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El neoliberalismo está fracasado, no derrotado

 

Andrés Sánchez | @andresash

 

La sociedad no existe. Hay individuos, hombres y mujeres, y hay familias” (Margaret Thatcher, 1987)

 

 

La crisis que nos atraviesa no es un accidente: es el resultado lógico de un sistema económico y social fallido, el capitalismo, que sobrevive a golpe de crisis. Y pese a todo, hasta aquí hemos (y ha) llegado. Como en las películas de zombies, hay ideas que no basta con que hayan muerto una vez (por su fracaso), hay que matarlas de nuevo (hay que derrotarlas).

El principal capital del capitalismo es su enorme potencial político. Olvídense del libre mercado: si las cosas funcionaran como dicen en algunas de sus apologías, el paraíso capitalista sería Somalia, donde llevan décadas sin algo parecido a un Estado. No, no. El capitalismo es un proyecto político profundamente estatalista porque es profundamente violento, y necesita que alguien imponga la inviolabilidad de la propiedad o el castigo a la violación de los contratos o “libres acuerdos”. La diferencia respecto a otros intervencionismos es que, mientras en la izquierda buscan reducir las desigualdades, los capitalistas persiguen defenderlas y aumentarlas. La paz por la vía no de la justicia, sino del pan (consumismo), el circo (ocio mercantilizado e individualista)… y al final, la represión.

De cada crisis hemos tenido un nuevo capitalismo. Cuando ha habido alternativa política, el capital ha tenido que pactar y aplacarse. Es lo que sucedió tras la Gran Depresión. Los 40 años de keynesianismo, con hegemonía política socialdemócrata incluso cuando gobernaban los partidos de la derecha, redujeron las desigualdades repartiendo mejor rentas y riqueza. La fortaleza del movimiento obrero y sus organizaciones (sindicatos y partidos) no es en absoluto indiferente a este resultado. Como tampoco lo era que las políticas de demanda impulsaran un crecimiento que pacificaba el conflicto social. Todos podían ganar sin necesidad de azuzar más la guerra de clases.

Y en estas el capitalismo keynesiano tuvo su propia crisis y se refundó con el neoliberalismo de Thatcher y Reagan. Los cambios sociales fragmentaron el concepto (y la realidad) de la clase obrera, sufriendo en consecuencia sus organizaciones. El capitalismo encontró el campo político expedito para resarcirse. Los factores fundamentales del neoliberalismo fueron, en lo material, recuperar el crecimiento inventándose nuevas fuentes para lograrlo. La globalización (con un nuevo flujo de recursos disponibles, y sobre todo con la reducción de los costes al llevar la producción industrial a países pobres como China) y la revolución financiera (permitiéndonos “disfrutar” en el presente el rendimiento de las ganancias futuras, como si no hubiera mañana) pusieron las bases del nuevo modelo de crecimiento, mientras el planeta aguantara y nadie se tomara muy en serio el fundamento de las expectativas financieras. Pero, como decía al principio, nunca el capitalismo olvida la política: ellos no pactaron nada y reavivaron la lucha de clases para acabar con las bases institucionales del movimiento obrero (ofensiva contra los sindicatos, privatización de los servicios públicos). Los socialdemócratas son los que se adaptaron en este caso al nuevo paradigma, con la famosa “Tercera Vía” de Tony Blair.

Aunque Thatcher perdió el juicio hace años, ha vivido para ver su crisis. Cuando la globalización y la economía financiera han tocado su límite, el neoliberalismo ha muerto fracasado. Pero… ¡larga vida al capitalismo! Ante la ausencia de enemigo, con la izquierda enfangada en divisiones incomprensibles y con la tentación de un ciudadanismo antipolítico que nuevamente pretende dejar todo el campo político libre a la derecha, están refundando el capitalismo. Por lo que vemos en la crisis, un neoliberalismo zombie, con menos pan y más represión. Porque las bases para el crecimiento, que era lo que permitía aplacar el capitalismo, ya fuera con las instituciones del Estado del Bienestar keynesiano, ya fuera con el goteo de las burbujas neoliberales, parecen agotadas e insustituibles.

El capitalismo se está armando para una guerra de clases inédita en al menos un siglo. Nuestra única arma es la política: refundar las instituciones de la izquierda. No basta con que fracasen: hay que derrotarlos.

 

 

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