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La Europa de Kavafis (Mediterráneo como centro y no periferia)

itacaEn el vientre del mundo habita un viejísimo Gigante. Aunque Kavafis se refería a Pelasgia (Grecia clásica), hoy ese monstruo de treinta extremidades y cabezas sería Europa. Concretamente, esta noción político-económica en crisis diseñada desde la frialdad de los números y no desde la humanidad de las letras. Desde la frialdad germánica y no desde la humanidad mediterránea. Un error de los delineantes que optaron por pinchar el compás en la mitad más oscura del continente, en lugar de hacerlo en la mitad más luminosa de las aguas. Europa bien pudo construirse a imagen y semejanza de Kavafis: un poeta griego y homosexual, de ascendencia estambulina, educado a la inglesa y francesa, nacido y muerto en Alejandría. Pero lo hicieron justo al contrario: despreciando la mediterraneidad como el humus de la memoria cultural europea. Sin duda, porque todavía repugna a muchas conciencias ignorantes que nuestra civilización comparta espacio con el norte de África.

Los Estados de la costa mediterránea ya no forman el collar de su pasado sino una horca para el futuro. Los europeos son llamados despectivamente periféricos por quienes ocupan el centro del poder. Y no es casualidad que sean los más amenazados de rescate. Los estados africanos constituyen la Línea Maginot frente al enemigo subsahariano. Las trincheras de la vieja Europa que encubre su racismo con normas tan despreciables como el Decreto-Ley 16/2012 que, bajo la tapadera de Medidas urgentes para garantizar la sostenibilidad del sistema sanitario, modifica la Ley de Extranjería para privar a los migrantes indocumentados de las prestaciones de atención primaria, excepto embarazadas y menores. La enésima medida de expulsión encubierta.

Esta deshumanización de Europa para salvar a unos ciudadanos europeos antes que otros, también forma parte de la compleja trama de parches contra la crisis. De manera sibilina se pretende sustituir a inmigrantes por emigrantes: echar a los extranjeros no europeos para contratar a los ciudadanos periféricos. Por ejemplo, andaluces que vuelven a la vendimia y jóvenes que huyen a cualquier parte. Y para ello es fundamental un quid pro quo con los Estados africanos de la frontera mediterránea. La Conferencia de Barcelona de 1995 fue el punto de partida para unas relaciones comerciales que han propiciado el desmantelamiento práctico de las barreras aduaneras en el sur. Que se lo pregunten a nuestros agricultores. Como aventuró en su momento Sami Naïr, esta «gran vecindad» ha permitido la asociación de Túnez o Marruecos con el mismo trato que Moldavia o Ucrania, pero nunca la integración como el vergonzante caso de Turquía. A cambio, cerrarán sus fronteras a los negros.

Y en medio de las dos orillas, ocupando los extremos del Mediterráneo, Andalucía y Grecia. Con los mismos males y los mismos remedios. Porque en contra de lo que decía Kavafis para sí mismo, las perlas del Mediterráneo poseen un enorme capital político para invertir en el Banco del Futuro. En Grecia es tiempo de Syriza y se llama Alexis Tsipras. En Andalucía, esperemos que llegue la primavera.

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