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Ciudadanos árabes.

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Javier Valenzuela  en Babelia (19/02/2011 )

 

En el epílogo de El lado oscuro del amor (Salamandra, 2008), Rafik Schami rememora los motivos que le forzaron a exiliarse en Europa: «La censura y la arbitrariedad política me dejaron claro que mis planes de vivir en Siria como maestro y escritor no tenían futuro. Un régimen despótico no deja espacio a los tonos intermedios. El que no está a su favor, es su enemigo». Schami explica asimismo por qué la política tiñe la historia de su novela, la del arduo amor de Farid y Rana: «Un personaje no puede vivir en uno de los peores regímenes despóticos de Oriente y mantenerse completamente al margen del él. Lo más importante para mí era mostrar cómo la dictadura interfiere en la vida del individuo».

 

En este arranque de 2011, una revolución democrática que ya cuenta con dos grandes victorias en Túnez y Egipto ha introducido en la escena internacional un nuevo sujeto político: el ciudadano árabe. Allí donde tantos occidentales veían una masa informe marcada fatalmente por la religión desde el cabello al alma, han surgido millones de ciudadanos que se juegan la vida para derrocar dictaduras y establecer democracias. ¿Sorprendente? No tanto. Si el cerumen y las legañas de la pereza y la ignorancia de las que hablaba Lawrence no les hubieran taponado los oídos y los ojos, los occidentales, o al menos los más perspicaces, hubieran podido detectar la emergencia del ciudadano árabe.

 

Con historias como la del sirio Schami, las letras árabes ya llevan un tiempo dándole el protagonismo a personas que luchan trabajosamente por la libertad y la dignidad en el norte de África y Oriente Próximo. Podría citarse también El Edificio Yacobián (Maeva, 2007), de Alaa al Aswani, un escritor egipcio que se sumó desde el primer día al combate de la plaza de Tahrir. O recordarse el conjunto de la obra del libanés Amin Maalouf. Incluso el aspecto que más ha llamado la atención mediática, el uso de las nuevas tecnologías por las rebeldes juventudes urbanas del mundo árabe, ya está contado en la obra reciente de Fatima Mernissi. La socióloga marroquí inventó hace unos años el concepto de ciber-umma para referirse a la comunidad árabe virtual creada a partir de un uso masivo, inteligente y liberador de la televisión por satélite, los teléfonos móviles y las redes sociales en Internet.

 

Seamos justos: también algunos occidentales han intentado contarnos que algo muy importante se estaba gestando en el seno de ese universo que va del Atlántico al Golfo Pérsico. Harta de versiones estereotipadas de segunda mano, Allegra Stratton, una periodista inglesa de veintipocos años, se plantó la pasada década en Oriente Próximo y se puso a compartir las vidas de los jóvenes de ambos sexos de El Cairo, Beirut, Amman, Damasco y otras ciudades. En Muhayababes (451 Editores, 2009), hizo un retrato fresco y clarividente de una nueva generación árabe hastiada de la falta de libertad, trabajo y justicia social, plenamente conectada a la modernidad global y de envidiable vitalismo.

 

Traumatizado por el 11-S, Occidente ya sólo hablaba de los musulmanes. No por ello, los árabes -unos musulmanes, otros cristianos, muchos descreídos- dejaban de existir. Su reciente historia la cuenta Eugene Rogan en Los árabes (Crítica, 2010). Y cabe citar que este libro termina con el amargo comentario de que los muchos árabes partidarios de la libertad seguirán combatiendo con las manos atadas mientras «Occidente siga haciendo prevalecer unas razones de Estado mezquinas en vez de una promoción activa de los valores democráticos».

 

En fin, es hermoso pero no extraño que El Cairo haya sido durante tres semanas el epicentro de la revolución árabe. Ibn Batuta llamó a la capital egipcia el Ombligo del Mundo y el gran Naguib Mahfuz decía que es como una amante vieja, muy arrugada y con un mal aliento insoportable, a la que no se cambiaría por ninguna joven belleza. En ese clásico contemporáneo que es El Cairo. La ciudad victoriosa (Almed, 2010), Max Rodenbeck escribe que la metrópolis del Nilo «nunca ha vendido ni su dignidad ni su alma. Después de todo, éste es el lugar que dio al mundo el mito del ave fénix». Al derrocar al faraón Mubarak, lo acaba de demostrar una vez más: siempre renace de sus cenizas y por eso su nombre en árabe clásico es Al Qahira, la Victoriosa. Esta vez, el triunfo ha sido de los ciudadanos árabes.

 

Javier Valenzuela (Granada, 1954) acaba de publicar el libro -recopilación de 36 artículos y reportajes- De Tánger al Nilo. Crónica del norte de África (Los Libros de la Catarata. Madrid, 2011. 232 páginas. 18 euros). www.javiervalenzuela.es.

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