucede es que la amenaza de una crisis económica provocada por la escasez de los recursos naturales ha hecho estallar la ilusión financiera, cambiando así la naturaleza de la crisis. El problema es que si creemos lo primero, trataremos de salvar la crisis financiera, y si conseguimos salir de ella la crisis económica con origen ambiental se reforzará. Si apostamos por la segunda opción, desinflaremos la burbuja financiera global y nos centraremos en mejorar la sostenibilidad del sistema, regenerando así una economía política ecológica.

Tanto la razón como la prudencia me llevan a aportar por la segunda opción.

Por cierto, espero que este artículo ayude a romper con la visión naturalista del ecologismo. Y a demostrar de su fuerte componente social. Probablemente, el único proyecto genuinamente civilizatorio. Y estamos viviendo hechos muy graves, propios de la crisis no ya de una economía, sino de una civilización.

Pero antes de terminar, me gustaría dedicar algunas reflexiones a Andalucía, que me preocupan especialmente.
ANDALUCÍA

La crisis económica es global, y si hay algo de cierto en las hipótesis aquí mantenidas, requieren cambios de mucha profundidad y a gran escala. Pero la crisis económica andaluza también tiene componentes propias, y probablemente nos hallaríamos en esta situación aun cuando el planeta estuviese empeñado en mitigar eficazmente el cambio climático y en devolver la responsabilidad a la economía.

Son tres las ideas que me preocupan especialmente.
ANDALUCÍA: NI NOKIA NI MCDONALD’S

Primero, el desempleo. La situación sólo puede clasificarse como catastrófica. Se busca como justificación la crisis de la construcción, como si desde el gobierno de la Junta de Andalucía no se tuviese ninguna responsabilidad en el monocultivo del ladrillo. La política económica andaluza no ha estado caracterizada precisamente por una apuesta por la productividad: se ha apoyado más bien la inversión externa (de la calidad de Boliden, por ejemplo) y sobre todo sectores de escasa productividad, y de escasa sostenibilidad en el tiempo (y ambiental): turismo y construcción. Lo peor es que, además, se han desaprovechado los rendimientos temporales de este crecimiento, dedicándose a más consumo (que en realidad ha sido más endeudamiento, por la vía de la adquisición de viviendas y un aumento del consumo). Una lógica plenamente comparable a la española.

El problema del desempleo es que llega en un momento de alto endeudamiento social mediante hipotecas, cuando estabilizadores externos (como los fondos europeos) se acaban, y lejos de buscar alternativas, el gobierno andaluz busca más de lo mismo, con Pactos de Vivienda que sostengan artificialmente la construcción y ayudas a empresas de tanta productividad como los supermercados, constructoras o bodegas.

El empleo en economías avanzadas se crea siguiendo dos modelos. Por supuesto, se trata de casos ideales, y ni los ejemplos puestos son tan puros, y las vías intermedias son innumerables. Esos modelos son Finlandia y Estados Unidos. Curiosamente, Andalucía ha dicho mirarse en California (en 1992) y en Finlandia (en la segunda modernización), pero… en los papeles; la política económica andaluza ha sido un calco de la española, y ésta era más propia de un país emergente que de una economía avanzada. Pero veamos brevemente a qué me refiero.

El modelo estadounidense (que en gran parte es el británico) es el de los MAC EMPLEOS, en términos de Anthony Giddens. MAC por Macintosh (Apple), pero también por McDonald’s. Es decir: dos segmentos principales, uno de alta productividad, basado en las tecnologías de la información y la comunicación; no genera muchos empleos, pero genera muchos empleos indirectos, y la demanda de servicios de mercado y de consumo, que son los que ocupan a la mayoría de la población (los de McDonald’s). Éstos tienen baja productividad, apenas sirven para dinamizar la economía global… pero permiten obtener un modus vivendi a la mayoría de la población, y dan volumen a la economía global (lo que a veces no es bueno).

El otro modelo es el finlandés (escandinavo y nórdico, en general). Comparte con el modelo estadounidense la existencia de un sector muy dinámico, con gran capacidad para inducir el crecimiento en toda la economía, muy tecnológico, y por eso precisamente que no emplea a demasiada gente. Pero aquí el grueso del empleo no son los MAC (de McDonald’s), es decir, en servicios privados. Se trata más bien de empleados en servicios sociales, con garantías del estado. Los sectores productivos financian los servicios sociales que permiten a familias y personas tener la seguridad durante sus vidas, y su infancia y juventud, para poder formarse mejor y para sentirse miembros de una comunidad que ofrece a la vez que exige. Si el sueño americano es prosperar, el sueño escandinavo pasa por la experimentación personal.

Andalucía no cuenta con la condición de ambos sistemas: de un sector de alta productividad. Pero no será fácil crearlo porque ni tenemos las posibilidades de enriquecimiento y de atracción de los mejores talentos que tienen los Estados Unidos, una sociedad que acaba de dar una lección mundial de la realidad de su sistema de ascenso social con la elección de Obama. Ni tenemos la base social de derechos del Norte de Europa, que ha generado el, permítase la licencia, mejor capital humano del mundo. La opción aquí ha sido la de olvidar la economía política, limitándose a ofrecer oportunidades al aprovechamiento de los recursos naturales: fundamentalmente, el territorio y la costa. Enriquecimiento sin fortalecimiento de la sociedad.

