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Perder el miedo a no vivir en calma

imposibleUNA ley no escrita confirma que a mayor conflictividad social, mayor es el deseo latente de calma para quienes no protestan. Estadísticamente, son la inmensa mayoría. Incluidos los excluidos socialmente, los más vulnerables, los más débiles: parados, enfermos, dependientes, mendigos, ceroeuristas… Tan marginales e invisibles que manifiestan su derrota abdicando de su legítimo derecho a manifestarse. La derecha política, económica y mediática, lo sabe. Por eso alienta la bipolaridad y el exceso de la violencia, ocasional y calculadamente provocada. Y lo escenifica sin complejos, de la forma más burda posible. Tratándonos como a niños de primaria. Las masas muerden el anzuelo. Las dos: la que ansía seguridad desde el sofá con el mando a distancia; y la que gasta su libertad en las calles reivindicando acortar las distancias con los que nos mandan. Sin embargo, las consecuencias no son iguales para ambas. Mientras aquélla termina asumiendo que las medidas dictadas por los gobernantes son las más prudentes contra el caos, la masa que defiende a los más vulnerables se convierte en la víctima de una proyección psicológica sin escapatoria: si protesta, alienta el caos que acabará con ella; si calla, se autodestruye por sumisión.

La cinética del caos conduce al orden. La de la libertad, a la dictadura. Esta apariencia de democracia justifica a la perfección la muerte de las ideologías. La izquierda sociológica recorta el sueldo a los funcionarios y congela pensiones; mientras la derecha recorta el sueldo a los banqueros o reconoce con matices la dación en pago. Las ideas cambian de trinchera. Como disidentes en el mismo bando. Y el espectador termina descreyendo de la política como herramienta de cambio y se alista a la gestión como herramienta de continuismo. Prefiere seguir como está a correr el riesgo de ir a mejor, por muy mal que se encuentre. El votante se vuelve irreflexivo. O no vota siquiera, como gesto de rebeldía que paradójicamente consolida el sistema. El hambre produce bueyes o lobos. Pero no es igual la sensación de vacío cuando se viene de más a menos que cuando se ansía crecer de menos a más. La primera genera miedo, la segunda esperanza.

Es humano el miedo a la pérdida. A la muerte. A la quiebra. Al fracaso. Y, sin embargo, aceptarla nos humaniza. La mayoría de nosotros teme perder aún más de lo que ya ha perdido. El miedo anida en la amígdala del cerebro desde tiempos inmemoriales y nos empuja a quedarnos quietos como el mejor recurso frente al ataque de un depredador. El inmovilismo de esta sociedad medrosa, desgraciadamente, confirma la ley no escrita que nos convierte en bueyes o en lobos que fabrican más bueyes. Por eso ganará la derecha sociológica. La misma que gritó Viva las Caenas. La misma que reposa los músculos después de cualquier esfuerzo revolucionario aparentemente estéril. Sin embargo, la esperanza anida en el corazón. Y los neurólogos recomiendan que en caso de duda entre la razón y la intuición, nos dejemos guiar por el instinto. El mismo que me empuja a la calle. Sin miedo.

2 Comentarios

  1. andalú kabreao

    Sí, así es, noble A.M., tenemos que luchar con todas nuestras fuerzas contra estos prostituidos políticos PPerro$ociata$&mamporreros de Izqda Undida, rehenes del Gran Capital. Porque el porvenir que nos han trazado, en especial a los andaluces, es el de una ‘región’-suburbio de la periferia de Europa, proveedores de mano barata, empujada a competir con los sistemas de producción -creados por las mismas élites depredadoras- del capitalismo salvaje chino y de otros países de la misma catadura moral.

    O combatimos en todos los frentes o ya sabemos el futuro que nos aguarda:

    http://www.youtube.com/watch?v=Qw4zmq17og0&feature=related

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