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El ecoandalucismo como paradigma alterglobalizador

estrecho-300x296Si de la Tierra venimos, la Tierra entera es mi país. Y todos los mundos mis parientes son (Abu-l-Salt de Denia)

1.- La tiranía de los mapas

Verano del 77. Verano de cuadernos Rubio y transición a la adolescencia. La mía y la de Andalucía. Las siestas comenzaban al terminar el parte de las 3 y terminaban al comenzar el de las 9. Yo las mataba rastreando versos cursis con la intención de reutilizarlos frente a una chica que me sacaba 2 años físicos y 10 mentales. Por supuesto, ella no quiso y todo quedó en una tentativa de deseo. El último poemario que utilicé con esa fallida estrategia fue “Marinero en tierra”. Estaba solo en casa de mis abuelos. Mis padres se habían marchado un fin de semana a la playa sin mí. Fue la única vez que lo hicieron. Una puñalada infantil. Apenas un fin de semana del que recuerdo cada uno de sus 172.800 segundos de ausencia. Lo abrí al azar. “La niña rosa, sentada./Sobre su falda,/como una flor,/abierto un atlas”. Con los poemas me pasaba entonces lo que ahora con las noticias deportivas o políticas: los consumía sin pensar y casi sin sentir. Aquel no y no sé bien por qué. Quizá por ese aroma pecaminoso entre inocencia y erotismo que sugiere la escena. Jugué a imitar a la protagonista. En el cajón de las cosas viejas de mis abuelos encontré dos atlas. Uno del 42 y otro del 74. En el primero, el mapa político de Europa se descomponía en dos enormes manchas de color: amarillo Alemania, rojo URSS. En el segundo, la mitad de España se llamaba Castilla, azul la Vieja y verde la Nueva. Recorté sus siluetas para fabricarme un continente imaginario de cuatro colores. El puzzle encajó después de arrojar parte de la Alemania Democrática, Checoslovaquia y Castilla la Vieja a la basura. Lo llamé “parchís” en una vergonzante crisis de imaginación. Cuando volvieron mis padres lo guardé en una lata de membrillo junto con una calcomanía de piratas que utilicé de bandera, el poema de Alberti como himno, y un puñado de canicas que hicieron las veces de civiles y soldados. Este verano la encontré en una mudanza. Extendí aquel mapa político sobre un escalón. Y no supe contener el miedo a ser dios que no sentí cuando niño.

Había creado una patria. Una matria. Una nación. Un Estado. Una federación. Una confederación. Un imperio. No lo sé. Pero había jugado a lo mismo que llevan haciendo los seres humanos desde que se comenzó a escribir la historia científica de las civilizaciones. Mejor dicho: la biografía bélica de la humanidad. Jugué a ocupar violentamente la tierra que no es mía. Y a imponer sobre sus habitantes lo que pienso y siento. Por eso cada territorio se pinta en los mapas políticos de un mismo color. Como si todos sus ciudadanos fuesen rojos o azules. Como si todos hablaran la misma lengua. O adorasen al mismo dios. O tuvieran los mismos derechos y obligaciones. Jamás fue así. Y ahora, sinceramente, no sabría qué decir.

De un lado, porque lo diverso es consustancial a la sociedad contemporánea. De otro, porque lo uniforme es consustancial a la sociedad contemporánea. Nunca la gente ha sido tan distinta y tan parecida a la vez. Paradójico. Cuántico, si se prefiere. Pero cierto. Dentro de las fronteras políticas de los Estados-Nación, especialmente del primer mundo, conviven distintas sensibilidades, distintas creencias, distintas etnias, distintas nacionalidades, distintas maneras de pensar y sentir. Sin embargo, la diferencia se tamiza a través de un mismo orden jurídico-político que toma como referencia material el capitalismo globalizado. Todos los distintos tienden a un parecido comportamiento consumista y a una parecida aceptación del marco cultural impuesto en las leyes que acatan. El fenómeno globalizador es imparable e irreversible. Pero en contra de los que nos han hecho creer, mucho más que universalizar las diferencias, uniformaliza a los distintos. Genera un orden caótico. Teje una inmensa red que nos atrapa y nos impide ver las afueras que nos habitan dentro.

