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Entrevista a A.Sen

Durero

Sandro Pozzi.

Hay quien le llama la Madre Teresa en el mundo de la economía. Amartya Sen (Bengalí, 3 de noviembre de 1933) es un Nobel original. No es de esos economistas a los que la Academia Sueca premia por complejas teorías o sofisticados modelos matemáticos para explicar lo que pasa en Wall Street. Es de los pocos laureados (1998) por su trabajo sobre la justicia social y la defensa de la redistribución de la riqueza, para hacer del mundo un lugar mejor para todos sus habitantes.

Sen ha orientado su trabajo a entender y combatir la pobreza, las desigualdades sociales. Rompió con la barrera que separa la alta teoría económica del mundo real. Y eso le convierte en uno de los académicos más respetados y reconocidos en el espectro intelectual. Fue su investigación sobre la economía del bienestar lo que le mereció el premio más reconocido del mundo. El año pasado fue investido doctor honoris causa por la Universidad Complutense.

La sociedad ideal, admite, no existe. Pero sí puede darse con soluciones para hacer frente a las injusticias. Es el hilo conductor de su último libro, en el que analiza siglos de pensamiento sobre La idea de la justicia. Ese es su título. Amartya, el humanista de la economía, recibió a Babelia en su despacho en la Universidad de Harvard, en Boston. La entrevista se queda corta ante una mente tan brillante y ágil, que no pierde el ritmo de la actualidad.

PREGUNTA. ¿Considera su libro como una síntesis de sus más de cinco décadas de trabajo?

RESPUESTA. No enteramente. Es cierto que contiene muchas de las cosas que he intentado hacer en el campo de la filosofía y de los asuntos públicos. Los quince trabajos que he hecho sobre la materia están utilizados de alguna manera, como también los que he realizado en economía y otras áreas. Pero algunas de las cosas que presento son nuevas, están escritas en los últimos cinco años. Las he ido evolucionando en mi mente y sólo cuando las tenía claras, y alcancé un equilibrio en mi pensamiento, me lancé.

Intenté poner varias cosas juntas: mi crítica al utilitarismo, mi rechazo a la visión estándar de la racionalidad, mi trabajo en capacidades y libertades, mi trabajo sobre la no búsqueda del estado de perfección como la mejor manera de afrontar problemas prácticos. Emergieron antes, pero encontré la forma de que encajaran.

Hasta cierto punto, no he tenido que revisar mucho mis puntos de vista. Pero sí hay algunos ajustes. Había ciertas influencias ahí detrás, inspiraciones, y hasta ahora no había reconocido lo sólidas y relevantes que eran para mi propio trabajo.

P. ¿Por qué una idea de justicia?

R. Independientemente de que se traduzca en una, dos o tres teorías, es importante desarrollarla por tres razones. La primera, en cualquier análisis social hay que plantearse la cuestión de la justicia para evaluar si una sociedad va bien o no, para entender lo que pasa en ella. Mi teoría de justicia se preocupa más por lo que pasa en el mundo real, no en cómo sería en un mundo perfectamente justo.

Segundo, para poder asesorar a los Gobiernos en materia de políticas públicas. Y también desde el punto de vista de la agitación política. Puedo ser un académico, pero también soy un agitador. Ya cuando era estudiante, participé en protestas por los sueldos de los profesores. Y recientemente, con mis discursos y participación en campañas sobre el derecho a la comida.

Y tercero, el comportamiento humano es muy dependiente de la percepción que se tiene de la justicia a la hora de entender lo que se debe hacer. Es algo sobre lo que he insistido durante mucho tiempo y no se tiene siempre en cuenta. Es una parte importante para entender y explicar determinados comportamientos, y también para predecirlos.

P. Hay quien pueda interpretarlo como una ruptura con la tradición seguida en Occidente al analizar lo justo.

R. Es cierto que no pretendo que la teoría de la justicia sea sólo sobre instituciones justas. Las instituciones son también muy realistas. Mi visión no es antiinstitucional. Pero al final, todo es sobre cómo va la vida de la gente. Las instituciones afectan a nuestras vidas, claro, pero también nuestro comportamiento y cómo nos vemos los unos a los otros.

P. ¿No le da la impresión de que los líderes están más preocupados por dar con un modelo de sociedad justa?

R. Lo están. Y por eso, están haciendo algo que es muy importante incluso si la justicia no depende exclusivamente de las instituciones. Las instituciones deben reformarse de una manera apropiada. Sin embargo, puede darse el caso de que se tengan muy buenas instituciones y que no funcionen lo bien que se espera.

P. ¿Piensa en Naciones Unidas?

R. Creo que es más criticada de lo que se merece, especialmente en Estados Unidos. Pero claramente puede ser más efectiva, sin duda. Creo que como institución no ha desarrollado todo su potencial.

