Estamos a 44 días de una cita trascendental: la Cumbre del Clima de Copenhague, donde debemos aprobar el instrumento global para afrontar la crisis climática. No se puede limitar a ser la continuación de Kioto, sino que el resultado debe ser mucho más ambicioso. Porque las evidencias sobre el avance del calentamiento global, y el conocimiento sobre sus consecuencias en la naturaleza, en la economía y en las condiciones de vida, son ahora más concluyentes de lo que fueron hace doce años. Y porque la actual crisis económica global pone de manifiesto que la estrategia tradicional, de pagar los platos rotos del crecimiento económico (desigualdad, externalidades ambientales, pobreza…) con parte de los frutos del crecimiento, ha dejado de ser factible. El modelo económico rompe más platos de los que es capaz de producir.
Las expectativas sobre los resultados de la Cumbre no son positivas en absoluto. La Unión Europea ha dejado de ejercer el liderazgo en la lucha contra el cambio climático que hace unos años mostró: la crisis del proyecto europeo ha llegado hasta aquí. Esta semana hemos sufrido dos varapalos: primero, los ministros de economía y finanzas han sido incapaces de consensuar un presupuesto para financiar acciones de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y de adaptación al cambio climático en los países no industrializados. Desde las ONGs ecologistas como Greenpeace o Amigos de la Tierra se considera este aspecto “crítico” para conseguir la implicación de países como India, Brasil o China en el establecimiento de un acuerdo global vinculante y efectivo para reducir las emisiones. Segundo, los ministros de medio ambiente de la UE se han estancado en la conocida fórmula de “20-20-20” (20% de reducción de las emisiones y un 20% de la energía renovable en Europa en 2020) en cuanto a los objetivos. La UE ha sido superada por Japón (que presentará una reducción unilateral del 25%) o Noruega (del 40%) en ese periodo. En estos malos resultados influyen el boicot de gobiernos del Este de Europa, como Polonia, y la apatía de gobiernos como el español, más preocupado en estas reuniones por blindar las ayudas al “carbón nacional” que por promover la responsabilidad global.
Por otra parte, el gobierno estadounidense, sin mostrar la hostilidad de la administración Bush, está muy lejos de ejercer el liderazgo que la UE ha dejado vacante. De hecho, su actitud sigue siendo más parecida a la de los países emergentes (que sólo aceptarán el acuerdo para no quedarse aislados) que a lo que cabría esperar de la mayor potencia del planeta y el principal responsable del actual nivel de gases de efecto invernadero en la atmósfera.
Demasiadas voces piden acometer primero la crisis económica global, y una vez resuelta afrontar la crisis climática. Y lo que es más grave: aunque no se diga, es lo que la mayoría de los gobiernos están haciendo. Ignorándose así que son las dos caras de la misma crisis: muchos consideraban que el mal ambiental de la burbuja inmobiliaria era un pago aceptable por el bien económico del boom de la construcción… hoy sabemos que ha terminado siendo tan devastador para la economía y el bienestar social como para el medio ambiente. El espejismo de la energía contaminante pero (hasta ahora) barata en términos crematísticos ha creado unas expectativas que no ha podido cumplir. Y el fantasma de la crisis alimentaria vuelve a asomarse, tras superarse este año, por primera vez en la historia, los mil millones de personas desnutridas.
Retrasar las políticas para combatir el cambio climático sería un error. Primero, porque eppur si muove. Pese a que algunas personas pidan un “paréntesis”, la crisis climática sigue avanzando. Hay nuevas evidencias sobre un impacto mayor del asumido en el informe de consenso del Panel Intergubernamental sobre la pérdida de hielo en el Ártico y en la península Antártica, con mayor impacto en la elevación del nivel del mar. Asimismo, el efecto de retroalimentación también parece ser mayor del tenido en cuenta hasta ahora: es posible que garantizar una subida de la temperatura global del planeta inferior a 2ºC precisará de una mayor reducción de las emisiones. En segundo lugar, retrasar la lucha contra el cambio climático para abordar primero la crisis económica es no aprender de nuestros errores, no asumir que lo que ha sido malo para el clima también lo ha sido para la economía. Las críticas liberales a la economía ecológica venía a decir que cuando la crisis ecológica fuera una posibilidad real, habría señales en el mercado que permitirían abordarla. ¿Perder el 2% del PIB global este año no es una señal suficiente?
No estamos de acuerdo con el diagnóstico convencional, que separa artificial, artificiosa e interesadamente la crisis económica de la crisis climática. No estamos de acuerdo con las soluciones convencionales, que agotan las energías sociales y del Estado en tratar de mantener la economía que nos ha llevado a este punto de no retorno. No estamos de acuerdo con el modelo: más crecimiento para pagar los costes que genera el propio crecimiento. No queremos resignarnos a que la Cumbre de Copenhague sea una oportunidad perdida más.
Proponemos un cambio en el modelo energético, para que se fundamente al 100% en recursos renovables. Esto es viable hacerlo en una generación, siempre y cuando el gobierno español deje de boicotear al sector de las energías renovables. Una verdadera revolución en la agricultura es imprescindible: un sistema agrario ecológico, que garantice la seguridad alimentaria, que también nos lleva a revisar una alimentación irracional e insalubre. Dar la vuelta al urbanismo y la política de transporte, que nos están expropiando nuestro espacio público… Propuestas que deben ser adoptadas en Copenhague, y que servirán para reparar la economía, para conservar el medio ambiente y vivir en un mundo más justo.
Andalucía, que como en tantas ocasiones, podía presentar un buen historial en su política para afrontar el cambio climático, ha retrocedido. Fuimos los primeros en adoptar medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (aprobando el único impuesto sobre las emisiones de CO2 en España), nos marcarnos objetivos energéticos mucho más ambiciosos que los planteados en España o incluso en Europa, multiplicamos la superficie agraria en producción ecológica hasta ser más del 50% del total en España… Lamentablemente, ya no es sólo que muchos casos los planes hayan sido incumplidos flagrantemente; es que incluso donde había logros concretos, se han abandonado.
Andalucía tiene la aptitud para actuar contra la crisis climática, que es actuar para salir de la crisis económica. Pero nos falta la actitud. Afortunadamente, eso tiene solución. Tan sólo se trata de no querer pasar a la Historia como los culpables de construir la Era de la Estupidez.
EDITORIAL 23-10-09
«Contra la estupidez hasta los dioses luchan en vano»
Alfonzo Lazo
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