No todos somos rojos o azules. Pero a todos nos helaría la sangre admitir una traducción jurídica de esta diferencia que implique discriminación. Por ser mujer. Por ser homosexual. Por ser transexual. Por ser viejo. Por ser musulmán. Judío. Cristiano. Negro… Y sin embargo la admitimos sin apenas darnos cuenta por ser pobre o (in)migrante. O incluso por pensar o actuar al margen de los cauces convencionales del sistema. Y de entre todas las discriminaciones, quizá la más invisible, sea la derivada de la pertenencia o no a la comunidad jurídica del Estado de residencia. La nacionalidad. En rigor, “estatalidad”. El accidente de haber nacido en un lugar concreto (ius soli) o ser hijo de unos padres determinados (ius sanguinis) te confiere un estatus jurídico distinto al de tu vecino de bloque. Con el que tomas el autobús cada mañana. Con el que trabajas. Con el que has decidido compartir el resto de tu vida. Y todo por culpa de la organización geopolítica del poder mundial fundada en los Estados-Nación. En el principio de las nacionalidades: a cada Nación un Estado. Cuando es mentira. La única realidad es que cada Estado se justifica sobre una Nación inventada al uso. Sobre un concepto de Nación estereotipado, falso, impuesto, alejadísimo del concepto de Pueblo del que trae causa.

Ahora entiendo al último Blas Infante cuando decía con rotundidad: Bueno está que por insuficiencia léxico-gráfica se haya deslizado alguna que otra vez, incluso, por nosotros mismos, con respecto a Andalucía y con relación a nosotros, los términos Nación y nacionalistas. Pero yo confieso a Vdes. que, aún, antes de haber investigado cuál es el verdadero contendido de estas palabras, siempre llegué a sentir una repugnancia invencible ante ese nombre, y, sobretodo, ante este calificativo. Porque el Estado-Nación encierra en sí mismo la misma segregación injusta e injustificable que los Estados racista, patriarcal o integrista. En éstos, los elementos discriminatorios son la etnia, el género y la religión. En aquél, la propia “nacionalidad” (estatalidad) con la agravante hipócrita de haber surgido históricamente para acabar con la discriminación derivada del vasallaje. Ser “nacional” de un Estado me confiere la titularidad y el ejercicio de los derechos fundamentales reconocidos en su Constitución. No serlo me convierte en un paria jurídico que a lo sumo aspiraría a la titularidad y ejercicio de los derechos humanos, y de aquellos otros que compasivamente me quiera conceder el Estado. Y la verdad es que incluso puede hablarse sin tapujos de “no ciudadanos”, de seres humanos sin derecho a los derechos humanos, condenados en el mejor de los casos a la caridad, al encierro y a la expulsión. Algo abominable para el pensamiento universalista y libertario del andalucismo infantiano. El único andalucismo que reconozco y respeto.

Aunque resulte sorprendente proviniendo de alguien calificado como nacionalista y Padre de la Patria andaluza, el último y más auténtico Blas Infante negaba el concepto mismo de Nación. Por supuesto, se refería al concepto territorialista, etnicista y de aspiración estatalista-excluyente. El concepto estereotipado. Y lo hizo en estos términos que no dejan lugar a la duda: “Estaría bueno que, con relación a un fantasma, se hubiera llegado a afirmar un principio organizante de la Humanidad entera. Y, sin embargo, yo creo que ha sido así. La nación como objetividad real, no puede llegar a ser comprobada porque no existe realmente… Pero de esta tesis, que sería sensacional, si su proposición hubiese logrado el ser formulada por una pluma menos humilde que la mía, nos ocuparemos después. Quédense, por ahora, los lectores con la extrañeza de ver en el pórtico de un estudio relativo a un objeto como el andalucismo, que ha sido adjetivado de nacionalista, esta afirmación paradójica de que “no existe la nación”; y, vamos a lo que por de pronto me interesa demostrar: el fracaso definitivo del Principio de las nacionalidades. Porque demostrar el fracaso práctico del principio de las nacionalidades, implica la probanza de que ha fracasado, prácticamente, también, la idea de nación”.

2.- El hijo devorando a Saturno: Pueblo, Nación y Estado

El mal comienza con la falsa y aviesa identificación de dos conceptos políticos distintos: Estado y Nación. Cuerpo y alma de los Pueblos. Es cierto. Pero no necesariamente unidos entre sí. Y cuando lo están, tampoco necesariamente por un solo vínculo. Existen Estados sin Nación. Y Naciones sin Estado. Y Estados plurinacionales. Y Naciones pluriestatales. En consecuencia, Estado y Nación no son términos sinónimos. Ni simétricos. Ni simbióticos. Sin embargo, la geopolítica mundial ha conseguido generar la convicción colectiva, incluso científica, de tomarlos como espejos cuando jamás lo fueron, ni en sus formulaciones clásicas. La Nación implica etimológicamente un parto: el nacimiento político de un Pueblo. De su conciencia política colectiva. Para luego postularse como Estado. O no.

