La dieta sostenible

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Manuel López Arrabal(www.lahuelgatranquila.blogspot.com

 La dieta óptima no sólo debe favorecer el buen funcionamiento del organismo, sino que también ha de tener en cuenta sus repercusiones sobre el medio ambiente y la sociedad. La alimentación despreocupada desde estos puntos de vista puede agravar problemas como la pobreza o la contaminación y degradación del medioambiente.
En cambio una alimentación consciente contribuye a resolver estos retos y hace posible que las generaciones futuras puedan continuar alimentándose en un mundo más sano. Por lo tanto, la llamada dieta sostenible es la más conveniente para el planeta y para cada uno de sus habitantes. Si no se habla más de este tipo de dieta quizá sea porque resulta muy complicado definirla, debido a que es muy difícil valorar el impacto económico y ambiental de cada alimento.

A menudo se realizan generalizaciones que no resultan del todo ciertas, como por ejemplo, que la carne resulta ambientalmente más costosa que cualquier alimento vegetal. En la práctica, la carne de pollo producida de forma ecológica en un entorno cercano a los lugares donde se consume, ejerce menos impacto que un zumo de frutas tropicales importada de otros continentes.

Comer es, probablemente, la actividad individual con mayores consecuencias ambientales y económicas, debido a que la industria alimentaria (deforestación para plantaciones de transgénicos, granjas y ganadería intensiva, pesca extractiva, elaboración de alimentos precocinados, envasado y transporte, recogida y gestión de la basura, etc.) es de las más contaminantes que existen.

 

Los principios básicos para seguir una dieta más sostenible podrían ser:

 

1.   Consumir proteínas vegetales. Desde el punto de vista nutricional, los cereales y las legumbres proporcionan hidratos de carbono de absorción lenta y proteínas (principalmente cuando se combinan en el mismo plato legumbres y cereales). Por tanto, según los expertos en nutrición, deberían constituir más del 50 por ciento del volumen total de la alimentación diaria. Los granos integrales no sólo son más nutritivos y saludables que los procesados y refinados, sino que además, su producción ha requerido un gasto mucho menor de recursos naturales y energía. Las diferencias se multiplican si se compara la huella ecológica de las legumbres y cereales con la de los productos cárnicos. Para producir una ración de carne de vacuno, hace falta la misma superficie de tierra que para producir 16 raciones de proteína vegetal. Y si la comparación se realiza en función del consumo de agua, obtenemos como resultado que para producir un kilo de trigo se precisan 30 litros, mientras que para un kilo de carne se necesitan hasta 300 litros de agua. Estos cálculos hacen pensar que si los países desarrollados consumieran menos carne, habrían más hectáreas para cultivar alimentos vegetales y más agua limpia para ser aprovechados por muchos millones de personas desnutridas, principalmente de los países “subdesarrollados”. Por otra parte, la producción de carne implica la contaminación del medio ambiente con purines, antibióticos y otros medicamentos, además de los perjuicios que ello supone para nuestra salud; en todo caso, es mucho más sano y sostenible el consumo de carne ecológica.

 2.   Evitar comprar productos de procedencia lejana. Las frutas y zumos procedentes de zonas tropicales suponen a menudo un lujo económico y ambiental. No hay que olvidar que la mayor parte del precio que se paga sirve para sufragar los gastos del transporte y de los distribuidores. Los agricultores, sin embargo, reciben una compensación ínfima y a menudo se ven obligados a utilizar plaguicidas químicos en dosis muy elevadas para alcanzar niveles de producción rentables y para que lleguen a su destino en buen estado. Además, por el tiempo que transcurre desde su recolección, pasando por su almacenamiento, hasta llegar a nuestra mesa, pierden gran parte de sus vitaminas. Preferir frutas y verduras locales y de temporada no sólo asegura su calidad, sino que refuerza la economía local. Por otra parte, es siempre preferible el alimento natural entero en lugar de transformado, como por ejemplo cuando compramos las naranjas en lugar del zumo elaborado, para exprimirlas en casa. En cuanto a la conservación de alimentos, son recomendables los métodos de conservación naturales, como la desecación o fermentación, porque alargan la vida del producto sin apenas gasto energético y conservan sus nutrientes. Por último, no resulta descabellado valorar la posibilidad de cultivar el propio huerto, incluso en una ciudad.