La salida pasa por hacer fuertes reformas, que incidan sobre todo en la formación científica durante la educación (que no es sinónimo de “tecnológica”, algo mucho más limitado y menos interesante que la primera), en la formación de un tejido productivo propio en sectores con proyección (en especial, energías renovables) y en el fomento de la creatividad, algo que se puede conseguir si el empresario busca la rentabilidad en vez de la caza de las ayudas públicas indiscriminadas. Lo que no podemos es replicar automáticamente el modelo Nokia ni el McDonald’s. El benchmarking (seguir, o copiar al lider) no es siempre una buena idea, aunque ahora esté de moda. Quizás sea mejor empezar por pensar (más que por copiar).
¿ES LA JUNTA FETICHISTA?

El fetichismo no me hace mucha gracia. La verdad, nunca he entendido muy bien la fijación con algo relativamente banal, ni con la reiteración. Pero la Junta encuentra una especial atracción en ver ciertos fetiches en cualquier cosa. Ahora le ha tocado a la innovación.

Como el fetichista, la Junta quiere parecer obsesionada con la innovación, lo que ha llevado a vaciar el concepto y a confundir las cosas: las ocurrencias no son innovación.

En particular, desde una perspectiva ecologista, la innovación debe orientarse, a la consecución de objetivos sociales. Por ejemplo, a la eficiencia: hacer más con menos. Desgraciadamente, como el fetichista, la presencia del objeto del deseo hace diluirse todo lo demás. Así, la Junta busca la innovación en sí misma (como si eso existiese), y el innovador lo puede ser en todo.

No le veo valor a hinchar las estadísticas por la vía de decir que cualquier cosa es innovación. Y Andalucía debería estar más preocupada por generar la cultura de base que favorecerá la investigación, y su aplicación a mejoras tecnológicas. Pero esto no se hace montando un alerón del Airbus, y llevando la innovación a las papas con jamón. El problema es un gobierno que paraliza proyectos en energías renovables, como el parque eólico marino en Trafalgar, mientras subvenciona minas que contaminan acuíferos (como Las Cruces) ni dando respiración asistida a los constructores. Esa es la realidad de la política económica en Andalucía: a la hora de la verdad, terminan volviendo a los argumentos de siempre. Y esto nos introduce en la tercera preocupación.
LA CONTRARREFORMA ECOLÓGICA

El PSOE de Andalucía pactó con Los Verdes en 2000 y 2004 sendos pactos para la modernización ecológica de Andalucía. En estos años, se consiguieron algunos logros importantes para la política ambiental: impuestos ecológicos, la primera estrategia contra el cambio climático en España, un impulso decidido a la agricultura ecológica, un cambio radical en la planificación energética, incluso un Estatuto de Autonomía en el que se reconocen fuertes avances sobre medio ambiente y sostenibilidad… Pero ahora el PSOE se arrepiente de lo hecho.

Los avances fueron muy pequeños, en muchos casos apenas fueron iniciados. Pero abrieron la oportunidad en Andalucía de hacer algo distinto, y de estar a la cabeza de un sector que ahora muchas voces en el planeta (desde Al Gore hasta Ban-Ki Moon) consideran que debe ser el núcleo del “New Deal” del siglo XXI.

Pero volvemos a las andadas: recientemente, un decreto ley recorta a la baja la legislación ambiental en Andalucía, bajo el argumento de que ha habido excesos de conservacionismo. Lo que a oídos de cualquiera que esté informado sobre medio ambiente en Andalucía suena como un auténtico sarcasmo. Por eso no cabe mejor calificación del PSOE y la Junta que de irredentos contrarreformistas.

¿Las claves de la salida de la crisis en Andalucía? Pues volver a los clásicos: más infraestructuras de transporte (pero no las necesarias, como el transporte de mercancías por ferrocarril); más urbanismo, sobre todo en la costa (como si el mercado inmobiliario se hubiera hundido por escasa oferta: ¡que las casas no se venden!); abandono de la agricultura ecológica equiparando a ella (al menos desde la imagen) a la agricultura industrial… Y más turismo, que parece que el único futuro del andaluz medio es ser camarero (McDonald’s sin MAC de Apple: injusticia y desigualdades estadounidenses sin la promesa del sueño americano de autosuperación, lo peor de dos mundos).

En Andalucía debemos ver que las causas del cambio climático y la crisis ecológica son las mismas que las de esta crisis económica, y que no parece que la solución sea volver a apoyar con más ahínco si cabe las políticas económicas fracasadas.

En definitiva, la situación de la crisis económica global no es un asunto cerrado en su diagnóstico, interpretación y propuestas. Nada más lejos de la realidad. Aquí se propone algunas hipótesis para otra visión, menos conveniente, más incómoda, pero quizás más prudente y responsable. Desde un fuerte compromiso con la Tierra, y con mi tierra, Andalucía. Que tiene además algunos problemas propios, que quizás no sean tan difíciles de resolver, si algunos andaluces deciden cambiar la política.

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