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David Abril. Estados Unidos ha permanecido mudo hasta el momento en la Cumbre, y es la coartada perfecta para China, que quiere sacar provecho de su consideración como país “en vías de desarrollo” para seguir manteniendo su alto nivel de emisiones y así, su alto nivel de crecimiento económico fundamentado en la explotación indiscriminada de las personas y de los recursos naturales. Japón por su parte se ha convertido en esta cumbre en el escudo de los norteamericanos, y en el más firme defensor de otro acuerdo diferente tras Kyoto, que huya de compromisos, de acuerdos econòmicos y de ámbitos de decisión y acción multilateral

¿Salvar el clima o salvar Cancún?

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Aunque la COP16 empezó con un alto nivel de escepticismo, expresado no sólo en la opinión pública y los medios de comunicación, sino también entre los propios participantes y las “partes”, parece que finalmente puede haber lugar para el acuerdo. La ubicación de la cumbre es una metáfora de las contradicciones que rodean a las grandes decisiones (o a la ausencia de las mismas) sobre el clima: eventos y reuniones repartidos en grandes hoteles y edificios separados por grandes distancias, en una zona costera de explotación turística intensiva y de acceso restringido para los propios mejicanos y mejicanas “de a pie”.

Un escepticismo más que fundamentado, por las incertidumbres sobre el futuro del protocolo de Kyoto tras el fracaso de Copenhague, que se convierte en indignación de las ongs y la sociedad civil que des de perspectivas muy diversas se han unido en los últimos meses bajo el común denominador de que si no queremos que cambie el clima, hay que cambiar el sistema.

Estados Unidos ha permanecido mudo hasta el momento en la Cumbre, y es la coartada perfecta para China, que quiere sacar provecho de su consideración como país “en vías de desarrollo” para seguir manteniendo su alto nivel de emisiones y así, su alto nivel de crecimiento económico fundamentado en la explotación indiscriminada de las personas y de los recursos naturales. Japón por su parte se ha convertido en esta cumbre en el escudo de los norteamericanos, y en el más firme defensor de otro acuerdo diferente tras Kyoto, que huya de compromisos, de acuerdos econòmicos y de ámbitos de decisión y acción multilateral. Los países del Sur, con diferentes acentos, están muy presentes en la COP: el bloque africano, que reclama compromisos y la creación de un fondo de adaptación, y denuncia que la ayuda de 30.000 euros anunciada en Copenhague no ha llegado todavía. Y el grupo del ALBA, con Bolivia como portavoz, que no duda en denunciar la falta de responsabilidad y solidaridad de los países ricos, y reclama desde Cochabamba justicia y democracia climática como línea de base para el futuro de las políticas globales sobre el clima.

A todo esto, la UE (y con ella, España), parece que están en condiciones de recuperar, aunque sea tarde, un cierto liderazgo en el compromiso efectivo contra el cambio climático, y en los pasillos ya corre la noticia del anuncio del 30% reducción de emisiones para el 2020, tal y como reclamaba el mundo ecologista. Está por ver si la posición de la UE, que llega tarde pero aporta algo de luz en este oscuro túnel de la búsqueda del acuerdo, tendrá efectos ejemplificadores para el conjunto de la comunidad internacional, pero sobre todo para los países industrializados y muy particularmente para Estados Unidos y China.

En cualquier caso, y llegados a este punto, son muy mayoritarios aquellos que en la COP16 quieren un acuerdo que renueve los compromisos de Kyoto, y que de alguna manera, salve la Cumbre de Cancún y la Convención de Cambio Climático de Naciones Unidas como intrumento multilateral para afrontar las políticas sobre Cambio climático. En mi opinión, lo de menos en este momento es el contenido del acuerdo, que probablemente sólo avance sobre dos cuestiones: la constitución de un fondo económico para ayudar a los países empobrecidos en transferencia tecnológica y en adaptación, y un marco de mayor transparencia que corrija la deriva economicista y mercantilista del mercado de emisiones y los objetivos de mitigación.

Será un acuerdo insuficiente, sin duda alguna, sobre todo porque las proyecciones del IPCC, o las cada vez más relevantes investigaciones sobre adaptación presentadas en la COP, como la que ha apoyado el gobierno español para América Central y del Sur, demuestran que todo lo que se haga es poco. Y en materia de responsabilidades compartidas pero diferenciadas, o de acuerdos vinculantes, avances cero. Los detractores de Kyoto llevan demasiado tiempo boicoteando el desarrollo del Protocolo como para que esto se pueda arreglar en unos días y temen sobre todo dos cosas: primero, subordinar el crecimiento económico a objetivos de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero que necesariamente implicarán cambios sustanciales en materia productiva y energética. Segundo, que haya un ámbito supranacional de toma de decisiones, más allá de los compromisos, del que puedan quedar desplazados por su inmovilismo. Y no hablamos de cualquier cosa, ya que las políticas sobre cambio climático pueden hacer temblar en el futuro grandes estructuras de poder, y las filtraciones de Wikileaks a este respecto conocidas en días pasados así lo confirman.

Por eso, si se salva el multilateralismo en la toma de decisiones sobre el clima, algo se habrá ganado, o por lo menos algo no habremos perdido. Pero para aquellas y aquellos que pensamos que con eso no basta ni de lejos, y que el tiempo se nos echa encima, hay una próxima batalla que es necesario ganar: que la democracia impregne el proceso de toma de decisiones sobre las políticas de cambio climático, empezando por el ámbito local y regional, pasando por los Estados y, por supuesto, en el ámbito internacional y multilateral. Quienes ya sufren las consecuencias del cambio climático sin tener que esperar al 2020, ni al 2050, y quienes creen que hay que hacer algo serio ya, incluso desde perspectivas ideológicas diversas, somos la inmensa mayoría del planeta, y hay que tomar la palabra y promover la acción.

Es bastante probable que en 2011 la crisis económica no haya tocado fondo, y quienes habían apostado por dejar que el tiempo pasara y con él la crisis, para volver a la senda del productivismo y del consumo desenfrenado, pueden empezar a ver con buenos ojos una profunda reconversión productiva en clave verde, necesaria para avanzar hacia eso que se ha venido en llamar “economías bajas en carbono”, empezando por Europa, donde no es casual que finalmente se adopte la medida del 30%. Es la única manera de salir del atolladero en el que no sólo se encuentra la cumbre de Cancún, sino cientos de millones de personas que miran con escepticismo sus propias vidas y su futuro.

David Abril, coordinador de IniciativaVerds desde Cancún, post extraído de: http://proyectoequo.org/

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