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Homenaje a Enrique Morente

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“Estrella, llévame a un mundo con más verdades, con menos odios, con
más clemencia… “
Enrique Morente

Nunca tuve la oportunidad de estrechar la mano del maestro Enrique
Morente. Tampoco recuerdo haber cruzado con él ni una sola palabra.
Tal vez alguna mirada de admiración en uno de esos encuentros
fortuitos que inevitablemente se producen en una ciudad pequeña como
Granada. Tal vez en el patio del Aljibe de la zona defensiva de La
Alhambra cuando me invitaron a un dulce concierto de su hija Estrella,
en el Paseo de los Tristes o en San Nicolás. No lo sé. Pero lo sentía
cerca: familia con algún flamenco, amigos flamencos, gustos flamencos,
frustraciones flamencas y pasión compartida por ese barrio morisco que
es el Albayzín.

En Granada, como decía Blas Infante, el flamenco puede
nacer en cualquier esquina, como los poetas, y uno lo respira desde
pequeño a poco que preste atención, así que los maestros como Morente
son referencias culturales y, si me apuran, hasta morales. Si
recuerdo, sin embargo, como sonaban desde la calle Pintor Maldonado
los primeros acordes de su tema más célebre, La Estrella, mientras yo
porfíaba con el portero del nuevo estadio de Los Carmenes para que me
dejara entrar al acto inaugural del mundial de esquí del 95 que por
ausencia de nieve tuvo que celebrarse al año siguiente. El portero no
entendía que el que le pedía entrar por la cara – el carnet de prensa
deportiva resultaba completamente inútil –  era el mismo que radiaba
los partidos del Granada C.F cada quince días en una emisora social de
la zona norte de la capital, Radio Juventud,  para ser más exactos, y
eso, pensaba yo, me daba cierto derecho de pernada sobre el recinto,
independientemente de lo que se celebrara dentro. Morente empezó a
cantar y yo a impacientarme. Ni os cuento la cara de tragedia de mi
mujer. No se cómo ocurrió, pero aquel tipo fornido y desaliñado nos
dejó pasar. Subimos las escaleras como una exhalación mientras el
maestro ya estaba pidiendo un mundo sin fusiles ni venenos. Al llegar
a la parte superior del graderío, a tribuna, pudimos sentarnos sobre
el gélido hormigón y recuperar el aliento, al tiempo que saboreamos
los últimos acordes de este himno que un andaluz cabal quiso parir un
día, para fortuna de los efímeros mortales.

Cuando en estos días me llegó la noticia de su repentina enfermedad, lo primero que me vino a
la mente fue su Estrella. Estoy convencido de que el flamenco, al que
acaban de ratificar, sí, ratificar, como Patrimonio Oral de la
Humanidad, no tiene la fuerza mercantil de lo cantado en el idioma de
los hijos de la Gran Bretaña, porque si fuera así, estoy convencido de
que estaríamos ante un tema de resonancia mundial. Y no es chovinismo
andaluz ni granadino, es amor por el prójimo. Ojala la estrella guíe
al maestro Enrique Morente al mundo que soñó. Hoy, con su muerte,
hasta los ateos queremos creer en Dios.

Domingo Funes.

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