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Localidades como Villar de Cañas asistirán entre confetis al espectáculo de su definitiva despoblación.

Villar de Cañas, pueblo sin habitantes

villar de cañas

Rubén Pérez Trujillano

Acostumbran los gobiernos centrales a favorecer el crecimiento de sus respectivas economías nacionales en bloque, y está comprobado que lo hacen como si ello no fuera posible sino a costa del subdesarrollo de algunas zonas. Entre esas áreas pueden encontrarse países enteros, como Andalucía, que componen economías dependientes o periféricas en el sentido menos geográfico del término, pero también comarcas y provincias, especialmente las rurales y las del interior de la península. Es el caso de Villar de Cañas (Cuenca).

Gran parte de los 442 habitantes de este municipio ha vivido con una esperanza que podemos adjetivar de desoladora el que fuera elegida de entre trece municipios (11 de las dos Castillas, 1 valenciano y 1 catalán) como almacén de residuos nucleares altamente radiactivos, algunos de los cuales tardarán miles de años en volverse “inofensivos”, dentro del proyecto trazado por el Gobierno del PSOE en 2009 pero culminado por el del PP este 30 de diciembre. Lo cierto es que estuvo acompañado de controversia desde el principio, lo que ha provocado algunos desacuerdos entre las sedes regionales de los partidos gobernantes en uno y otro momento.

Todo esto forma parte del círculo vicioso del desarrollo. El modo de producción capitalista conlleva ineluctablemente la existencia práctica de colonias y de áreas dependientes en el exterior o en el interior del Estado. Contra el tópico, ello no responde a la carencia de burguesías emprendedoras, sino a unas relaciones de producción definidas por la economía globalizada que obligan a que, para que una región goce de los niveles de desarrollo y crecimiento preconcebidos como deseables en el marco de la sociedad capitalista de consumo, sea imprescindible correlativamente la existencia de regiones dependientes. Esto es así, insisto, a nivel internacional pero también nacional.

Alcanzado cierto punto de crecimiento económico a espuertas en las regiones desarrolladas, se cree generalmente que esto empuja de manera positiva a las regiones subdesarrolladas. Entre las vías que conducen a ello, se suele observar que los gobiernos centrales llevan a cabo políticas a favor de dichas regiones, ofreciendo incentivos fiscales o realizando obras públicas. También surge una confianza ciega en que la subida de los salarios o, sencillamente, el descenso del desempleo siquiera temporalmente, provocará un incremento de la capacidad de consumo de la población autóctona e incluso una penetración de capital inversor exterior. Y, lo que es más palpable en el caso de Villar de Cañas –y que ya sucedió en Huelva y el Campo de Gibraltar–, se recibe con los brazos abiertos la implantación de ciertas industrias peligrosas o contaminantes que las regiones desarrolladas están en condiciones de rechazar o desplazar.

Sin embargo, la realidad sigue siendo la misma. Al adoptarse lejos las decisiones sobre la localización y condiciones de los centros de trabajo, sobre distribución de beneficios, sobre utilización de los recursos, etc. la estructura del proceso de alienación y de dependencia se mantiene intacta. Son unos intereses extraños anteriormente y aun ahora a los intereses de las poblaciones de las áreas subdesarrolladas los que ostentan la última palabra.

Dicho de otro modo, la implantación de industrias bajo este signo supone el traslado del ahorro propio mediante el sistema bancario. Las inversiones del capital interior también se marchan a las regiones desarrolladas, donde el margen de beneficios sigue siendo mayor. Los puestos de trabajo que se crean suelen ser menos de los prometidos y, además, requieren trabajadores con un nivel de cualificación equis, que normalmente es difícil de copar con las bolsas de desempleo de unas áreas donde las inversiones públicas y la división territorial del trabajo han tenido efectos en el sentido contrario. Como colofón, la dirección de la industria se encarga de agudizar hasta el extremo la dependencia de la población autóctona. Ello lo consigue a través de los llamados puestos de trabajo indirectos –tan indirectos como inciertos– y de las subvenciones a los ayuntamientos y asociaciones de la zona.

El esqueleto de esa pescadilla que se muerde la cola, pues, no se mueve ni un ápice. Así funciona el capitalismo global: el colonialismo, ora exterior, ora interior, es intrínseco al propio sistema. Si a todo ello unimos el hecho de que estamos hablando de una basura radiactiva enormemente nociva para la salud de los seres vivos, no queda entonces otra conclusión que la necesidad de la instauración de unas relaciones de producción que pivoten sobre otros supuestos. Y de unas fuerzas políticas a las que quiten el sueño los intereses reales de estas áreas subdesarrolladas.

En caso contrario, mucho me temo que localidades como Villar de Cañas asistirán entre confetis al espectáculo de su definitiva despoblación.

Un comentario

  1. El Horror, el Horror...

    Tranquilos, siempre habrá analfabetos y cafres, la manchega Villar de Cañas o la andaluza Hornachuelos (cementerio nuclear de El Cabril) nunca se quedarán deshabitadas… El único problema es que ante las consecuencias de habitar allí o en sus provincias vecinas, muchos preferiríamos sin dudarlo la muerte:

    http://www.youtube.com/watch?v=_LA_PnAQONo&feature=fvwrel

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