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Podemos ha cambiado las reglas

Javier Terriente / Las primeras palabras de Pablo Iglesias nada más conocerse los resultados de las Europeas, dan una idea bastante exacta de lo que significa y pretende esta novísima fuerza política: “No podemos estar satisfechos con el resultado porque mañana seguirá habiendo desahucios”… “Podemos no nació para jugar un papel testimonial sino que nació para ir a por todas”…. Quiere esto decir que ha irrumpido en el panorama político no para apropiarse de un reducido espacio a perpetuidad, que le permita  convertirse en un leal instrumento auxiliar de tal o cual fuerza política bajo el signo de la auto complacencia, sino que aspira expresamente, desde el mismo acto fundacional, a gobernar en una suma de muchos y distintos; no de cualquier manera o a cualquier precio. Su propósito es hacerlo mediante nuevas alianzas políticas y sociales que trascienda a los partidos, e impulsar un proceso constituyente hacia una nueva democracia política, económica y social. Para Podemos, la proyección democrática marca una nueva manera de ser y de hacer política.

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Estamos, pues, ante una fuerza que nace con una clara voluntad de gobernar (“sustituir a la casta”) y lo expresa sin complejos como un proceso lógico, indispensable y posible, que pondría freno al sufrimiento de tanta gente; mañana ya es tarde. Una lectura apresurada de semejante desafío podría confundirlo con una vana ilusión o una grosera concesión electoralista impropia de la  izquierda pura, pero, en realidad, se trata exactamente de lo contrario: la degradación del sistema en todas sus dimensiones, al despojarlo de su antigua capacidad de tutela hacia los más desfavorecidos, exige respuestas inmediatas que la izquierda institucional ha sido incapaz de atender. En resumen, si “las masas no pueden esperar”, Podemos y sus potenciales aliados deben actuar con prontitud si no se quiere correr el riesgo de que se abra un abismo insalvable entre la política y los ciudadanos que conduzca a la dictadura. De ahí que sea fundamental contribuir a una alternativa colectiva de amplio espectro democrático que permita alcanzar el gobierno y, además, urge a hacerlo, siendo lo inmediato una oportunidad para acelerar los cambios.
Una de las razones de la irrupción de Podemos ha sido la idea-fuerza de que la utopía es un sueño verosímil que se construye día a día en la vida cotidiana. El llamamiento a la solidaridad, al sentido cooperativo, a la participación democrática y el activismo individual y colectivo para alcanzar metas superiores, valores rescatados de las mejores páginas del movimiento obrero y progresista y motor de los nuevos movimientos sociales, ha convertido en protagonistas a centenares de miles de ciudadanos anónimos que no quieren dejar de serlo. Podemos les ha facilitado la oportunidad de que cada uno se sienta indispensable en la tarea de cambiar el curso de las cosas.
Las elecciones europeas han demostrado que hay vida más allá de los partidos tradicionales de la izquierda y que la política no es patrimonio exclusivo de ellos. Constreñirla a ese ámbito ha sido sin duda uno de sus mayores errores. Hasta ahora, las opciones electorales estaban mediatizadas por la “utilidad” del voto y la resignación existencial a la hora de decidirlo. Un halo de fatalidad recorría los colegios electorales. El descrédito de la “política realmente existente”, ha creado la percepción de que los problemas diarios de la gente no encuentran en ella las soluciones que demandan. Tanto más, si la actividad de los partidos se reduce a la mera acción electoral e institucional y a la selección endogámica de sus representantes y cúpulas dirigentes. Parece como si la sociedad real se hubiera vuelto invisible salvo en la retórica de las campañas y  el papel de los programas. De ahí el relativo éxito de una determinada corriente de opinión, deudora de antiguas certidumbres, según la cual el 15 M o las Mareas, aunque merecedores de apoyo puntual, solo reflejaban intereses parciales, sectoriales, más o menos corporativos, o eran flor de un día; en todo caso, estaban condenados a la esterilidad política y se les miraba con recelo como potenciales competidores. Mientras tanto, desde hacía bastante tiempo, la política verdadera se había trasladado desde las instituciones a la calle, el mejor laboratorio de ideas y de proyectos de los últimos años. Una vez allí instalada, maduró en un sin fin de iniciativas que ahora rebotan alzando el vuelo hacia el parlamento europeo. Eso significa que el tiempo de los partidos de corte clásico ha entrado en una fase de agotamiento (López Bulla y Amén). De hecho, PP y PSOE, han sufrido un fuerte descalabro e IU, en el mejor de los escenarios  posibles, no ha alcanzado ni de lejos sus objetivos electorales. En cambio, una nueva formación, Podemos, con cuatro meses de existencia, descalificada de todas las maneras imaginables, se ha convertido en un invitado inesperado… e indeseado.
