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Por economia procesal

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Concha Caballero.07/01/2012.

Confieso que soy una enamorada del lenguaje, de las metáforas e incluso de los neologismos cuando resultan expresivos. Me apasiona el uso del lenguaje que impone cada tiempo, cada sociedad e incluso cada Gobierno.

Por ejemplo, Felipe González fue un magnífico gobernante en términos lingüísticos. Aunque en mi opinión fue un tanto trilero en los contenidos políticos, sin embargo, fue un fantástico gestor de la lengua. A él le debemos el rescate y el prestigio del uso del andaluz en los medios de comunicación y en las instituciones. Además, se transformó en un libro andante de pedagogía que igual explicaba complejas ecuaciones matemáticas que sencillos procesos sociales. Su palabra talismán fue «obsoleto», un término que rescató del baúl de los recuerdos y que oponía con gracia a su hallazgo de la modernidad, el altar ante el que ofreció todos sus años de gobierno. Incluso en su despedida acuñó un oxímoron que ha quedado como un clásico: «la dulce derrota» que, aunque consoló a sus fieles en aquella noche electoral, los lanzó al desierto durante años. Eso sí, con mucho arte.

José María Aznar fue menos creativo en el uso del lenguaje, más parco en palabras y nada creativo en sus alocuciones. Bien, mal, váyase y poco más. Era, sin embargo, tan influenciable en cuanto al uso de la lengua que le bastaron unas horas en compañía de George Bush para adoptar el acento sureño de la criada de Escarlata O’Hara.

José Luis Rodríguez Zapatero adoptó un conjunto de palabras que la derecha política bautizó con el término de «buenismo»: talante, alianza de civilizaciones, España plural. Esta triada fue demonizada por el TDT party y convertida en chanza continuada en sus tertulias.

El gobierno de Mariano Rajoy es prometedor en términos lingüísticos. «Eso es una insidia» se convirtió en trending topic en las redes. Han bautizado la recesión como «congelación» y los recortes como «ajustes». Ahora han acuñado el término «economía procesal», que no es ninguna nueva asignatura de derecho o de económicas, sino una forma fina de decir «no me da la gana». ¿Por qué no va Rajoy al Parlamento a explicar sus recortes? Por economía procesal (porque no le da la gana), ¿por qué no comparece ante los medios de comunicación? Por los mismos motivos. Faltó preguntarle a Soraya Sáenz de Santamaría si los ciudadanos de a pie tenemos derecho a dar estas respuestas o se trata solo de un privilegio presidencial porque, la verdad, me gustaría ampliar las vacaciones «por economía procesal».

El silencio procesal de Rajoy está dando un infinito trabajo a su candidato andaluz, Javier Arenas, que no tiene otra opción que volverse interpretador de recortes, suavizador de venenos y disimulador de entuertos. Esta situación política le ha obligado a abandonar la oposición encarnecida y a poner en su boca la palabra pactos. El líder andaluz del PP no da abasto para proponer acuerdos y cataplasmas a la sociedad. Un día sí y el otro también tiene que desmentir que se vaya a recortar dinero o servicios. Si él gobierna propiciará un gran acuerdo para que no haya recortes en la enseñanza pública. Si él consigue mayoría absoluta bajará los impuestos aunque en el Estado se hayan subido. Si llega al poder propiciará un gran acuerdo que consiste, básicamente, en no aplicar las políticas de Rajoy en Andalucía. De esta forma, los andaluces tendremos la suerte de contar con un PP especial que no recortará la ley de Dependencia, ni castigará a los funcionarios, ni se confrontará con la enseñanza pública, ni subirá los impuestos, ni reducirá el Presupuesto de la Junta. Qué va. Esto va a ser un gobierno del PP sin tener las molestias de las políticas del PP.

Mientras tanto, Javier Arenas cada jueves mira al cielo e interpreta los augurios. Eleva su plegaria para que ese Consejo de Ministros no le lance un nuevo obús a la línea de flotación de su discurso. O, al menos, que Rajoy le permita, por economía electoral, ser la república independiente de Andalucía por unos meses.

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