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Mario Ortega / La ciencia está llena de verdades enterradas. O, como dice George Steiner, «sólo la certeza envejece.» Las ideologías progresistas y liberales que se conforman y cobran naturaleza orgánica en los siglos XVIII y XIX, están imbuidas de racionalismo. No sólo como el culto a la razón generadora de argumentos que no requieren de la Fe, sino también, como el culto a la ciencia, entendida ésta como exacta.

Ecología Política, una reflexión breve

reflexion

por Mario Ortega

La ciencia está llena de verdades enterradas. O, como dice George Steiner, «sólo la certeza envejece.» Las ideologías progresistas y liberales que se conforman y cobran naturaleza orgánica en los siglos XVIII y XIX, están imbuidas de racionalismo. No sólo como el culto a la razón generadora de argumentos que no requieren de la Fe, sino también, como el culto a la ciencia, entendida ésta como exacta. De ahí la ambición de cualquier disciplina por matematizarse, por plasmar mediante ecuaciones o mecanismos los hechos naturales, humanos o sociales. Digamos que la intuición y lo simbólico ceden a la reflexión y al modelo de la ley física. (Lo que ya apuntó Galileo cuando decía, contra los teólogos que argüían que su experimento del plano inclinado no se cumplía, «si las bolas no cumplen mi ley del plano inclinado “suo danno” –allá ellas–.» Así, el movimiento romántico de las artes del XIX, es un movimiento de resistencia a los presupuestos de la dictadura de la razón científica exacta.

Las ideologías actuales que sustentan a los partidos democráticos tradicionales, de izquierdas o de derechas, hunden su raíz en esta concepción que llamaríamos, cientifista. El ecologismo político, sin ser definitivo, pues esto sería contradictorio con su naturaleza, se soporta sobre la integración de diversas percepciones, científicas y humanistas. El holismo ecologista presentaría una realidad conformada por los saberes. La dualidad materialismo/idealismo pasa a un segundo lugar frente a la concepción del hombre como un ser que piensa con lenguaje y transforma el mundo que, en cierto modo, el mismo ha creado. Desde esta concepción, el ecologismo sería un ultrahumanismo.

Durante el siglo XX, la ciencia moderna, que fragua a finales del XVII con Newton, y que tiene a toda la historia de la humanidad como precursora, se reblandece. Se instala el reino de la perplejidad con el advenimiento del principio de incertidumbre de Heissemberg. El propio concepto de materia como algo tangible se cuestiona con el establecimiento de la dualidad onda corpúsculo de De Broglie y los postulados de la mecánica cuántica. El mundo que vemos está vacío a los ojos de la nueva física, la parte más compacta de la materia: el núcleo atómico, resulta ser del calibre de una pelota de tenis en el espacio diáfano del campo de fútbol que representa el tamaño del átomo. La luz es materia, la materia energía, el espacio es curvo, el tiempo depende de la velocidad, las ecuaciones matemáticas dependen de los axiomas de partida. Euclides ya no es el único. La Fe científica se desmorona, aunque nos quedan las pruebas de sus magníficos resultados: el avance de la medicina, de la industria, de las comunicaciones, de la agricultura se debe a esta ciencia metódica, que encuentra a veces sus mejores y más trascendentes productos, justo cuando aparece el error en el procedimiento diseñado, o cuando la anomalía resulta ser lo habitual. Como decía Darwin, las especies se adaptan al medio, pero también el medio y las especies interaccionan mutuamente. Son las mutaciones y las anomalías las que generan posibilidades de éxito y no una dirección evolutiva que podría preestablecerse como la mejor. Es el triunfo de la casualidad frente a la causalidad. Es el triunfo de los modelos multirrelacionales frente a los modelos unirrelacionales.

El racionalismo original produjo en la ciencia económica dos modelos: el liberal y el marxista. Postulando el primero que el mejor equilibrio es el que se alcanza sin intervención estatal, y el segundo que interviniendo sobre la propiedad de los medios de producción el beneficio, o plusvalía, podría ser repartido entre toda la clase trabajadora, es decir entre toda la humanidad. El liberalismo representa un modelo claramente naturalista, en tanto el segundo es un modelo estatalista o positivista. El resultado práctico de ambos modelos sobre el daño a nuestro planeta es de sobra conocido, en esto no hay, ni ha habido, diferencias. La socialdemocracia vino a entender que los principales problemas derivados del modelo económico liberal eran la generación de pobreza, de insalubridad y de incultura educativa, en definitiva, de desigualdades sociales. Y que esto tenía que ver con el reparto de la riqueza generada por el sistema productivo. No un problema de propiedad, sino de acumulación del beneficio obtenido por el usufructo de la misma. De modo que ideó el intervencionismo fiscal, para que parte de lo recaudado por el estado fuera a paliar los desequilibrios generados por el libre albedrío de la clase empresarial, e ideó la empresa pública y el servicio público para controlar los sectores de interés social o comunitario. Promovida por la izquierda europea de posguerra la llamada sociedad del bienestar, la derecha la asume como una necesidad socioeconómica y no como una necesidad humana, por ello sus políticas presupuestarias derivan siempre según los contrapesos, hacia el polo ultraliberal. Por el contrario, las políticas presupuestarias de la socialdemocracia derivan hacia el mantenimiento público de  los servicios de empleo, salud y educativos, con permanentes presiones en dirección contraria. Sin embargo, hoy no hay diferencias esenciales en los planteamientos macroeconómicos de la socialdemocracia y de los partidos de derechas en cuanto a los postulados a aplicar. La política de privatización de las grandes empresas públicas de electricidad, carburantes, telecomunicaciones, llevada a cabo por el primer gobierno de Aznar estaba en el cajón del ministro de economía del último gobierno González, y me temo que esto no es reversible. Las competencias públicas constitucionales o estatutarias están siendo gestionadas por un sinfín de entes publico-privados o privado-públicos, en los que caben todas las categorías legales desde el organismo autónomo hasta la gestión privada empresarial, que han creado una administración pública paralela.