Los Pueblos son en la medida que tienen memoria colectiva. No necesitan más, ni nacer ni demostrar su existencia. Un Pueblo ya era antes de postularse como Nación y, en su caso, como Estado. Sin embargo, la democracia representativa ha convertido al Pueblo en un concepto invisible. Inexistente. Lo ha fagocitado. Ahora se le llama eufemísticamente “sociedad civil”. Supongo que en contraposición a las sociedades militares, eclesiásticas o mercantiles. Y acusan injustamente a esta sociedad civil de desmovilización, de estar invertebrada, de indiferencia. Hasta tal extremo alcanza la intención de anular al Pueblo por el poder oligárquico de la democracia representativa, que incluso le nombran un Defensor (de los individuos aislados e indefensos que lo componen), como si el Pueblo fuera menor de edad o incapacitado.

La Nación, por el contrario, nace. Sin parto no hay Nación. Necesita una partida de nacimiento para demostrar su existencia. De manera que sólo hay Nación desde que el Pueblo se postula políticamente amparado en su memoria colectiva (espacio, tiempo, nosotros). Nación y Pueblo sí son un binomio indisoluble desde que aquélla nace y éste pare.

En su raíz más auténtica, el concepto político de Nación surgió con una doble finalidad: paliar las discriminaciones sociales de la mayoría del Pueblo frente al poder monárquico-confesional; y “deconstruir” las macrounidades políticas de poder imperial-colonialista en Estados reducidos al tamaño de sus pueblos culturales. No consiguió ninguna de las dos.

La revolución francesa utilizó principalmente el concepto Nación para anular las diferencias sociales derivadas del vasallaje absolutista y clerical. Sólo esas. Pero sólo para unos cuantos. La anti-clase burguesa, hasta entonces ajena al poder político visible, consiguió de esta manera incrustarse en las estructuras del Estado justificando su inmersión en el manido lema “igualdad, libertad y fraternidad”. Pero era mentira. La ley que debía hacer iguales, libres y hermanos a los excluidos, generó una nueva anti-clase en el incipiente proletariado, y mantuvo la extra-clase que formaban las mujeres, homosexuales, herejes, esclavos, tullidos, mendigos y demás marginados sociales. No fue el Pueblo quién accedió al poder estatal disfrazado de Nación, sino una miserable parte de él, compuesta por hombres adinerados y de un concreto credo religioso, la que terminó arrogándose el todo en una infame metonimia política a la que llamaron “soberanía nacional”, amparada teóricamente en un contrato social inderogable y excluyente que sólo firmaron unos pocos. Así pues, la misión igualitarista de la Nación fracasó en el mismo momento del parto. El Estado asesinó al Pueblo que lo creó. Como si el hijo devorase a Saturno.

El concepto político de Nación también surgió como un mecanismo corrector territorial con el fin de acomodar la artificiosidad de los imperios colonialistas a la realidad de los pueblos culturales. Pero la descomposición europea tras la primera guerra mundial y su recomposición política en el Tratado de Versalles, no hicieron sino confirmar la burda mentira del Estado-Nación que se mantenía y se mantiene viva desde la vieja paz de Westfalia. Y con ella, su trampa: la ley nacional. Como dije antes, yo prefiero llamarla “estatalidad”. Porque no se trata de un vínculo jurídico que ate al ciudadano con su Pueblo-Nación, sino con su Estado y con su Derecho como arma de dominación cultural sobre los ciudadanos a los que somete.

