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Dos visiones de una mano

José María Matás
@matasmorenojm

Veo en Facebook la imagen de una mano izquierda sangrienta (con la derecha se está tomando la foto) de un jornalero pelando ajos. Hasta aquí todo coincide. También coincide el reconocimiento -¿la compasión?- por el esfuerzo de quien a pleno sol, a 40 grados, encarna como pocos la maldición bíblica de tener que ganarse el pan con el sudor de su frente. A partir de aquí, el camino se bifurca. La mano, la sangre, las ampollas, los ajos, el sol, son los mismos. Las interpretaciones no.
1.- Visión 1 (o Cañamero): Pone el énfasis en las penosas condiciones de trabajo, resultado de la explotación por parte de una minoría latifundista del resto de trabajadores. Trabajo a destajo para en muchos casos no sacar al día más de veinte euros. Trabajo a destajo, poco importan las condiciones en que se lleve a cabo, que dé derecho al jornalero a que el manijero le firme la peoná.
2.- Visión 2 (o emprendedora): Lo indignante para sus valedores no es que haya personas que tengan que estar pelando ajos a dos euros la caja; ni que las ayudas de la UE beneficien sistemáticamente a quienes jamás han tenido un callo –lo que no es en sí necesariamente bueno ni malo, pero que para el caso nos ayuda a tomar perspectiva- y se dedican a especular con la tierra. Lo indignante no es que haya unas cuantas familias en Andalucía que generación tras generación han vivido a costa de la sangre y el sudor de mano de obra semiesclava. No, lo que no soportan no es que haya gente que aún no se ha bajado metafórica o literalmente del caballo (al contrario, a estos debemos agradecerles la buena crianza y el buen olor), lo intolerable es que haya funcionarios que se quejan de no tener aire acondicionado cuando hay gente trabajando en estas condiciones sin (apenas) hacer ruido.
La primera visión es netamente política. Las injusticias sociales tienen responsables y son consecuencia al tiempo que sustento de un sistema depredador. Es una visión que intenta desmontar el mito burgués biempensante de que los trabajadores del campo son unos parásitos que esperan que les caiga del cielo una paguita si trabajar. La llamamos ‘visión Cañamero’ no solo porque el ahora parlamentario de Unidos Podemos haya contribuido a viralizar la imagen, no porque encarne el discurso del SAT, sino porque más allá de denominaciones es la mejor expresión no del espíritu de la extrema izquierda, sino de la extrema necesidad.
La segunda supone la abolición de la política. Es la visión centrista, emprendedora (neo)liberal que trata de enfrentar al último con el penúltimo, igualando por abajo (siempre que a ellos no los toquen, claro) sin intentar nunca pasar de la superficie, hallando chivos expiatorios sin necesidad de alzar la vista, no vaya a ser que el sol nos deslumbre y cojamos una insolación. Es la visión de quienes ven en los sindicatos una amenaza para el género humano; en todo lo que huela a izquierda, progreso o pueblo, parasitismo y promesa de revuelta; en lo público -de lo que se benefician siempre con el ceño fruncido y exigencia inversamente proporcional al deseo de colaborar en su mantenimiento- la mayor amenaza contra esas libertades formales que atesoran y que ven a cada paso amenazadas.
Y, mientras tanto, la campiña hierve y las manos sangran.
Y los ajos, qué ricos, frititos con huevos de granja.

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