3.   ¿Qué alimentos elegir para minimizar la huella ecológica? Una vez cubiertas las necesidades básicas de nutrición, principalmente con frutas, hortalizas, legumbres y cereales, hay que considerar los otros alimentos, también esenciales, que completan nuestra alimentación.

Si empezamos por los aceites, la elaboración del aceite de oliva virgen extra no supone un consumo excesivo de energía para un consumidor de un país mediterráneo, debiéndose su excelente calidad y beneficios para la salud, por el simple hecho de extraerse de las aceitunas en la primera prensión mediante procedimientos mecánicos, sin la utilización de disolventes químicos a altas temperaturas, que sin embargo si se usan en aceites de menor calidad, como por ejemplo el de orujo.

Los productos lácteos son una fuente de proteínas y otros nutrientes, además de muy sostenibles siempre que se consuman los de producción local o regional. Los derivados lácteos son alimentos más tolerables para los humanos que la propia leche, y por tanto más digestivos y saludables, como por ejemplo, el yogurt, el queso fresco y la mantequilla (si son de producción ecológica, mejor). Una vaca, una cabra o una oveja producen cada año una cantidad de leche varias veces superior a su peso corporal, así que resulta muy sensato cuidar a estos animales en lugar de llevarlos al matadero.

El azúcar y el café, por ejemplo, son productos que se consumen en pequeñas cantidades, sin embargo producen un impacto ambiental desproporcionado. Una cucharada de azúcar refinado supone la transformación de diez metros de caña de azúcar, y una taza de café necesita de 140 litros de agua para el cultivo, producción y empaquetado de los granos.

La carne debería consumirse ocasionalmente y de forma moderada, puesto que su impacto ambiental es muy elevado. Para disponer de una hamburguesa convencional, se emplean nada menos que 2.400 litros de agua en los cultivos de pienso y en la crianza del animal hasta el momento de su sacrificio. Sin embargo, si la hamburguesa procediera de carne ecológica el consumo de agua sería mínimo. Que la carne sea ecológica significa que el animal se cría al aire libre, toma su alimento, principalmente, de los pastos del entorno natural donde viven, y bebe el agua de ríos o manantiales. De manera que, cuando se consuma carne, ecológica a ser posible, la tomaremos como un complemento en platos de verduras y no a la inversa.

Los huevos, también son productos muy básicos y fundamentales en nuestra dieta. Cada unidad que se comercialice en tiendas y supermercados, debe llevar un código alfanumérico que nos indique si la gallina vive en condiciones dignas, o por el contrario, está hacinada en una jaula sin ver la luz del sol, desde su nacimiento hasta su muerte. Todos los códigos grabados en cada huevo empiezan por un dígito del 0 al 3 seguido de las siglas del país de origen (por ejemplo 2ES…). Pues bien, si empiezan por 3, significa que las gallinas viven en jaulas de poco más del tamaño de un folio, se les suele cortar el pico para que entre ellas no se hieran y se les deforman las patas con graves heridas al pisar únicamente alambre. Si empiezan por 2, nos indica que viven en el suelo de naves densamente pobladas, de hasta 12 gallinas por metro cuadrado;  generalmente también se les suele cortar el pico y nunca salen al exterior. Si empiezan por 1, quiere decir que el huevo ha sido puesto por gallina campera, que sí sale libremente al exterior y se mueve con cierta libertad, siendo la densidad de gallinas no mayor a 1 por cada 4 metros cuadrados. Por último, los que empiezan por 0 nos indican que son huevos ecológicos, la libertad de las gallinas es similar a las camperas, pero además el 80% de su alimentación debe proceder de agricultura ecológica, limitándose además el uso de antibióticos y medicamentos. La diferencia de precio no es mucha y sin embargo comprando huevos que empiecen por 0 y 1 contribuimos a que las gallinas vivan en condiciones dignas, siendo además un alimento más saludable.