Los nacionalismos (separatistas o fascistas) que surgen en España y otros lugares de Europa con el afán de desmontar esta farsa de los Estados-Nación, no cuestionaron jamás la dinámica discriminatoria de la estatalidad. Todo lo contrario. Se ampararon en ella para exaltar sus privilegios étnicos o territoriales. Los nacionalismos separatitas elogiaron las virtudes de su pueblo para afirmar su propia soberanía a la vez que negaban la del Estado al que pertenecían. Los nacionalistas fascistas utilizaron la identidad nacional con criterios xenófobos para reafirmar el Estado a la vez que negaban la condición de ciudadanos a miembros de la población que lo componía. Los separatistas pretendían destruir el Estado-Nación para crear otro. Los fascistas confirmaban el Estado-Nación como identidad predatoria frente a las naciones humanas (minoritarias o no) que lo integraban. Sin embargo, a pesar de estas aparentes diferencias entre separatistas y fascistas, los dos nacionalismos convergen en priorizar lo propio sobre lo ajeno. En el rechazo del otro para ser yo mismo. Y en el empleo de la ley como espada y no como bálsamo. Andalucía no. El andalucismo, tampoco. Para Blas Infante, en Andalucía no hay extranjeros. Todas y todos, sean andaluces o no, españoles o no, europeos o no, tienen los mismos derechos. Son iguales ante la ley. Esta afirmación pionera de ciudadanía universal fue realizada hace casi un siglo por alguien calificado y reconocido como nacionalista. ¿De verdad lo era? ¿Hablamos entonces del mismo nacionalismo?

3.- Andalucismo: nacionalismo antisistema

Cuando surge técnicamente el concepto republicano de Nación como expresión política de Pueblo, en su doble vertiente igualitarista y anti-imperalista, tanto la clase gobernante derrocada como la anti-clase revolucionaria y la masa utópica que la seguía (extra-clase), conformaban una sociedad grumosa pero homogénea. Todos tenían la misma nacionalidad. La misma religión. La misma lengua. La misma cultura. El mismo color en el mapa político. La aspiración legítima del Pueblo por parir una Nación igualitaria y humanista no calibró en ningún momento que también tendría que acoger en su seno con idénticos derechos a mujeres, homosexuales, herejes, esclavos, tullidos, mendigos y, sobre todo, extranjeros. En verdad, sólo una parte privilegiada del Pueblo fue la que se autodenominó Nación para convertirse en Estado. Y luego, en Estado-Nación. Cerrando un círculo falaz que la humanidad ha terminado creyendo como dogma de fe cuando se izan las banderas en los juegos olímpicos o en la fachada de Naciones Unidas (en rigor, Estados enfrentados).

El socialismo utópico en sus distintas versiones sacó al proletariado de los márgenes sociales para elevarlo al rango de anti-clase frente al Estado-Nación capitalista; más tarde, se convirtió en clase gobernante en las sociedades comunistas; y últimamente, ha terminado desagregándose en átomos dentro de la sociedad líquida del bienestar. El feminismo lleva siglos resquebrajando el techo de cristal que hacía invisibles a las mujeres frente al poder machista. Lo mismo cabe decir de los luchadores por el reconocimiento de la libertad de opción sexual o religiosa. La democracia formal ha dado cabida a todas esas naciones humanas dentro de los Estados-Nación, otorgándoles regímenes jurídicos particulares para superar las discriminaciones materiales que todavía padecen. Nadie en su sano juicio toleraría hoy en Occidente la existencia de un Estado formalmente integrista, patriarcal o racista. Y sin embargo se  admite con cada vez menos reparos la concesión de derechos coyunturales a mujeres, homosexuales, discapacitados o comunidades religiosas minoritarias, con tal de conseguir la igualdad material desde la diferencia jurídica. A cualquiera, salvo a los extranjeros. Los mismos que no existían al tiempo de la concepción política del Estado-Nación occidental y que hoy atestan sus aceras. Ahí radica la brecha del sistema. Invisible. Sutil. Y perversa.

El Estado-Nación segrega a sus habitantes entre nacionales y no nacionales. Los primeros, acceden al marco jurídico privilegiado del sistema. Los segundos, a las cloacas. Si el nacionalismo conlleva por definición la complicidad con este modelo político, yo no podría ser nacionalista. A menos que recuperemos el concepto radical, matriz, original, humanista y republicano de nacionalismo como reivindicación político-igualitaria del Pueblo frente al Estado discriminador. Visto así, indudablemente soy nacionalista. Andaluz para más señas. Porque Andalucía, en cuanto memoria colectiva, encierra en sí misma el espacio y el tiempo como localizadores políticos frente a su negación impuesta por el consumismo globalizado. Porque Andalucía, en cuanto memoria colectiva, encierra en sí misma una identidad política intermedia, un nosotros, entre el yo cada vez más aislado y la Humanidad sin personalidad jurídica. Porque Andalucía, en cuanto memoria colectiva, siempre fue un paradigma de la defensa diversalista frente a todos los intentos de asimilismo cultural, siendo especialmente grave el que está causando el uniformalismo globalizador. Porque Andalucía, como memoria colectiva, siempre basculó en su actuación política desde la prudente inacción a una democracia insurgente que hoy serviría de complemento perfecto al monopolio representativo. Porque Andalucía, como memoria colectiva, es un Pueblo cultural de libre adscripción, universalista y libertario. Ése y no otro es el sentido auténtico del lema que nos define como Pueblo-Nación: “Sea por Andalucía Libre, España y la Humanidad”.

