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Panorama después de la batalla: las opciones tras las elecciones del 10N 2019

Rafa Rodríguez

La decisión de Pedro Sánchez de dejar correr el tiempo para que hubiese nuevas elecciones, paralizando la acción de gobierno, sumiendo al país en la inestabilidad política y haciendo coincidir la campaña con la sentencia del procés, ha sido, como se ha demostrado, una maniobra arriesga e irresponsable que coloca a los partidos progresistas, a las clases populares y a la propia democracia, en una situación mucho peor que la que existía tras las elecciones del 28 de abril.

La participación ha caído cerca de 6 puntos (69,88% frente a 75,75% el 28A), el bloque de la izquierda pierde 7 escaños, los mismos que gana la derecha y reduce su distancia de 21 a 6 frente a ella, el Parlamento está más fragmentado con el peligroso ascenso de la ultraderecha de Vox, la falta de medidas está pasando una gran factura económica, social, territorial y ambiental y en el horizonte está la perspectiva de elecciones en Cataluña y sentencia de los ERES.

En estas circunstancias hay tres salidas, dos muy malas y una complicada:

  1. La amenaza de que el bloqueo continúe y vayamos a unas terceras elecciones, lo que sería suicida en todos los sentidos.
  2. Un pacto con la derecha que impondría la agenda del PP, desgarraría al PSOE y le daría a la ultraderecha todo el espacio de la oposición, en una coyuntura de crisis institucional y desaceleración económica.
  3. Una coalición de gobierno entre los partidos progresistas con la abstención de los nacionalistas que no tienen la estrategia de cuanto peor mejor.

El resultado de estas elecciones ha colocado al PSOE en una situación bastante peor, ya que ha perdido 800.000 votos, tres diputados, la mayoría absoluta en el Senado y, sobre todo, la credibilidad de Pedro Sánchez ha descendido notablemente; Unidas Podemos pierde 7 escaños y MAS PAÍS irrumpe en el Congreso sumando 2 diputados al que ya tenía Compromís.

La derecha se hace más nacionalista y menos democrática, es decir más franquista. El PP gana 22 diputados (sube de 66 a 88), aunque el gran vencedor es la ultraderecha de VOX que pasa de 24 a 52 ganando 28 diputados alcanzando la cota del 15% de los votos. El gran perdedor es Ciudadanos, que pierde 47 escaños pasando de 57 a 10 diputados, lo que ha obligado a Rivera a dimitir y ha colocado al partido en trance incluso de desaparición. Rivera ha sido sin duda uno de los responsables del ascenso de la extrema derecha en España. En vez de ejercer un papel moderador en el bloque de la derecha, su falta de solidez política lo ha llevado a dar contradictorios cambios de alianzas hasta que, llevado por su nacionalismo españolista excluyente, se había echado en brazos de Vox que, con un discurso aún más fanático, le ha arrebatado gran parte de sus votos y, sobre todo, lo ha dejado sin esa identidad política impostada que había adoptado por su odio al nacionalismo catalán.

Los independentistas catalanes ganan un escaño, pero se acorta la distancia entre ERC, que pasa de 15 a 13, y JxCAT que pasa de 7 a 8, y se divide en tres por la aparición de la CUP.

El nacionalismo vasco gana dos diputados. Uno el PNV, que obtiene 7 diputados, y otro EH Bildu, que llega hasta los 5 y puede formar grupo parlamentario.

CCa-PNC-NC obtiene 2 escaños mientras que PRC se mantiene con un escaño y obtienen representación el BNG (1) y ¡TE¡ (1), con lo que la división económica entre el norte y el sur comienza a tener también proyección política en el Congreso: muchas Comunidades del norte tienen representación directa en el Congreso mientras que el sur peninsular carece de representación propia.

En estas circunstancias conseguir un gobierno progresista es mucho más complicado que antes de las elecciones ya que la correlación de fuerzas es peor. Sin embargo, hay dos circunstancias que lo favorecen: por una parte, que unas terceras elecciones no caben bajo ningún concepto en la agenda progresista y, por otra, que la pérdida de fuerza del PSOE lo hace más permeable a asumir un gobierno de coalición. Es el momento de que el nacionalismo que no está en la estrategia de cuanto peor mejor, es decir el nacionalismo constructivo del PNV, contagie a ERC que, a pesar de perder dos escaños, se hace imprescindible tanto en el Congreso como en el Senado, y que el Más País de Íñigo Errejón y Compromís pongan en valor su “magia” y consigan construir los puentes para que haya un gran acuerdo para un gobierno estable y progresista que acometa las reformas estructurales que necesitamos y devuelva a las cloacas a la extrema derecha franquista.

 

 

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