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Músculos , barrigas y clase social

Francisco Garrido. Si tienes  sobrepeso, gordo,  o una musculatura desmesurada, musculito; tienes una probabilidad muy alta de ser un trabajador en precario , un parado, una mujer separada y subempleada, etc  El 80% de las personas con sobrepeso son pobres.  Los gimnasios están llenos de jóvenes trabajadores en precario o en paro. Aunque la gordura se da en ambos sexos, abundan más en las mujeres mientras que los musculitos son propios de hombres trabajadores y jóvenes. Los kilos y los músculos se han convertido en un distintivo de clase como ante lo fue la delgadez, el calzado (las alpargatas), los relojes o las camisas (descamisados). Dice Eugenia Gil, en una magnifica investigación sobre la anorexia, que cuando las personas no controlan su vida tratan de controlar el cuerpo. Y lo hacen bien por el abuso de la comida , bien por el abuso del ejercicio o por el abuso del ayuno. Anorexia, sobrepeso o vigoresia (obsesión por la musculación) forman parte de estrategias fallidas contra la alienación. Una alienación que proviene de la dominación de género o de clase. La vigoresia fue en tiempos también un recurso de la comunidad gay contra lo mismo que hoy lo es en las clases trabajadoras jóvenes; la exclusión social y la negación de la identidad de clase ( o de opción sexual).

Las gordofobia o el rechazo social y estético al culturismo, como algo hortera, son, a su vez también, reacciones de odio de clase contra los trabajadores. Las clases medias, que es una categoría no analítica sino ideológica, y las elites ni están gordas, ni van al gimnasio a muscularse tomando anabolizantes y tortillas de clara de huevo. Esa cosas son de pobres, y lo malo es que tienen razón, los músculos y la gordura son un asunto de pobres.

Las condiciones materiales, y los antecedentes históricos, determinan y delimitan el campo de acción y de posibilidades pero son las fijaciones sociales y simbólicas las que otorgan a las conductas y a los objetos una significación especial que va más allá de su utilidad directa e inmediata. Ocurre igual con el fenómeno de la moda; el género, la etnia, la clase o la generación suelen expresarse y distinguirse por medio de las modas. En realidad la vigoresia y el sobrepeso no son sino “modas de clase” sobre el cuerpo.Cuando la moda no se concreta en cosas sino que se objetiva en conductas o se encarna en el propio cuerpo, la significación social es mucho más potente. Se puede cambiar de pantalón o de peinado con cierta facilidad pero no de cuerpo ni de hábitos como la alimentación o el ejercicio físico intenso.

La gordura y los músculos son una estrategia de resistencia de clase que resulta totalmente funcional a esa misma dominación de clase contra la que se levanta. El cuerpo del gordo y del culturista marca un espacio simbólico de  autonomía de clase en unos momentos en que dicha autonomía no existe. La cultura obrera ha sido sepultada por la cultura basura televisiva que rinde culto al cuerpo y la comida basura de la industria alimentaria que rinden culto al consumo . Ambas generan adición y se expresan dentro del campo de posiblidades de clase: la televisión basura es gratis y la comida basura muy barata. El culturismo es así la “cirugía estética” que se pueden permitir los  jóvenes trabajadores, y la comida baratas y rica en grasas y azúcares, la droga que se pueden pagar  las trabajadoras jóvenes y precarias. Los “canis”, con sus musculitos, y “las chonis”, con sus barriguitas al aire, son un desafíos al buen gusto de las clases dominantes.

La gordura o la vigoresia no pueden ser visto sólo como ejemplos de malos hábitos de salud o como expresiones de la incultura y el “mal gusto”, son una reacción y un síntoma. Si la izquierda se empeña en abordar estos problemas desde la asepsia salubrista o desde el “bien gusto” ( que es siempre el gusto de clase de las élites); el fracaso será rotundo y nos habremos situado en el territorio del enemigo y abandonado a los nuestros. El problema no es el sobrepeso, ni los músculos, , siendo esto problemáticos, sino las condiciones sociales y culturales  que denotan.

En las guerras culturales, y esta lo es; hay que tener en cuenta la ambigüedad radical de lo simbólico a la hora de su uso como resistencia o como alienación. Marx lo vio claro con la más importante de las confrontaciones culturales; la religiosa. Decía que la religión era a la vez: “El alma de un mundo sin alma; y el corazón de un mundo sin corazón”. Solo la reapropiación, sin complicidad alguna en la demonización de clase, de estas conductas simbólicas y su comprensión puede convertir lo que ha sido una condena, en   una oportunidad. El movimiento gay supo convertir a “las locas“ en un símbolo de empoderamiento, y a la par, mostrar al mundo que no todos y todas eran “locas”. ¿Para cuando un día del orgullo choni y cani?

 

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