No se trata de un nacionalismo antinacionalista. A lo sumo, hablaríamos de un nacionalismo radical demócrata. Antiestatalista. Anticapitalista. Antisistema. Por citar un ejemplo, la Constitución de Antequera, más que fundar un Estado, anulaba el contrato social que justificaba el existente y sentaba las bases para la creación de uno nuevo, de abajo arriba, desde la libre adscripción del individuo al municipio y del municipio al cantón y del cantón al Estado, tomando como referente ideológico el “federalismo” de Proudhom. Yo creo en él. Y en el espíritu bakuniano que permite desertar del contrato social que no firmé nunca. Por eso decía Blas Infante que por encima de cualquier otro estado político, el estado natural del ser humano es el de su libertad. Frente al vínculo discriminatorio de la estatalidad, producto de la combinación accidental del ius soli y del ius sanguinis, debe prevalecer la voluntad individual de libre pertenencia a un Pueblo. A una cultura. Y asumir coherentemente, como ciudadanos comprometidos , todo lo que eso significa: ser conscientes de nuestra memoria y responsables de nuestro porvenir. Hilvanar el pasado con el futuro. Aquí y ahora. En medio del proceso asimilista más devastador de la historia de la Humanidad. Y para esta lucha diversalista y radical demócrata, quizá no se necesite un Estado propio fundado en los mismos mecanismos discriminatorios. Un cuerpo político similar en su comportamiento a los ya existentes. Pero sí necesitamos el alma. Y la potencia colectiva para reivindicarla permanentemente.

Decía Blas Infante que “el concepto del Estado no podrá llegar a elaborar la nueva historia. La humanidad aspira a otro resultado y esa aspiración que positivamente existe de unos nuevos hechos, sólo puede llegar a satisfacerla mediante la aplicación del Principio de las Culturas; para quienes los pueblos son entes no políticos sino culturales; para quien la voluntad actual o la pletórica cultural es la base del discernimiento de las autarquías; para quien el Estado es un mero instrumento de práctica interior, ordenado a las finalidades de defensa contra la animalidad de la cultura; para quien el super-Estado correspondiente al alma inter-cultural ya creada es la suprema garantía de paz o libertad interior y exterior”.

Tenía razón. Carece por completo de sentido que la mecánica cuántica haya complementado la explicación de la realidad física newtoniana; que la ingeniería genética haya complementado la explicación de la realidad biológica darwiniana; y que sigamos anclados en los mismos conceptos decimonónicos para explicar la realidad política rousseauniana. Reconozcámoslo: los conceptos políticos tradicionales han envejecido y nadie se atreve a postular unos nuevos por temor al rechazo científico, mediático o partidista. No existen términos políticos para denominar la utopía de un nuevo orden mundial que atienda la diversidad del ciudadano dentro de las fronteras anticuadas Estados-Nación. Aún más. Esta crisis del capitalismo ecocida e inhumano, causada por el bucle insaciable de la voracidad productivista para la satisfacción del consumismo globalizado, encontró precisamente en un puñado de Estados-Nación primermundistas su tabla de salvación provisional. Ellos inyectaron en el sistema el capital de nuestros bolsillos con el único afán de momificar el nivel de vida de unos pocos, a costa de abrir la brecha del hambre para los muchos y acelerar la muerte del planeta. Y de nuevo acertó el visionario Blas Infante: la crisis de Occidente no es económica ni política, es una crisis de humanidad.

4.- El parto del Pueblo Andaluz: 4 de diciembre

Sin caer en el esnobismo, ciñéndome estrictamente a las denominaciones clásicas y a sus significaciones radicales, afirmo sin tapujos que Andalucía es una Nación. Y por partida doble. Tanto en el plano del ser como del deber ser. En el ámbito de lo real y de lo posible. Conforme al vigente principio de las nacionalidades y al utópico de las culturas. Y Blas Infante se tomó la molestia de demostrarlo en ambas hipótesis.

