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Leído este artículo El conflicto capital-trabajo en las crisis actuales, del profesor Viçens Navarro, uno de los economistas referentes de la actual izquierda, tengo que decir que el profesor elude, o ignora, una cuestión esencial, que es la base de la explicación ecológica y del porqué decimos que esta no es una crisis en el capitalismo si no una crisis del capitalismo.

Conflicto capital-trabajo y límite ecológico

Mario Ortega / Leído este artículo El conflicto capital-trabajo en las crisis actuales, del profesor Viçens Navarro, uno de los economistas referentes de la actual izquierda, tengo que decir que el profesor elude, o ignora, una cuestión esencial, que es la base de la explicación ecológica y del porqué decimos que esta no es una crisis en el capitalismo si no una crisis del capitalismo. Que esta no es una crisis cíclica más de la que se saldrá más rápido con políticas anticíclicas de expansión de la demanda que insistiendo en la reducción del déficit y la contención de la inexistente inflación, como propone el profesor Navarro.

marx

Me parece de enorme relevancia este asunto, porque la clave para un nuevo proyecto político de izquierdas no puede partir de un análisis que no comprenda que es imposible a nivel planetario un modelo de producción y consumo como el que hemos vivido en los últimos decenios. Si la izquierda demanda la reducción de las desigualdades tiene que ser consciente que la igualdad es inversamente proporcional al incremento de la demanda, como así lo atestigua el fuerte incremento de los indicadores de desigualdad durante la anterior época expansiva.

No es posible porque sabemos a ciencia cierta que el planeta tiene límites que se manifiestan en dos variables evaluables, 1. la reducción sostenida de los stocks de materias primas, energéticas y no energéticas, de las reservas de agua útil, de las cosechas de la agricultura intensiva, y 2. la afección sobre las condiciones biofísicas (calentamiento global y externalidades residuales) que hacen posible la biodiversidad y los delicados equilibrios ecosistémicos.

Es cierto que el conflicto capital-trabajo (lucha de clases) es el lugar donde se desarrolla la política de recortes, pérdida de derechos y adelgazamiento de los estados; con el fin de transferir rentas del trabajo a rentas del capital. Y también es cierto que esta transferencia de rentas es ejecutada y reforzada con los procesos recentralizadores del poder para desactivar las competencias de las instituciones autonómicas y municipales, que vinculan ciudadanía y política, así como con la espiral de endeudamiento público, que atrapa a los Estados soberanos por la vía de la obligación de pago de la deuda. Como lo es que los mass media al servicio del capital y sus entes (incluidos los de apariencia progresista) alimentan a diario el mensaje populista antipolítico del «todos son iguales», con el fin de desactivar definitivamente la expresión democrática de la política como único modelo que permite la lucha no violenta por la equidad y la justicia social.

Pero dicho esto, definido el neoliberalismo por su estrategia antipolítica, centralizadora, tecnócrata, de adelgazamiento de los Estados y de eliminación de derechos de ciudadanía, forzada y tutelada por el uso de las necesidades financieras y de la deuda como mecanismo de secuestro de la democracia, no podemos olvidar que la financiarización de la economía no es producto de la maldad moral de los capitalistas como viene a decir el profesor Navarro cuando afirma que el pacto social post II guerra mundial «se rompió a finales de la década de los setenta y principios de los años ochenta como consecuencia de la rebelión del capital ante los avances del mundo del trabajo.»

En mi opinión, y creo que en opinión de los economistas ecológicos, justamente a finales de esa década de los sesenta comenzaron a hacerse visibles para el capitalismo productivo los límites físicos de la economía planetaria, recordemos el Informe Meadons, los límites del crecimiento (1972) cuyo comienzo arranca del encargo del Club de Roma creado por Naciones Unidas en 1968), recordemos también el posterior Informe Brundland, nuestro futuro común (1987), y los sucesivos informes del IPCC sobre la evolución del cambio climático; y recordemos también las posteriores crisis del petróleo de los años 1973 y 1979, las sucesivas guerras del golfo, el polvorín africano por el control de los recursos, o el tardocolonialismo imperialista en América Latina, por recordar lo más esencial.

La necesidad capitalista de acumulación y crecimiento permanente de capital choca directamente con la reducción de la tasa de ganancia debido a que una economía muy expansiva, apoyada en el fuerte desarrollo tecnológico del siglo XX necesita la entrada cada vez mayor de imputs de materias primas y consiguientemente fuerza el incremento de su precio real. No entraré ahora en que ese desarrollo tecnológico también creo la llamada ilusión tecnológica, por la cual entró a formar parte del pensamiento dominante el hecho de que no habría problema para la humanidad que no pudiese ser resuelto por su capacidad científico/técnica actual o futura.

