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¿Hay mayor irresponsabilidad política que no renovar el TC?

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La renuncia del vicepresidente del Tribunal Constitucional, Eugeni Gay, y de los magistrados Javier Delgado y Elisa Pérez Vera, que deberían haber sido sustituidos el pasado noviembre, representa un gesto desesperado ante la irresponsabilidad del PSOE y el PP por no renovar el TC.

La Constitución española establece que los 12 miembros del TC serán designados por un período de nueve años y se renovarán por terceras partes cada tres. El hecho de que sea la propia Constitución la que prevea este mecanismo tan singular de renovación indica que estamos más ante un contendido básico que ante un procedimiento formal. Se trata de algo consustancial a la propia naturaleza del órgano ya que con esta conexión en las renovaciones se impide las rupturas en su jurisprudencia y permite la seguridad de la continuidad en la interpretación de los conflictos constitucionales. Se trata por lo tanto de la piedra angular sobre la que descansa, en última instancia, toda la construcción jurídica de nuestro estado de derecho.

Pues bien, en medio de una crisis económica y social sin precedentes, la falta de acuerdo entre PSOE y PP por causas estrictamente partidistas está minando la legitimidad del Alto tribunal de forma absolutamente irresponsable, justamente cuando más falta hace por la previsible dimensión de los conflictos políticos que esta crisis está agudizando (Estatutos de Cataluña y Andalucía, Bildu, Sortu, etc.)

Los dimisionarios remitieron ayer al presidente del Constitucional, Pascual Sala, una carta de renuncia que pretende forzar su sustitución en el plazo más breve posible. El presidente del TC decidió anoche que rechazaba las renuncias. Los magistrados dimisionarios se han preguntado qué hacen prolongando su labor en el TC si el PSOE y el PP se incumplen flagrantemente la Constitución desde hace ya seis meses mientras que en las plazas se reivindica democracia real ya.

Pero este escándalo trasciende incluso la propia dimensión constitucional del problema. Muestra la crisis del propio bipartidismo como sustento de un determinado modelo de democracia anémica. El bipartidismo centralista del PP y del PSOE está mostrado una absoluta falta de respeto por las instituciones que conforman nuestra democracia sin percatarse que están enseñando sus propias miserias a la opinión pública y su falta de funcionalidad en este situación social de emergencia en la que vivimos. Con él está terminando la época del desarrollismo y su decadencia explica mucho de los comportamientos políticos que no tendrían sentido fuera de este contexto. Pero la política democrática es la creación colectiva que conecta ideas (realidad deseada) y opinión pública (realidad percibida) en un espacio y en un tiempo social. Si se ignoran alguno de estos elementos solo quedan dogmatismos u oportunismos.

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