Andalucía es una Nación conforme al principio geopolítico del orden actual. Y conforme a la Constitución. Y conforme al Estatuto de Andalucía, no importa como lo denomine el Preámbulo o su articulado. Y la razón es simple: junto a la ley estatal, el ciudadano andaluz se somete a una ley paralela derivada de su particular ciudadanía. Es así. Más allá de la configuración pseudofederal del Estado español, federal asimétrica, autonómica o como quiera llamarse, lo cierto es que existe un marco jurídico específico para Andalucía que sujeta directamente en sus ciudadanos en el ámbito de sus competencias autonómicas. Unas instituciones legislativas, ejecutivas y judiciales propias. En consecuencia, una “nacionalidad” distinta, paralela o rizomática, a la “estatalidad” española. Eso explica, por ejemplo, que las parejas de hecho en Cataluña se sometan a una disciplina jurídica distinta de la civil andaluza (por cierto, inexistente).

Sin perjuicio de la fundamentación histórico-política de Andalucía como memoria colectiva (integradora en un solo concepto de un nosotros y del localizador espacio-tiempo), la conquista de esta “nacionalidad” andaluza fue obra del Pueblo. Exclusivamente del Pueblo. Un 4 de diciembre de 1977. Ese día histórico el Pueblo andaluz parió una Nación. Y se postuló como sujeto político de primer orden dentro del Estado preconstitucional español. Y no aceptó el papel subordinado que se le imputó dentro del mismo. Quizá el drama del andalucismo haya sido siempre la necesidad previa de resolver una teoría política para el Estado español a la vez que se formulaba una propia para Andalucía: Cantonalista. Regionalista. Confederal. Federal… Aquella vez el Pueblo no lo hizo. Aceptó un marco de mínimos y negó la mayor. Actuó. Se limitó a señalar con sus puños no ser más que nadie ni menos que ninguno. Y lo consiguió. Alcanzó el rango de nacionalidad dentro un Estado plurinacional que niega públicamente serlo.

Pero de nada sirve la constatación de un cuerpo político propio sino sirve para potenciar su alma. Su memoria colectiva. Su diferencia. No para el privilegio sino para la igualdad. La dependencia parasitaria y la invisibilidad de Andalucía en la sociedad contemporánea, a pesar de aquel parto del Pueblo, demuestran la necesidad del andalucismo como ideología estructural frente a la subordinación estatalista y el uniformalismo globalizador. Existe Andalucía pero carece de elecciones propias. Existe Andalucía pero no imparte flamenco en sus colegios. Existe Andalucía pero sus periodistas hablan en un impostado castellano. Existe Andalucía pero sus campos están yermos y secos sus caladeros. Existe Andalucía pero su financiación no depende objetivamente de sus competencias asumidas… ¿Para qué sirve entonces la “nacionalidad” práctica sino para potenciar su memoria colectiva? Para nada.

5.- El ecoandalucismo como paradigma alterglobalizador

Reconozcamos que el puzzle del mapa político universal ya no se compone por aquellas teselas monocolores llamadas Estados-Nación. No al menos en su formulación estereotipada. Cada una de ellas es hoy caleidoscópica. Multicolor. Una de ellas se llama Andalucía. Quizá la única que siempre lo fue.  Explica Daniel Innerarity (Transformación de la política, 154) que “la unidad de una sociedad compleja no apunta a una integración a costa de la pluralidad sino a la optimización de las condiciones para una liberalización de la diversidad frente a las constricciones de una coherencia forzada. La unidad es un contexto para la heterogeneidad, algo así como un contexto virtual”. Andalucía es un paradigma de todo eso. Su capacidad de resiliencia sociológica como Pueblo, creando incesantemente una cultura nueva a partir de la impuesta, es un ejemplo de diversalismo para la Humanidad. Ahora el contexto de “unidad” ha cambiado. Y no me refiero exclusivamente al marco político español o europeo, sino a la desbordante capacidad unificadora y uniformalizadora de la globalización planetaria. Por eso me molesta que se asocie al nacionalismo como término antitético. Es justo lo contrario. Lo global tiene una doble fuerza centrífuga y centrípeta. No sólo consigue expandir las diferencias hacia afuera, sino la de equipararnos en ellas hacia dentro. Y ahí radica la fuerza contemporánea del nacionalismo como expresión política reivindicativa de la memoria colectiva de los Pueblos culturales. La fuerza del andalucismo como resistencia alterglobalizadora. Las propuestas políticas diversalistas (en lo ecológico, social, cultural y político) no pretenden colocar una frontera más, ni jurídica ni física ni virtual, que discrimine de manera similar a como hacen ahora y han hecho siempre los Estados-Nación. No. El ecoandalucismo reivindica una memoria colectiva diversa (un tiempo, un lugar y un nosotros), frente a la uniformidad predadora de las culturas y los recursos naturales del consumismo globalizado. El andalucismo infantiano es ecologista y radical demócrata por definición. Siempre lo fue. Y por encima de todo, universalista. De manera que no puede estar contra el fenómeno globalizador. Todo lo contrario. Corrige sus disfunciones uniformalizadoras, premeditadamente provocadas para que todos los que tienen acceso a esta “pangea virtual” seamos potenciales consumidores de los mismos productos. Quien defiende que no desaparezca una lengua en el Amazonas, una manera concreta y milenaria de decir madre, es ecoandalucista. Quien defiende que no desaparezca una especie autóctona en Nueva Zelanda como consecuencia de la invasión de otra extraña devastadora del ecosistema, es ecoandalucista. Quien defiende una reforma electoral que garantice una mayor intervención ciudadana directa y una mayor diversidad en la democracia representativa, también es ecoandalucista. Quien defiende la existencia de una renta social básica para garantizar que la existencia digna de una persona sea un derecho humano inderogable, es ecoandalucista. Y quien quiera crear un Estado propio con el ánimo de privilegiar a unos ciudadanos sobre otros, tras el manto soterrado de la “nacionalidad”, no lo será.