El análisis económico ecologista saca a la luz el hecho de que, las diferencias socioeconómicas entre las personas son debidas, no sólo a la forma de propiedad y a la acumulación de riqueza, sino al uso que de la misma se hace afectando al entorno y explotándolo como si fuera inagotable y como si su costo de reposición fuera nulo, y en ese entorno están incluidas las personas. Hace aflorar, igualmente, los movimientos antiglobalización que se oponen a la dinámica del mandato del crecimiento económico, entendido éste como la necesidad del aumento perpetuo de la riqueza acumulada en unas pocas entidades o personas. La consideración del planeta como un recurso sin precio, ha supuesto la potenciación de un modelo económico y técnico que convierte la tierra, el agua y el aire en almacenes y vertederos que se explotan como si fueran inagotables. El ecologismo revela que, como dijo Ortega y Gasset, «la técnica no es la adaptación del sujeto al medio, es la adaptación del medio al sujeto.»

El modelo económico ecologista admite que los recursos del planeta son limitados, y que los procesos de producción tienen efectos irreversibles que deben tenerse en cuenta para amortiguar la enorme capacidad de transformación que nuestra técnica ha alcanzado durante el siglo pasado. Por otro lado su principal novedad sociopolítica es considerar que la capacidad de intervención del hombre, en cuanto intensidad y velocidad, es tal, que debemos tener en cuenta, no sólo las relaciones entre humanos, sino también, las relaciones de interdependencia de los seres vivos, incluida nuestra especie, y de éstos con el entorno, ampliando esta consideración a las generaciones futuras. Por ello, las políticas de los partidos verdes actuales, tienen en cuenta, claro está, nuestras relaciones con el entorno y con la vida –y al decir entorno, no sólo se afirma lo vivo, pues también es entorno lo inerte-, es decir, las más tradicionales políticas ambientalistas y de protección de la naturaleza. Pero además, apuestan por la actuación política en campos hasta ahora reservados a los partidos tradicionales: economía, fiscalidad ecológica, política energética, políticas agrarias, educación, turismo, derechos ciudadanos, diseño del estado, y cooperación internacional entre otras.

Para terminar, y de acuerdo con  los planteamientos iniciales de este artículo, hay que decir que la política económica ecologista viene a recoger los frutos del cambio de modelo científico que acaece durante el siglo XX, por ello su programa es integral y poliédrico, pues no hay forma de hacer frente a los desequilibrios sociales desde la unidireccionalidad. Es necesario globalizar los frentes de intervención, actuar sobre las relaciones laborales, sobre los procedimientos productivos, sobre el modelo de elaboración de los presupuestos públicos, sobre la fiscalidad entendida, no como un conjunto de tasas, sino como un conjunto de relaciones entre gravámenes e incentivos, sobre la dirección de las investigaciones públicas y privadas, sobre los indicadores del estado de la economía y la sociedad, eliminando algunos y modificando el modo de cálculo y significado de otros. Es necesario frenar el liberalismo económico imperante mediante acuerdos internacionales que garanticen los derechos humanos y el derecho a un medio ambiente adecuado. Es necesario acabar con el mito del crecimiento económico como una necesidad del sistema. En definitiva, es necesario observar desde otro punto de vista para que florezca una nueva realidad, cuya semilla ya está plantada. La palabra eco-logía alude a la ciencia de las relaciones en nuestra madre común que es la tierra, gaia; eco-nomía significa la ciencia de las leyes para el gobierno de la hacienda que es el planeta. La eco-logía contiene a la eco-nomía.

Frente al Guadalquivir, al otro lado el Doñana, desde Bajo de Guía, en Sanlúcar de Barrameda, se ve la desembocadura del gran río de Andalucía. La curva de ballesta de su tramo final no existe para los ojos que miran al oeste desde el nivel del mar. Los barcos grandes que aún lo surcan, y buscan el atlántico, aparecen navegando sobre la tierra hacia el norte. La imagen recuerda lo que Lawrence de Arabia ve al llegar al canal de Suez, tras su épica travesía del desierto, cuando Londres participaba en el trazado de las fronteras de oriente medio: el barco navega sobre un mar de arena con la impresión de la fluidez del agua. Sólo un cambio de perspectiva nos permite descubrir una nueva realidad. Seguro que no será la última.

Un comentario

  1. Alfredo Sánchez

    Agradezco este artículo tan didáctico

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