La polémica sobre el uso del velo en los institutos ya tuvo lugar en Francia entre 1989 y 2004. Del caso francés pueden sacarse varias conclusiones. La más importante es que lo que está en juego es el modelo religioso de escuela. El debate sobre la libertad de la mujer resulta engañoso en este momento. Hablar de discriminación al hilo de estos casos no llevará a nada y oculta el problema real.
Joaquín Urías / No creo que la polémica sobre el uso del “velo” islámico en algunos institutos españoles haya cogido a nadie por sorpresa. Cualquier lector habitual de prensa recuerda, sin duda, la descomunal polémica sobre el asunto desatada en Francia hace seis o siete años.
La cuestión es si, conociendo lo que pasó allí, seremos capaces de evitar ahora una deriva similar o estamos trágicamente condenados a repetir su historia.
En Francia a mediados de 1989 a un par de niñas –Leila y Fátima- se les prohibió acudir a su instituto llevando el ‘hiyab’, es decir, el pañuelo islámico que les cubría todo el cabello. La dirección del centro educativo justificó la medida en la necesidad de “respetar el carácter laico” del establecimiento escolar.
Inmediatamente, numerosas organizaciones de izquierdas y antirracistas salieron en defensa del derecho a llevar velo y otras en contra. Aunque las niñas llegaron a un acuerdo con el centro (se quitaban el pañuelo durante las clases pero lo llevaban el resto del tiempo) la convulsión social ya no se detuvo. L’Humanité, el periódico del partido comunista francés, encabezó la lucha a favor del derecho a llevar velo, en aras del respeto a su cultura. Frente a él, Liberation, el gran diario de izquierdas, tomó partido por la necesidad radical de prohibición de símbolos religiosos.
Inmediatamente por todo el país comenzaron a surgir institutos que prohibían el velo. En casi ninguno de ellos la cuestión del velo había sido un problema hasta entonces. Centenares de niñas fueron expulsadas en los años siguientes, mientras se sucedían debates, manifestaciones y todo tipo de opiniones y estudios sobre la laicidad y el uso del velo en los centros escolares públicos.
Casi todos los casos acabaron en los Tribunales, que demostraron que tampoco tenían una única solución, de modo que prácticamente la mitad de las expulsiones fue anulada y la otra mitad mantenida. La situación se volvió insostenible. No sólo era una causa de profunda división en el país, sino que el uso o no del velo se convirtió en una toma de posición mucho más radical de lo que había sido antes.
Finalmente el presidente Chirac encargó a una Comisión, dirigida por Bernard Stasi, la elaboración de un proyecto de ley que en 2004 resultó aprobado por amplia mayoríaen el Parlamento francés. Conforme a la nueva ley francesa, quedó prohibido todo signo religioso “ostensible” en las escuelas francesas. Pese a quienes anunciaban catástrofes y rebeliones la ley ha sido bien aceptada por la sociedad y la polémica, hoy día, prácticamente ha desaparecido.
La experiencia francesa debería servir de algo ahora que se ha planteado el primer caso español. No parece que por ahora sea así: en los medios de comunicación españoles y en los debates en las redes sociales se están repitiendo, calcados, los argumentos franceses.
Conviene señalar que en Francia, como aquí, la izquierda se hallaba dividida sobre el tema. En ese ámbito político de un lado se invocaba la laicidad del Estado y la libertad de la mujer y del otro el respeto a las distintas culturas que, por la inmigración, han pasado a formar parte de la sociedad. Exactamente igual que sucede ahora en España.
En el ámbito político de la derecha, sin embargo, no sucede igual. Toda la derecha francesa, en bloque, se alineó en contra del velo y por la laicidad de la república. Aquí, en cambio, el peso de la Iglesia Católica ha llevado a distintos sectores a apoyar la libertad de llevar signos religiosos en los centros educativos públicos, sean de la religión que sean.
Una visión de conjunto del problema lleva a la conclusión de que no hay soluciones evidentes ante un problema con tantas perspectivas en juego. Ante todo combiene destacar que hay dos líneas esenciales de discusión. De una parte está el debate sobre la posición de la mujer, de otro el debate sobre la religión en la escuela. En Francia se habló mucho más sobre escuela y laicidad, aquí, por el contrario, por ahora parece que se habla más de mujer y escuela.
A primera vista parece que esta perspectiva favorece esencialmente a la Iglesia católica. Una vez que se frustró toda polémica en torno a la presencia de crucifijos en las escuelas, acallando incluso cualquier intento de aplicación de la reciente Sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre el tema. La Sentencia no era unívoca, pero aquí se sofocó el debate público nada más nacer. Ahora, con el velo, parece que se hace lo mismo. En eso la Iglesia ha estado inteligente: ha manifestado un moderado apoyo al uso del ‘hiyab’, que le permite adoptar aires progresistas y pone una pica en Flandes de cara al debate sobre los símbolos religiosos.