Ahora sonrío sin miedo al contemplar los mapas que construí de pequeño. Porque sé que son mentira. Y Andalucía, mi Pueblo-Nación, lo demuestra.

30 Comentarios

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  5. Héctor J. Lagier

    Saludos y reverencias al manifiesto constituyente del nuevo andalucismo: El ecoandalucismo.
    Estoy seguro de que este es el camino para engarzar con la gente joven o no que está deseando una alternativa a lo existente.
    Hay que ahondar en estas ideas. Mi enhorabuena.

  6. Bueno no sé como definir las sensaciones que he tenido al leer el artículo. Comencé leyendo una novela, después aprendí historia, luego conocí más intimamente a Blas Infante y al final llegaste al ecoandalucismo universalista. Todavía estoy asimilando mis sensaciones, reposandolas. Tendré que leer el artículo, más veces. Y te diré como hice la digestión. Gracias

  7. Gran e importante reflexion, que comparto,que tomen nota los dirigentes de los Andalucismos politicos.Aun así me quedo con el Andalucismo y suprimo lo de ECO, y respecto al 4
    de Diciembre pasa como con Blas Infante es muy oido y poco leido, ¿POR QUE NO UNA CONVOCATORIA ANUAL EN LA CALLE EL 4D,CONVOCADA POR EL ANDALUCISMO POLITICO?. ¿ A QUE HAY MIEDO? ¿NO EXISTEN MOTIVO? ¡CUANTO TIEMPO PERDIDO¡
    Gracias Antonio Manuel
    ¡VIVA ANDALUCIA NACION LIBRE¡Ver más

  8. Me gusta como escribes, amigo Antonio Manuel, me pregunto si los políticos que se autoproclaman «andalucistas» estarán al nivel de esas reflexiones que has plasmado aquí, más que nada porque así nos asentaríamos en unos fundamentos tanto sólidos como actuales…por no decir flexibles.
    Ecoandalucista…me gusta :D

    Un abrazo, compañero y a seguir con la lucha silenciosa.

  9. antonioSanchez Morillo

    Cachis ¡que no hay manera de ser original¿¡ jejejej, a cada parrafo me acudía una sola palabra,GRACIAS, (si con mayúsculas) pero como ya te lo han dicho muchos compañeros no te lo digo,ea

  10. Entre tantos halagos y buenos deseos, siento NO estar de acuerdo con algunas cosas que dices.
    Me resulta contradictorio que hables del «Sea por Andalucía libre, por España y la Humanidad» como lema que nos define como Pueblo-Nación. En un articulo en el que haces una inteligente crítica de los Estado-Nación, y la actual España es eso que cuestionas, un Estado-Nación, con el que yo no me siento identificado.
    La verdad es que esa parte del himno de Andalucía nunca la he entendido.

