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Reflexiones melancólicas a contracorriente. (1 de 2).

desierto 

JUAN GOYTISOLO

 

Desde la orilla sur

La relectura del ensayo «Cara y cruz del moro en nuestra literatura», incluido en Crónicas sarracinas publicado por Ruedo Ibérico en 1982 con motivo de su reedición en Obras (in)Completas, me llenó de melancolía. Con distintos disfraces, la historia se reitera. La aversión al moro real y la maurofilia literaria se complementan: son las caras inseparables de la misma moneda.

 

La relectura del ensayo «Cara y cruz del moro en nuestra literatura», incluido en Crónicas sarracinas publicado por Ruedo Ibérico en 1982 con motivo de su reedición en Obras (in)Completas, me llenó de melancolía. Con distintos disfraces, la historia se reitera. La aversión al moro real y la maurofilia literaria se complementan: son las caras inseparables de la misma moneda.

 

Desde la animalización brutal del morisco por los propagandistas de su expulsión -de Aznar de Cardona al Patriarca Ribera, arzobispo de Valencia y santo de la Iglesia- y la idealización compensatoria del noble granadino vencido en las novelas de abencerrajes y zegríes, y del Romancero de la guerra de África, exaltación patriótica de la cruzada de O’Donnell y la conquista de Tetuán, en contraposición al embellecimiento mítico del pasado musulmán de la Península por autores románticos como Florán o José Joaquín de Mora, la doble imagen se transmite de una generación a otra mediante una acumulación de clichés que no tienen en cuenta la percepción objetiva de los hechos ni las complejidades de la historia.

 

La guerra del Rif y el recurso a míseros mercenarios rifeños durante la Guerra Civil ennegrecieron aún más la imagen del marroquí en el ámbito de la opinión pública española sin que la labor esclarecedora de quienes la ponen en entredicho (María Rosa de Madariaga, Eloy Martín Corrales, etcétera) barriera este secular atavismo. Lo de «leña al moro» forma parte de nuestro subconsciente y toda tentativa de analizarlo conduce a la marginación de quien lo intenta. La santa alianza de la derecha más bruta y de la extrema izquierda que hoy presenciamos muestra el peso abrumador de nuestra herencia. El lugar de los abencerrajes y zegríes de antaño en nuestro imaginario heredohistórico lo ocupan ahora los «hijos de las nubes». La oscilación pendular entre el desprecio al marroquí real y su imagen idealizada no se sujeta a ninguna fuerza de la gravedad.

 

El clamor antimarroquí que concitó la poco gloriosa retirada del Sáhara en febrero de 1976 -tanto por parte del ejército colonial africano y los prebostes del régimen de Franco como por la oposición democrática recién salida de las catacumbas- recreaba el arsenal de tópicos que configuran la identidad hispana a lo largo de los siglos. Concluida la «romántica epopeya de Marruecos» -la frase es de Alarcón en su Diario de un testigo de la guerra de África-, el último oficial en salir de El Aaiún lo hizo al grito de: «¡Moros, hijos de puta! ¡Viva el Polisario!». En 1977, en el mitin inaugural del recién legalizado Partido Comunista, la llegada de una delegación palestina con su bandera en el terreno de juego del estadio madrileño en el que se celebraba el acontecimiento fue acogida por el público enfervorizado al grito de «¡Polisario vencerá!». Treinta y tres años después, la extrema izquierda y Falange Española marchan codo a codo en su apasionada defensa de la causa independentista sin que esa extraña convergencia induzca a la primera a plantearse preguntas.

 

Existen en la actualidad según la prensa más de 400 asociaciones prosaharauis en España (incluso en El Ejido), pero ¿cuántas se ocupan en defender los derechos humanos de los inmigrantes magrebíes y subsaharianos en nuestro propio suelo? El Partido Popular que acusa al Gobierno de abandonar la causa saharaui apoya, en cambio, las medidas xenófobas de la extrema derecha europea respecto a quienes han perdido su empleo a causa de la crisis y corren el riesgo de convertirse en sin papeles. En corto: solidaridad y activismo a favor de los que no llegarán nunca a nuestras playas para «quitar el trabajo» a nuestros compatriotas y desprecio por los que conviven de forma precaria entre nosotros o se estrellan contra los muros de la Fortaleza Europea. ¿Cómo no se le ocurre a nadie examinar las razones históricas de tan llamativa diferencia? La suerte injusta de la población saharaui tanto en El Aaiún como la que sufren desde hace más de tres décadas los refugiados en Tinduf no podrá resolverse sin un consenso interno y un acuerdo negociado entre las partes, por difícil que parezca por las causas que analizo más tarde. Entre tanto, más que «condenados a entenderse», España y Marruecos parecen condenados a no entenderse.

 

Así ocurrió en el «heroico» episodio de la reconquista del islote de Perejil por Aznar y acaece hoy con el desalojo de los acampados en Agdaym Izik y la revuelta de El Aaiún. Ni una ni otra parte examinan a conciencia los propios errores en vez de recurrir al arsenal de clichés descalificadores del adversario. En medio de tanta ceguera y griterío me refugio en la lectura de Al sur de Tarifa de mi admirado Alfonso de la Serna.