La izquierda ha aceptado esquivar ese debate sobre la naturaleza de la escuela pública y se ha lanzado a una discusión estéril sobre la discriminación de la mujer cuyas consecuencias se pueden prever.
Es indiscutible que la norma musulmana consuetudinaria que obliga a las mujeres a taparse el cabello resulta discriminatoria para la mujer, al menos desde la perspectiva occidental. Sin embargo cualquier opinión sobre el uso del velo en la escuela que se sostenga en ese hecho cierto se enfrentará a dos problemas. El más evidente, la cuestión no resuelta relativa al grado de voluntad de la mujer que usa ‘hiyab’. Ponerse a discutir sobre eso no lleva a ningún sitio: como toda costumbre, ni es por completo impuesta ni es totalmente voluntaria.
El segundo problema dialéctico, menos evidente, es que en nuestra cultura también hay costumbres más o menos impuestas que discriminan a la mujer. Abordar el debate del velo desde esa perspectiva obligaría también a discutir si permitimos en nuestras escuelas el uso de barra de labios, pendientes o falda, elementos todos que, en la medida en que son de uso exclusivo de la mujer y tienen originariamente un objetivo estético cosificador, también suponen una discriminación a la mujer.
En definitiva, creo que abordar la cuestión del velo desde el debate sobre la discriminación de la mujer impide alcanzar ninguna conclusión y aboca, necesariamente, a posiciones estéticas, en las que no puede haber consenso. En el mejor de los casos ese debate terminará por marginar a una minoría inmigrante ya bastante marginada, y obviará cuestiones de mucha más trascendencia social que quedarán ocultas.
Frente a ello considero que resulta mucho más positivo abordar la cuestión desde el punto de vista de la escuela pública. No se trataría de la eterna discusión de si el ‘hiyab’ o el hábito de monja son voluntarios o impuestos, sino de qué modelo de educación pública debe proporcionar un Estado social avanzado y multicultural.
En este punto conviene recordar que los algunos de los principales países de mayoría islámica del mundo no permiten el uso del velo en la escuela, porque la escuela pública no es confesional. Ni en Indonesia, ni en Turquía, ni en Túnez, por ejemplo, se permite que las niñas lleven el pelo cubierto en los centros educativos estatales. Ese dato nos debería permitir reflexionar acerca de qué es lo que se discute.
En España no se ha discutido aún, de manera pública, un debate claro y argumentado sobre el papel de la religión en la educación que se paga con el dinero de todos. Posiblemente cada país necesite establecer un grado distinto de presencia religiosa en sus escuelas públicas, conforme a su realidad social y a su tradición; en la misma Francia republicana no se prohibieron totalmente los símbolos religiosos, sólo los ostensibles. Aquí es un tema que no ha sido abordado todavía. Habría, pues, que empezar a hablar, al hilo de la polémica del velo, acerca de cuántas religiones y cuánta religión cabe en los programas educativos. Y cuánta religión y religiones cabe entre los estudiantes, y con qué grado de ostentación. Hasta que se genere un cierto consenso.
Parece que ése es el debate que no le interesa a la jerarquía católica, que ha aprendido de lo que le sucedió a la comunidad judía de Francia. En 1989 el Gran Rabino de París protestó airadamente contra la permisión del velo islámico en las escuelas, porque lo consideraba discriminatorio para los judíos, a quienes los horarios escolares les impiden celebrar sus ritos. Al final, la ley aprobada en 2004 prohíbe tanto el velo… como la kipá judía. Eso sí, en Francia aún se permite que los estudiantes lleven crucifijos de tamaño moderado, y que las alumnas se pinten los labios.
Estoy ya harto de discursos islamófobos. Esto es fruto de siglos de intolerancia lingüística y religiosa por parte de Castilla y su extremidad, Expaña. De siglos en los que por no comer cerdo o hablar árabe te podían torturar los cristianos o quemar vivo en una plaza. Qué lecciones de laicidad van a darnos los que sacan en semanas santas, corpus, etc. a sus muñecos de paseo por la calle? Qué lecciones nos va a dar un libro sagrado (La Biblia) que apoya la esclavitud como algo aceptable y que defiende la sumisión de la mujer? Qué lecciones nos van a dar las Esperanzas Aguirre que juran delante de la Biblia y que se someten sumisamente al poder omnímodo de la Iglesia? Iros al carajo.