  11. Gracias
    Sinceramente, estoy muy agradecido
    Comparto muchos de los matices que me hacéis y sólo os pido que sigamos construyendo desde el respeto a la diferencia
    porque eso es Andalucía

  12. A mí me parece de lo mejor que he leído desde hace mucho tiempo. Por mi propia naturaleza contradictoria y contracorriente haría alguna observación sobre la necesidad o no de tener ‘conciencia colectiva’ para ‘ser’ y sobre la colocación en planos de igualdad, generales, de los fascistas y los separatistas, y hay importantes diferencias, sobre todo en el caso de separatistas que sólo pretenden huir de ciertas servidumbres. Pero en lo demás, incluso en lo que no he entendido, creo que es sencillamente magistral. Creo que este artículo es una especia de ‘piedra filosofal’ andalucista que debería estudiarse en las escuelas. Un cordial saludo andalucista.

  13. Sinceramente no he entendido todo el texto,creo deberiais escribir en lenguaje mas sencillo,no obstante creo haber entendido la idea de nacion andaluza y el ecoandalucismo y ambos son conceptos que creo asume la gran mayoria del pueblo andaluz,hay por tanto que hacer llegar este mensaje al pueblo de la mano del unico posible el partido andalucista.ANIMOS Y VIVA ANDALUCIA.

  14. gracias por estas palabras tan profundamente… andaluzas

  15. José Antonio Pino

    Majestuoso el articulo. Como me gustaría escribir como tú. Nunca te falta la poesía para describir conceptos. Pones tanta pasión en tus argumentos, los inicios con anecdotas personales en casi todos tus articulos, son fantasticos; y como lo hilas con el contenido del articulo, es genial.
    Me siento orgulloso de ser nacionalista andaluz, como tu lo defines: ecoandalucista.
    Un pedazo de articulo. Enhorabuena.

  16. Increible, pero cierto. Es una magistral lección de nuestra existencia como pueblo.De una esencia de la que una gran parte de este pueblo ignora, o cuanto menos permanece adormecida en nuestras almas por la alieneación a la que nos ha sometido ese Estado-Nación y a la que nos lleva, si no lo remediamos, la recalcitrante globalización.

    Gracias Antonio Manuel por tus palabras. Palabras con las que nos sentimos plenamente identificados como andaluces.

    Un saludo,

  17. Tras terminar de leerlo, tengo la sensación de haber paseado por un paisaje en el que mirara hacia donde mirara, lo percibido por los sentidos, eran imágenes, aromas,…. que me devolvían claridad, luz, paz intelectual. Sencillamente genial.

  18. Desde estas posiciones es como nos sentimos nacionalistas muchos andaluces, sin reduccionismos estériles y alienadores. Gracias por la magistralidad y rigurosidad de tu exposición.

  19. Cuando una verdad se desnuda,
    emociona.
    Y todavía nos emocionaremos más, cuando hayamos logrado decir y vivir la verdad, sin necesitar etiquetas.
    Gracias a la generosidad pedagógica de este ser, personalmente, en cierto sentido, me siento más libre.
    En el 77, hicimos verdad como andaluces aquello de «andaluces levantaos». Pienso que debemos pasar al siguiente estadio: «¡Andaluces conoceos!
    Verde esperanza, sí señor.

    (hoy te contesté en público. gracias. te quiero)

  20. Muchas gracias por escribir ésto. No puedo decir más que una palabra tras leerlo, esperanza.

  21. Gracias, Antonio Manuel, por clarificar tan magistralmente conceptos tan pervertidos como estigmatizados. Cuando los andaluces y andaluzas afirmamos que somos una nación, somos eso que tan bien fundamentas y no otra cosa.

  22. Sebastián de la Obra

    Enhorabuena por el camino trazado.
    Somos un pueblo que mantiene una continuidad en la memoria (la continuidad histórica, que es real,ha sido suficientemente tergiversada, manipulada y amputada).
    Somos un pueblo cultural, es decir mantenemos una permanencia/persistencia de la singular ecuación diversidad/unidad. Por nosotros. Por todos.Gracias

  23. antonio rebollo palacios

    Ente místico y telúrico.De emociones con cuerpo.De espírito universal que habita un espacio.Andalucia por sí,para todos los hombres.La utopía,la esperanza;el bienestar de todos.
    VIVA ANDALUCIA LIBRE!!
    Emociones,palpitos y temblaeras.Gracias,Antonio Manuel.

  24. Es tan hermoso y tan cierto que estremece. Nos define. Gracias, amigo.

  25. Tu artículo, además de bellísimo y apasionado, tiene una importancia extraordinaria. Efectivamente, eso es el ecoandalucismo, al que tú le acabas de dar entidad. Felicidades.

  26. José Luis Serrano

    Sublime, Antonio Manuel. Esto es P36. Vamos.

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