 

Elogio de ‘Tel Quel’

Soy desde hace años un fiel lector del semanario marroquí Tel Quel. Su defensa sin falla de los valores cívicos y democráticos me recuerda a la de Cambio 16 en nuestra Transición. Con su álter ego arabófono, Nichan, obligado a suspender su publicación a causa de la asfixia económica de que era objeto por su independencia editorial y franqueza de opinión, es un islote de libre reflexión en un océano de conformismo y de retórica huera. Su crítica del majzén y del islam ideologizado que se extiende hoy por todo el ámbito musulmán así como su condena de la censura tanto en el campo político como en el social, educativo y artístico responden a su aspiración a un futuro mejor y más abierto de la sociedad marroquí en su conjunto. Ningún aspecto de esta escapa a su ojo avizor: pobreza, desigualdad, corrupción administrativa, carencia de un poder judicial libre e independiente. Tan difícil empresa es el eje en torno al cual gira un semanario cuyo ex editorialista, Ahmed Benchemsi, merece los parabienes de cuantos deseamos un avance más rápido hacia el advenimiento de un Marruecos plenamente moderno y democrático.

 

La crítica de Tel Quel al sistema no es partidista ni sectaria: aspira a la objetividad. Los logros conseguidos en el último decenio -el reconocimiento de las violaciones masivas de los derechos humanos en tiempos de Hassan II y la indemnización a las víctimas de los mismos; el nuevo estatus legal de la mujer que le concede el divorcio y otros derechos igualitarios; el progreso imparable de la darixa o árabe dialectal magrebí en los medios de comunicación audiovisuales; la apertura a la diversidad cultural bereber, etcétera- son otras tantas razones, comentaba el recién dimitido Benchemsi, para no ceder al desánimo y seguir en la brecha. Aunque con altos, frenazos y retrocesos, el núcleo intelectual de la sociedad civil marroquí -a diferencia del de la gran mayoría de países árabes- resiste y tiene su portavoz en Tel Quel.

 

Los recientes reportajes del semanario sobre los acontecimientos en el antiguo Sáhara colonial español son un ejemplo de buen periodismo y, hasta fecha de hoy (1-1-2011), lo mejor que he leído sobre el asunto. Día por día y hora por hora, el enviado especial al campamento improvisado de Agdaym Izik relata los hechos sin apriorismo alguno. A diferencia del silencio y la confusión informativa de la prensa oficial y del eco complaciente de la española a la propaganda del Polisario, La verdad sobre los insurgentes de El Aaiún, El Aaiún a sangre y fuego y Sáhara, cómo todo basculó se ajustan escrupulosamente a sucesos y cifras comprobables y contrastadas. Los informes posteriores de la organización Human Rights Watch confirman su cifra de víctimas mortales: once militares y paramilitares marroquíes y dos saharauis. Toda guerra es, como se sabe, una oficina de propaganda, y lo acaecido primero en el campamento y horas más tarde en El Aaiún es una ilustración perfecta de ello. El conocido episodio de la instantánea de unos legionarios españoles posando orgullosamente ante el objetivo de la cámara con las cabezas de varios rifeños decapitados fue reproducido, por ejemplo, quince años después por Corriere della Sera mussoliniano y el diario sevillano Falange Española atribuyendo la fechoría a «la monstruosidad roja» y a su ensañamiento con los honestos soldados de Franco. La historia reitera sus ciclos e imposturas: la foto de los supuestos niños saharauis heridos difundida por todos los medios de comunicación españoles cuando en realidad se trataba de palestinos ametrallados en Gaza o de la mujer asesinada en Casablanca en 2007 convertida por los independentistas en una mártir de su causa son un exponente claro de un activismo partidista ajeno a toda pretensión de verdad.

 

La oficina de propaganda de Rabat ha sido como de costumbre más torpe y lenta: el caso del muerto inexistente en Melilla el pasado verano es un botón de muestra. Pero hay algo más grave. La falta de reacción inmediata a las acusaciones delirantes de genocidio lanzadas por los activistas prosaharauis y la prohibición a los periodistas españoles de acceder a El Aaiún revelan un increíble autismo. Que el discurso de Mohamed VI con motivo del trigésimo quinto aniversario de la Marcha Verde no hiciera mención alguna a la creciente protesta social de los acampados en Agdaym Izik causa perplejidad. ¿A ninguno de los consejeros reales se le ocurrió la idea de abordar el tema de sus reivindicaciones y desactivar así la revuelta que se incubaba?

 

Tras establecer un balance de las víctimas mortales, convalidado como dijimos por la organización Human Rights Watch -los militares que desmantelaron el campamento no portaban armas de fuego y fueron degollados o lapidados por quienes se habían adueñado de la organización de Agdaym Izik-, el editorialista de Tel Quel concluía:

«El descontento de la población saharaui -pobreza, paro, promesas incumplidas…- fue el caldo de cultivo de la violencia desatada el 8 de noviembre. La chispa que la hizo prender fue la evacuación con mangueras de 3.500 jaimas. El campamento improvisado un mes antes era expresión de una protesta social, no de una reivindicación independentista. Pero una y otra vez acabaron mezclándose contra el enemigo común: esa administración que desde hace 35 años favorece la corrupción endémica y el enriquecimiento escandaloso de algunos mandamases locales, instrumentalizados ad náuseam por Rabat a fin de mantener supuestamente los equilibrios tribales».

 

Frente a este fracaso -la tardanza en comprender que quien domina la comunicación gana la guerra ante la opinión pública-, solo la transparencia informativa y la respuesta a las demandas sociales de los saharauis pueden garantizar un futuro mejor para nuestra ex colonia. El proceso de descentralización inspirado en las autonomías de Galicia, Cataluña y Euskadi solo será creíble en la medida en que Marruecos reforme sus instituciones para dar paso a un Estado verdaderamente democrático.

 

JUAN GOYTISOLO

Publicado en el suplemento “Domingo” de El País de 16/01/11.

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