Creo que lo más adecuado es ejercer la pedagogía en este tema del uso del velo por parte de las mujeres musulmanas en los espacios públicos, sean cerrados o abiertos. A medio plazo creo que no hay otra actitud mejor que integrar en nuestra cultura la libertad del uso de distintivos identitarios e ir explicarnndo lo que supone el velo como signo de sumisión. Cuando libremente dejen de llevarlo nos reencontraremos en una cultura laica, con ellas y con cualquiera que use el velo o cualquier otro signo en el atuendo en el que se reconozca como creyente quien vaya vestido con largas chilabas y bonetes. No olvidemos que tambien hay hombres que usan signos identitarios o religiosos en su forma de vestir y no solo los curas del opus; hay hombres musulmanes que visten en la calle al uso de cierta ortodoxia religiosa.
Por otro lado decir que no me sirven los ejemplos turcos, tunecinos o indonesio, pues me temo que se han implantado sobre el dictado y la obligación, ejerciendo una presión autoritaría para imponer la modernidad occidental.
De todas maneras hay ejemplos para todas las actitudes, pero creo que preferentemente deben estar basadas sobre el respeto y la educación (este último ha de prevalecer siempre que haya conflicto escolar por el uso del velo islamico, educación que, además de escolar, ha de ser en todo aquello que se refiera a los usos y costumbres de un país plural y diverso como es España hoy día. Es preferible mirar el ejemplo britanico donde no se producen restricciones en el uso de las distintas formas de vestir por razones religiosas, y convencer desde el respeto a todos, que es más adecuado vivir el hecho religioso como algo privado e intimo. Pero claro, ahi hay que ser muy coherentes y los creyentes católicos españoles evidentemente no lo son, por tanto es una tarea larga y compleja donde insisto la base es el respeto, y el camino, aunque seá largo, la pedagogía.
Creo que es muy socorrido cuando algo no encaja echarles las culpas a la Iglesia, el velo se mire desde el angulo que se quiera, es social-religiosamente una descriminacion hacia la mujer, las chicas viven dentro de una comunidad donde las mujeres mayores son las que poco a poco les van induciendo a su utilización, en nombre de una supuesta castidad, y… lo siento pero estamos en España, lugar que ellos libremente han escogido para vivir, aquí se les ha acogido bien en la mayoría de los casos, pero hay unas normas que tenemos que acatar todos, ¡absolutamente todos! no nos vale que en defensa de unos supuestos derechos religiosos, nos quieran hacer cambiar nuestras costumbres, y eso no debemos de ninguna manera tolerarlo, ya sea con leyes estatales, o autonómicas, pero hay que defendedlas de ellas mismas.
Bien: pues a partir de ahora que ni una sola monja pueda entrar a ningún colegio, hospital, asilo o institución pública tapada. Que se quite su velo. Porque si no va a parecer que aquí se está discriminando a una religión y favoreciendo a otra, la Católica.
Brevemente…
Soy católico, y a pesar digo que este debate se debe solventar con IGUALDAD Y LAICIDAD.
Todos los símbolos religiosos, sobre todo si son ostentosos, fuera de recintos públicos educativos.
Es así de sencillo.
¿Por qué siempre tenemos que meter a la Iglesia Católica de por medio, por mucho que puedan los ríos revueltos beneficiar a unos u otros pescadores? ¿no se puede discrepar/respaldar una tesis sin meterles a ellos de por medio? ¿es que, de no existir la Iglesia, los musulmanes habrían accedido a quitar el velo a sus hijas?. Dicho lo cual, a meros efectos «depuradores», mantener que si prescindimos del elemento discriminatorio del velo, estamos haciendo lo mismo que imputamos a los católicos: tirar balones fuera en un remedo de Houdini. El velo es lo que es, y hemos de intentar que deje de seguir siendo lo que es. Las niñas que llevan velo -porque, señores, todavía no he visto a ningún niño musulmán llevando velo-, lo llevan siendo menores y, como menores, se les impone una prenda que les tapa parcialmente el cabello y el rostro, con el fin de que no puedan ser objeto de pensamientos luctuosos. Y decir que esto es como los crucifijos es caer en el reduccionismo más oligofrénico, indigno de los pensadores que tenemos. Reflexionemos sin miedo a disgustar a los de arriba ni a sus órdenes, y veremos que, como en Francia, se han de vetar en los centros Públicos todo signo ostensible de los credos. Y una cosa es una medalla con la mano de Fátima, la estrella de David o -perdónenme los fundamentalistas- el crucifijo, y otra muy distinta, un velo, una Kipa o un cucurucho de penitente sevillano.