En cuanto al pescado, no es fácil asegurar si su consumo es o no sostenible. La producción en piscifactorías ecológicas es aún muy pequeña y existe una variedad tan grande de especies que resulta difícil, sino imposible, estar al corriente de la problemática de cada una. El atún, por ejemplo, es un pez cada vez más escaso y acumula en su grasa agentes contaminantes como el mercurio en dosis mucho más elevadas que otras especies. Además, el atún junto al pez espada o emperador, no se recomienda su consumo debido a que ambos ocupan la cúspide de la pirámide trófica marina y por tanto se alimentan de otros muchos peces, motivo por el cual acumulan mayor cantidad de metales pesados indeseables. Otra especie poco aconsejable es el panga, un pescado blanco barato que se cría en ríos asiáticos cuya agua se ha convertido en un “caldo” donde se mezclan piensos, antibióticos y residuos. Además, los trabajadores de estas granjas de pescado perciben un salario indigno de unos 60 euros al mes. En caso de duda, lo recomendable es seguir el consejo de las organizaciones conservacionistas que recomiendan no consumir las especies de la lista roja, ya sea por tratarse de peces en peligro de extinción o por los métodos que se emplean para capturarlos o criarlos. En esta lista están el atún rojo del Atlántico, el pez espada, el Rape, el bacalao del Atlántico, la merluza, el salmón salvaje y los langostinos. El salmón y el atún de piscifactorías tampoco son recomendables porque deben alimentarse con muchos kilos de otros peces. 
Las alternativas son muchas, baratas y saludables, además de permitir dar salida a especies lanzadas al mar una vez capturadas junto a otras. Las más conocidas y apreciadas son el congrio, el ratón, el galupe, el pardete (o lisa común), el pez plata, el jurel, la bacaladilla, el estornino, la caballa, la cabrilla, la boga, la pescadilla, el abadejo, la merluza argentina, el boquerón y la sardina, excluyéndose siempre los peces de tamaño inferior al permitido, también llamados inmaduros. Las sabrosas anchoas deberíamos dejar de consumirlas, al menos temporalmente, pues su actual ritmo de consumo no permite su recuperación. Por último, como alternativas al atún (que por su forma de captura, también produce muertes de delfines que nadan habitualmente junto a los bancos de atunes) están el bonito, el atún blanco o bonito del norte y la melva.

El agua, elemento esencial para la vida en el planeta, también para la nuestra, no se considera un alimento, y sin embargo está presente en la gran mayoría de los que consumimos. Cuando la tomamos sola (al menos un litro y medio al día nos recomiendan los expertos), solemos beberla en muchas ocasiones de una botella o una garrafa comercializada sin pararnos a pensar que además de ser un producto muy caro y poco sostenible, a veces sabe peor. En muchas ocasiones, el agua embotellada está sujeta a menos controles que el agua del grifo y su precio es unas 2.000 veces superior. En el mundo hay más de mil millones de personas que apenas tienen acceso al agua potable. Sin embargo, en la sociedad de consumo se están gastando cada vez más millones de euros y dólares para resolver el problema de todas las botellas de plástico que desechamos. Además, ya se ha demostrado que determinadas sustancias químicas cancerígenas procedentes del plástico pasan al agua que bebemos (sobre todo a partir de ciertas temperaturas). Las principales multinacionales del sector de las bebidas no alcohólicas han encontrado un gran negocio en el agua embotellada.
A partir de los años 70 idearon estrategias para crear una nueva demanda de la bebida sin alcohol más saludable, es decir, usaron los medios de comunicación para seducirnos y engañarnos con las supuestas “virtudes” del agua embotellada. Incluso se llega a infundir miedo a la población informando sobre la mala calidad del agua que sale del grifo. Una vez creada la demanda y el consecuente mercado multimillonario, lo defienden desacreditando a la competencia. Solo que, en este caso, la competencia es el agua potable (en la gran mayoría de los casos limpia y saludable) que recibimos en nuestros hogares. Ha llegado el momento de volver al agua del grifo. Tenemos que comprometernos a no comprar agua embotellada a no ser que el agua de nuestra comunidad esté realmente contaminada. También existen opciones muy interesantes para mejorar la calidad del agua que sale de los grifos, como por ejemplo usando filtros de carbón activo.

