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Germinal

Antonio Manuel

Octubre de 1902. Miles de mineros franceses acompañan al féretro de Émile Zola por las calles de París hasta el cementerio. Con banderas rojas y negras. Y los puños en alto. Y rosas rojas entre los dedos que después arrojan sobre su tumba, a gritos de Germinal, Germinal, Germinal. Su novela más conocida. Y la más inhumanamente humana. En ella describe la negrura de la mina y de la vida del minero. La muerte cotidiana en el pozo. El hambre. La nada. Hasta que unos huelguistas deciden buscar la luz en la superficie. La rebeldía se contagia como el ébola entre los insurgentes. A unos los mueve la utopía. A otros, el odio. El asesinato del líder comunal apaga la luz. Todos vuelven a la mina. Derrotados. Dejando sembrada una semilla de sol y libertad que quizá germine algún día. O nunca.

Mayo de 2009. Setenta y tres mineros de Boliden llevan acampados tres meses frente al Parlamento de Andalucía. Son los últimos hijos de la catástrofe de Aznalcóllar. El desastre ecológico más dañino ocurrido en la historia de Andalucía. Y de España. Una mancha de lodo sobre la tierra mayor que la del Prestige sobre el agua Sólo que miles de ciudadanos subieron solidariamente a Galicia para limpiar sus costas, mientras que los agricultores andaluces prefirieron la insolidaridad de la mancha para no perder la prueba de las indemnizaciones. Estos setenta y tres mineros sólo piden que se cumplan los acuerdos firmados con la Consejería de Innovación, ratificados por el ex Presidente Chaves. Cuando hace doce años se rompió la balsa de residuos, el Gobierno central delegó en la Junta la gestión del patrimonio de Boliden a cambio de dar una solución laboral a los más de 400 mineros que se quedaban en el paro. El plan quedó resuelto y firmado en 2007, con el compromiso de empezar a trabajar a finales de 2008. Todo mentira.

Se encerraron en la Catedral de Sevilla. Se encadenaron al Parlamento. Iniciaron una huelga de hambre… Hasta hacerse invisibles. Yo los conocí el mismo día que los servicios de seguridad del Parlamento me negaron entrar 1200 rollos de papel higiénico como símbolo de la utilidad práctica de la deuda histórica. Y se los dimos a ellos. A los pocos días volví al Parlamento a pedir a Griñán la convocatoria de elecciones propias para Andalucía. Entregué el mismo escrito a Javier Arenas (PP) y a Pilar González (PA), y mis compañeros a Pedro Vaquero (IU). Todo estaba plagado de medios de comunicación. Pero ningún cámara, ningún fotógrafo, ningún reportero dirigió su mirada crítica hacia las tiendas de campaña de los mineros. El martes volví a hablar con ellos. Están rotos. Cansados. Solos. Y empiezan a ser conscientes de que la Junta se están ensañando en su invisibilidad como señuelos de derrota para que ningún otro colectivo se atreva a imitarlos. Quizá los vuelvan a enterrar al sol de desempleo. Pero esta vez habrán sido las rosas rojas las culpables. Yo convoco al pueblo andaluz para que los apoye. Como sea. Para que la semilla que han sembrado germine definitivamente en sus casas. Que es donde deben vivir.

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