P. La justicia se relaciona con figuras como Indira Gandhi o Martin Luther King. ¿Buscaban la perfecta o la reparable?

R. Es una cuestión muy profunda. Creo que trataban de centrarse en reducir la injusticia existente. Luther King no trataba de hacer América perfectamente justa con los cambios por los que luchaba. Ni siquiera creo que Abraham Lincoln pensara que aboliendo la esclavitud haría una América perfectamente justa. Pero sí pensaban los dos que reducirían la injusticia de una manera que la gente podía entender y ver por qué se hacía. Gandhi, quizás, sí utilizara en su retórica la visión perfecta de la justicia. Pero incluso en su caso, su razonamiento era sobre cambios posibles.

P. ¿No cree que ahora hay demasiada retórica vacía, aunque esté bien intencionada?

R. Si se quiere movilizar a la gente, la visión de la sociedad perfecta es importante. Libertad, igualdad y fraternidad. Es un buen eslogan de la Revolución Francesa, muy efectivo. La retórica es importante y hay que hacerla bien. Pero también hay que decir que cualquier cosa puede convertirse en víctima de la retórica. Eso es algo que debe tomarse muy en serio, porque los resultados pueden ser contraproducentes y apartarnos de lo que realmente tratamos de hacer. La retórica del mundo perfecto puede convertirse en una barrera al progreso, volver contra el cambio.

P. Hablando de eslóganes, ¿existe la guerra justa?

R. No me gusta nada ese término. Haciendo esa pregunta, acabamos debatiendo algo sin sentido. Ninguna guerra es justa, ni se puede justificar. Podemos preguntarnos si, dadas las circunstancias, la alternativa puede ser peor que no pasar a la acción. En Afganistán están sucediendo muchas injusticias. Se está haciendo a costa de civiles inocentes. Pero la alternativa no es menos injusta: niños sin educación, una esperanza de vida de 30 años, enfermedades y una enorme miseria. Se podría decir que es la opción menos injusta a no hacer nada. Lo mismo podría decirse de la Segunda Guerra Mundial. El hecho de que una guerra se justifique no significa que sea justa.

P. Le da gran importancia al discurso público, como elemento central de la idea de justicia.

R. Lo es. El diagnóstico de lo que es injusto, de cómo debe reducirse la injusticia, depende del razonamiento público. Es necesario para comunicarnos entre nosotros, para aprender los unos de los otros y para clarificar nuestras mentes. Para mí es muy difícil escribir un libro si antes no he debatido mis ideas con los estudiantes. En parte, porque recibo muy buenos comentarios y porque al intentar explicarles las ideas, éstas se hacen más transparentes. La articulación clarifica e ilumina.

P. El debate es esencial para una sociedad libre. ¿Pero esa libertad conlleva responsabilidades?

R. Nadie asume responsabilidad de sus discursos. El caso de la reforma sanitaria en Estados Unidos es un ejemplo. Se han dicho verdaderas mentiras desde el ala más conservadora. Pero los que debían responder a ellas, los demócratas, también fallaron al explicar. Es por eso por lo que creo que el debate público debe hacer a la gente responsable, al exponer las mentiras. Hay algo en el sistema institucional de Estados Unidos que incentiva a adoptar posiciones extremas y a distorsionar la verdad.

P. Hay gran confusión sobre la naturaleza y funcionamiento del capitalismo. ¿Qué tipo de intervención es necesaria?

R. Hubo un tiempo en el que la gente estaba realmente convencida de que cualquier intervención en el mercado era un error. Se dice que el capitalismo tuvo su periodo más exitoso tras la Segunda Guerra Mundial. No es del todo correcto. Cuando la contienda acabó, en los años cincuenta, sesenta y setenta, no sólo la economía de mercado ganó vigor, también el Estado de bienestar. Después la retórica dominante fue que el mercado era un diablo. Lo que se necesita es una complementariedad entre el Estado y el mercado, es decir, se acepta que debe existir una regulación decente y que el Estado debe jugar un papel suplementario en educación, sanidad y a la hora de proveer una red de protección social.

P. ¿No cree simplista justificar la crisis por el egoísmo?

R. Unas veces se dice que la economía de mercado es muy buena, y luego que es terrible. Lo mismo pasa con el concepto de interés propio. Hubo gente en los años setenta, ochenta y noventa que citó una y otra vez diez líneas de Adam Smith para justificar que contribuiría a crear un mundo decente y magnífico. Al final ha resultado ser que no. Pero Smith también dijo que para reducir la pobreza hace falta del Estado. Pienso lo mismo.

P. Es decir, ¿se exageró el concepto de mano invisible de Smith?

R. Puede parecer sorprendente que diga esto (dice entre risas), pero nadie ha sido peor entendido que Adam Smith.

P. El exceso de confianza también está detrás de la crisis.

R. Cierto. El exceso de confianza y, añadiría, que el hecho de no ser lo suficientemente crítico pueden generar una crisis. Se necesita una confianza razonable para que pueda funcionar el mercado. Porque cuando esta se pierde, se derrumba. No se trata de tener confianza en nosotros, si no entre nosotros. La confianza mutua es clave.

P. ¿Cree que el Nobel de Economía está alejado de la realidad, de problemas como la desigualdad o la pobreza?

R. Siempre habrá gente que comparta la elección, y otros que no. Es un reconocimiento al trabajo hecho durante la vida.

Publicado en El País. 03-04-2010.

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