Antipolítica y política democrática.- Sin duda, las élites europeas han querido legitimarse trucando las propias reglas de funcionamiento dela UE a través de la aprobación con fórceps del Tratado de Lisboa. En un ejercicio de prestidigitación inaudito han dado carta de naturaleza a la usurpación del proyecto social europeo a manos de la Troika, el BCE y Alemania. Hasta parece natural que las decisiones económicas y financieras sean tomadas por un pequeño grupo de funcionarios llegados de las grandes corporaciones responsables de la crisis. Queda claro que esa dinámica infernal ha servido de coartada para intentar desmantelar el Estado social de derecho en toda Europa, con matices distintos pero con un común denominador: la quiebra completa de los derechos y de los avances sociales, sin excepción. No resulta extraño en absoluto que la antipolítica haya hecho su aparición como un fenómeno de masas. Más aun, cuando la conversión de la socialdemocracia a la fe neoliberal y el declive o desaparición de los PC ha llevado a la izquierda a sucesivas derrotas que han acabado por eliminar obstáculos a la expansión de corrientes xenófobas y neofascistas. Sin embargo, lo que aquí podría haber sido una tormenta perfecta para el avance de fuerzas de extrema derecha, no ha acabado por materializarse. En parte porque cohabitan en el PP, pero también porque el deterioro de la política y de las instituciones centrales del Estado no se interpreta mayoritariamente como una enfermedad congénita del sistema democrático en general (fascismo), sino como un hecho excepcional que afecta a este sistema concreto por dejar de ser suficientemente democrático y social, a esta política y a estos políticos por sus infamantes e incondicionales servidumbres, y porque conforman un régimen blindado y autosuficiente de mutua ayuda que les garantiza la continuidad en la alternancia de poder.
Afortunadamente en nuestro caso (Grecia en parte), esta visión crítica, que no nihilista, del devenir de la política ha constituido el sustrato de una amplísima rebelión en defensa de la democracia política y de los derechos sociales y económicos, de la dignidad frente el poder arbitrario y los privilegios de las clases dominantes, del plurinacionalismo frente al centralismo jacobino conservador, y del laicismo frente al nacional-catolicismo rampante. De ese modo, la presencia activa, consciente y organizada de los ciudadanos y trabajadores en las calles y plazas ha supuesto, en ausencia de otros instrumentos políticos e institucionales, el auténtico contrafuerte, el dique todavía frágil del “no pasarán” a los desmanes de la Troika y de las élites europeas y al avance de la antipolítica. Ninguna profesión, clase, categoría social, edad, nacionalidad o condición ha quedado indemne de los recortes ni al margen de los  protestas. En este sentido, Podemos ha sabido reflejar el sentir general de las asambleas del 15 M, las Mareas, las reivindicaciones de los trabajadores, de los Afectados por las Hipotecas, del movimiento ecologista y feminista, de los inmigrantes, de los mayores… dando por sentado que sus derechos, todos, son igualmente importantes y representan un todo indivisible desprovisto de cualquier orden jerárquico. Probablemente este sea uno de sus mayores aciertos.
Nace una nueva “cosa” política.- Es evidente que el trastrocamiento del mapa electoral tiene bastante que ver con el punto final de un modo de hacer política y de los modelos tradicionales de partido. Con todas las cautelas, habría que señalar que la  fuerte contestación social de estos años ha ido gestando la necesidad de otra política y la formulación de nuevas alternativas. Una diversidad de nuevos sujetos sociales han ocupado, sin proponérselo, el vacío político producido por la retirada de los partidos de su espacio natural: la plaza pública. De este modo ha ocurrido un fenómeno inesperado. Ya no son los partidos quienes marcan la agenda social, son los movimientos quienes determinan la política y la agenda de los partidos.
Sin duda, Podemos expresa una negación de los comportamientos y de las conductas habituales de los partidos, aquellos que afirman en los programas y en las campañas lo que niegan con los hechos, utilizan la política como una forma de ascenso social, cuando no de enriquecimiento, justifican lo innombrable, y mienten y mienten sin descanso hasta la extenuación. Y a su vez, plantea la exigencia moral de que la política sea un ejercicio coherente, transparente y se guíe por normas democráticas. Esa ruptura de la dicotomía forma/contenido, entre métodos de organización y decisión y contenidos programáticos, apunta a un hecho radicalmente nuevo respecto a la política tradicional: la forma, el método, es a su vez fondo y contenido, o lo que es lo mismo, no hay política democrática posible ni creíble si no se sustancia en formas, métodos y comportamientos colectivos e individuales democráticos.
No parece equivocado afirmar, finalmente, que Podemos constituye una nueva formación política en construcción situada en las antípodas de la política habitual. O mejor, puede estar llamada a ser el embrión o la levadura de lo que en un futuro próximo sería un nuevo sujeto político, una nueva “cosa” original donde confluyan partidos, sindicatos, movimientos, organizaciones, personas…, en diferentes grados de participación, desde abajo, sin límites preestablecidos.
La opción de refugiarse en el gueto de la izquierda puede ser tentadora, pero superar los viejos y muy respetables esquemas de la izquierda histórica, aunque se trate de un asunto complejo, será clave para aglutinar a todas las fuerzas y ciudadanos posibles en una gran plataforma de iguales, en condiciones de abrir un proceso de refundación democrática. Ante sí, Podemos tiene una tarea ingente: organizarse construyendo esa otra “cosa”.