Para mantener esa tasa de ganancia fue necesario que el capital escapara de la economía real, fue necesario crear un mundo financiero virtual que se fugase de la ley marxista de los rendimientos decrecientes. Con este objetivo se rompen en 1971 los acuerdos Bretton Woods (1944), por los que EEUU y los países desarrollados crean el FMI y el BM, se desvincula el dólar (moneda de cambio mundial) del patrón oro, de la paridad con otras monedas de países altamente industrializados (dejando que los mercados financieros fijen libremente el tipo de cambio) y se establecen las condiciones para convertir el dinero en mercancía especulativa sin vínculo con la productividad material.

Esto provocó en los ochenta y los noventa la aparición de fuertes excedentes de capital que fueron a parar a la financiación barata de los Estados desde los centros a las periferias y desde China a los centros, y a la financiación de las burbujas de la construcción y a la economía del crédito.

En paralelo a la financiarización, el crédito y las burbujas de la construcción, en los noventa y hasta la actualidad, la producción de los países industrializados se deslocalizó hacia zonas donde los derechos laborales y ambientales o no existían o eran lábiles, esto provocó el espejismo consumista de las mercancías baratas de todo tipo (desde coches o aire acondicionado hasta los productos decorativos más inútiles) al mismo tiempo que el incremento geométrico de la masa consumidora. Circunstancia que agrava la crisis ecológica planetaria, tanto de límites y escasez como biofísica.

Esta economía del crédito y el consumo, esta economía a hipoteca de futuro, en manos de las empresas y de las clases medias y populares, permitió la disminución relativa de la capacidad salarial como bien explica el profesor Navarro y limita la capacidad de lucha de la clase trabajadora al «engancharla» a la droga de las tarjetas de plástico.

Y así hemos llegado hasta aquí, con la añoranza de la vuelta al pasado y la promesa neoliberal de que pronto volverá e paraíso. Y esta es la trampa en la que la izquierda no debe caer, porque el paraíso no existe y solo nos queda gestionar el reparto equitativo y tal vez, el advenimiento de un mundo sin trabajo real para todo el mundo tal y como lo conocemos ahora.

Por eso es esencial no prometer la vuelta a las andadas con políticas expansivas de izquierdas contra las políticas de austeridad en el gasto de la derecha.

Para desplazar la transferencia de rentas del capital al trabajo hasta niveles que garanticen la equidad, es imprescindible prometer más estado y más empleo público, prometer la reversión de todos los derechos sociales y laborales desmontados y no tanto el incremento de los salarios, para activar el consumo, como sí la garantía de las retribuciones en especie por la vía de garantizar los derechos a la vivienda, las pensiones dignas, la alimentación, la educación, la sanidad y el acceso a la universidad y la cultura, y la igualdad de género. Prometer el cambio, mediante leyes, del modelo productivo vinculándolo con una nueva cultura fiscal que incremente las aportaciones del capital a los ingresos del Estado. Prometer la renta social básica y la reducción de la jornada laboral, para afrontar los límites ecológicos de la producción.

Y de todo esto parece esencial el cambio de modelo productivo con la premisa ecológica de la biomimesis y la conexión de la economía al sol. Territorialización de la producción, el consumo y los intercambios comerciales, reducción drástica de la dependencia energética, alimentaria y de materias primas, modelo agrario y alimentario agroecológico, movilidad colectiva en las distancias cortas y medias, bicicleta en los núcleos urbanos y metropolitanos, fomento de la actividad cultural, investigadora y creativa. Cierre de ciclos de los imputs de materias primas y residuos, protección de los espacios agrarios y naturales, lucha contra el cambio climático, nueva cultura del agua. Reinternalización de las competencias de gestión de las administraciones públicas.

Y para todo esto es imprescindible el empoderamiento territorial, una constitución federal sin privilegios de clase ni territorio, unos municipios con obligaciones ecológicas y una Europa democrática que garantice la solidaridad y limite las desigualdades.

Para que el trabajo venza al capital hemos de transferir rentas a la naturaleza disminuyendo la huella ecológica, o eso, o la lucha por los recursos nos llevará a la barbarie.

@marioortega

Un comentario

  1. Sin embargo, las condiciones económicas y monetarias hancambiado en los últimos dos años, disminuyendo el atractivo deBrasil para los flujos de capital.

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