4.   Apoyar el comercio justo. Las tiendas de comercio justo son una buenísima opción para adquirir alimentos como el café, el té, el chocolate o el azúcar, procedentes de países lejanos pero que, además de ser alimentos ecológicos, respetan los criterios del comercio justo. Con este tipo de comercio nos aseguramos que nuestro dinero no va a parar a las empresas multinacionales ni a innumerables distribuidores y especuladores, sino que la mayor parte llegará a los campesinos productores, organizados en pequeñas cooperativas, facilitándoles de este modo un salario y una vida digna, además de ser sus prácticas agrícolas muy respetuosas con el medio ambiente.

La dieta sostenible ideal debería estar compuesta por alimentos ecológicos, porque son los únicos cuya producción se realiza de acuerdo con los ciclos naturales y sin contaminar la tierra ni las aguas. Por otra parte, varios estudios recientes indican que las granjas ecológicas emiten la mitad de dióxido de carbono que las explotaciones convencionales. Incluso gastan la tercera parte del gasóleo debido a que los trabajos con maquinaria pesada son menos intensivos. Las granjas ecológicas favorecen la conservación de las variedades locales de alimentos, reducen la erosión de los terrenos, crean puestos de trabajo especializados y refuerzan las economías locales. Si los alimentos ecológicos resultan más caros es porque necesitan más atenciones, porque no se exprime la tierra para obtenerlos y, porque actualmente sólo una pequeña parte de la población tiene interés en comprarlos. Una razón más para optar por los alimentos ecológicos es que también son más apetitosos y sabrosos, aunque muchas veces no sean tan grandes o vistosos como los obtenidos de forma intensiva.

Las principales razones para apoyar la producción de alimentos ecológicos son tres:

  1. La salud. Las personas que compran productos ecológicos, desean evitar riesgos innecesarios. Es sabido que los plaguicidas pueden causar cáncer, enfermedades nerviosas, alergias y trastornos hormonales. Estos agentes tóxicos deben ser evitados especialmente por los niños y mujeres embarazadas. Por otra parte, los alimentos ecológicos no pueden preceder de semillas manipuladas genéticamente, ni obtenerse de animales alimentados con piensos transgénicos, algo muy normal en la agricultura y ganadería convencional.
  2. El medio ambiente. La agricultura ecológica no contamina la tierra, el aire que respiramos ni el agua que bebemos. Las plantas y animales silvestres no sufren menoscabo alguno y ayuda a preservar el equilibrio natural de los ecosistemas. Al contrario, este tipo de agricultura puede incluso enriquecer la biodiversidad. En cambio, la agricultura convencional y, especialmente, la ganadería, son importantes fuentes de contaminación de la tierra y de las aguas del subsuelo debido, sobre todo, a los nitratos.
  3. La ética. La ley que regula la producción ecológica, establece unas condiciones dignas para la vida de los animales en las granjas. Por ejemplo, las gallinas ecológicas tienen espacio suficiente para moverse libremente al aire libre, mientras que la gran mayoría de gallináceas, tal y como se ha explicado antes, pueden vivir y morir en pequeñas jaulas sin recibir la luz directa del sol. En cuanto al precio, es cierto que alimentarse ecológicamente es más caro, pero sobre todo debido a la competencia de la agricultura y ganadería convencionales, muy favorecidas por las condiciones políticas y económicas actuales a través de ayudas y subvenciones, que sin embargo no contemplan los daños y gastos que se ocasionan en el entorno.

 

Finalmente, y a modo de reflexión, hay que considerar que los alimentos más beneficiosos para nuestro cuerpo lo son también para el planeta, constituyendo éstos la mejor y más equilibrada nutrición para todos los seres humanos. Igualmente, adquirir el hábito de llevar una dieta sostenible, además de ser completamente tolerante con las diferentes tradiciones culinarias de todo el mundo, nos permite que entre todos nos cuidemos mutuamente a través de un acto tan cotidiano como el de alimentarnos para sobrevivir.

 

 

PD: Aquí os copio el siguiente enlace http://www.granjasdeesclavos.com donde está muy bien documentado, por la Organización Internacional para la Abolición de la Esclavitud Animal y del Especismo, cómo se explotan los animales (los no criados de forma ecológica) para obtener carne, leche, huevos y derivados. Los vídeos, grabados en mataderos españoles, son muy duros (al menos para mí lo ha sido) pero he necesitado verlos para experimentar un cambio profundo en mi interior. Otro enlace hacia un documental por la justicia hacia los animales es: www.earthlings.com.

 

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