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El denominado "trabajo doméstico" representa toda una dimensión oculta y desvalorizada de la actividad productiva y reproductiva, sin la cual la economia crematística sería imposible. El peso y la carga de este trabajo oculto recae en exclusividad sobre las mujeres

Las invisibles de la economía

BOMBILLAS BEUYS

Revista Pueblos
La economía, entendida como la síntesis de un modo de organizar la producción, distribución y acumulación de bienes y servicios, refleja el trabajo formal o remunerado, visible y comprobable. Sin embargo, la economía de un país también se nutre del trabajo informal que permite sobrevivir a una gran mayoría de la población y de una riqueza económica que proviene del trabajo reproductivo o de los cuidados, que de siempre han desarrollado las mujeres en el hogar a través del cuál los Estados se han ahorrado una gran cantidad de gasto social. Este trabajo reproductivo —más comúnmente llamado trabajo doméstico— al no considerarse como un aporte económico, monetario o mercantil, ha permanecido invisible no formando parte de las estadísticas económicas de los países y perteneciendo, por tanto, a la esfera de lo privado.

Si entendemos que la riqueza de un país está definida por sus niveles económicos, esto es bienes —privilegios— y servicios —obligaciones—, podemos decir entonces que la población más pobre, entre la que se encontrarían las mujeres, que es la que participa en actividades no remuneradas a través del trabajo informal, se consideraría fuera de la economía. El análisis macroeconómico descuidó los recursos humanos como factores de no producción, centrándose sólo y exclusivamente en los factores económicos y materiales. Sin embargo, el trabajo entendido como la aportación específicamente humana, que conjuntamente con los recursos naturales, permite obtener los bienes y servicios necesarios para la satisfacción de las necesidades humanas, nos acerca a la importancia de revalorizar los bienes y servicios que se encuentran fuera del mercado o de la esfera de lo público, sin ser reconocidos ni reflejados en la economía.

Economía productiva, economía informal y economía reproductiva o de los cuidados

El trabajo productivo es el único que se reconoce como aporte a la economía. Se encuentra dentro de la economía formal y, por lo tanto, del mercado. Es el trabajo más visible, no sólo en cuanto a la facilidad con que se puede medir, mediante cifras, sino también por su visibilidad y reconocimiento social. Es el trabajo que genera parte de la riqueza nacional de los países y en el que se incluyen tanto productoras/es, trabajadoras/es como consumidoras/es y empresarias/os. El ciclo económico genera oferta y demanda en función de los mercados—cada día más competitivos—de los que depende. En el caso de la incorporación de las mujeres al mundo laboral remunerado, ha permitido ganar ciertas cotas de poder y autonomía económica. Si bien es cierto que esta introducción en el mundo laboral no ha sido todo lo beneficiosa que se esperaba, ya que las mujeres se han posicionado en trabajos peor pagados y de menos cualificación, sí se ha conseguido protagonizar una parte de la esfera pública, que históricamente había sido ocupada por los hombres.

Sin embargo, mucho del trabajo productivo de una economía puede no formar parte del mercado si no está regulado a través de contratos formalizados. A esto lo llamamos economía informal. Este tipo de economía, no reflejada como tal en las cifras, es la que constituye el alimento principal de las personas en situación de pobreza del mundo. El trabajo informal es el centro de la actividad económica de muchos países en desarrollo, llevado a cabo por gran número de mujeres. Se trata de un trabajo remunerado, pero a expensas del mercado. En el caso de las mujeres son muchas las que trabajan dentro del sector no estructurado [1]. Durante el período 1994-2000 el trabajo femenino correspondiente al sector informal arrojaba las siguientes cifras: India (86%), Kenya (83%), Indonesia (77%) o El Salvador (69%). Por otra parte, el porcentaje de mujeres del sector informal que formaban parte de la fuerza laboral durante el período de 1991- 1997 en Latinoamérica suponía el 51% para Bolivia, el 56% en el caso de Honduras o el 58% de El Salvador. Mientras que el porcentaje de la fuerza laboral no agrícola en el sector informal durante el mismo período, era superior en el caso de las mujeres: 74% mujeres frente al 55% hombres en Bolivia o 65% mujeres y 51% hombres en el caso de Honduras [2].

En tercer lugar, nos encontramos con un tipo de trabajo no remunerado sin ningún tipo de reconocimiento ni familiar ni social, oculto tras los muros de cada hogar pero que sin su existencia nuestras sociedades, tal y como las conocemos, no hubieran podido avanzar. Es el llamado trabajo reproductivo o de los cuidados. Este tipo de trabajo, que es el corazón mismo de las sociedades—tanto de hogares como de países enteros—es indispensable para el buen funcionamiento de la economía. Y es que, el hogar o la familia como institución económica, además de ser una unidad de consumo es también una unidad de producción de bienes y servicios. Precisamente es dentro de los hogares y la familia donde se produce el trabajo doméstico no remunerado ni reconocido como una actividad económica, por considerarse fuera del ciclo de la economía, a pesar de formar parte de ella. El estudio de los hogares no como un todo sino como una unidad que parte de una situación, en muchos casos, de desigualdad entre sus miembros, puede acercarnos al reconocimiento y visibilización del trabajo reproductivo, que de siempre ha sido realizado por las mujeres.

Las actividades económicas reproductivas se consideraron factores que no producían, tratadas por los analistas y teóricos de la economía clásica como algo difícil de medir y por ello abstracto e inalcanzable y, la mayor parte de las veces, ausente en las políticas públicas de los países; de ahí la dificultad de su análisis y medición. Además, por ser un trabajo que se realiza dentro de los hogares, forma parte de las labores domésticas o familiares como algo dado o impuesto por la relación de parentesco familiar y por una serie de acuerdos y normas sociales que se han mantenido y reforzado en el tiempo. En este sentido, algunos autores han apoyado sus argumentaciones en razones de naturaleza biológica para justificar la mayor dedicación que las mujeres han mostrado dentro de sus hogares en cuanto al cuidado de los hijos. Uno de los problemas es presuponer que dentro de los hogares no existe ningún tipo de conflicto ni desigualdad—ya sea por razones de género, edad, orden de nacimiento, relación con el cabeza del hogar, etc— dándose por sentado que las relaciones son armoniosas [3]. Sin embargo, son mucho más numerosas las voces que reconocen el trabajo reproductivo de las mujeres y luchan por visibilizarlo. Una forma de demostrarlo es mediante fuentes estadísticas como las encuestas por hogares o los censos poblacionales. En América Latina los datos recientes muestran que en la totalidad de los países de la región, el trabajo doméstico lo realizan las mujeres en más del 95% de los casos mientras que el trabajo remunerado lo realizan mayoritariamente los hombres, alrededor del 65%, y el restante 35% las mujeres. Lo más difícil de calcular son las cifras que los estados se ahorran por la contribución desinteresada de las mujeres, ya que no son reflejadas como gasto fiscal. Es lo que se ha denominado como: “economía del amor” [4], es decir, la producción de bienes y servicios en el hogar, que las cuentas nacionales no contabilizan y las estadísticas suelen invisibilizar [5]. Y es que, no revelaremos ningún secreto el hecho de reconocer que son las mujeres las que realizan en todo el mundo el trabajo reproductivo. Las estadísticas y cifras demuestran el aporte no remunerado que realizan a la producción nacional así como la inversión en tiempo, pero ¿es posible ponerle un precio?

Poniendo precio al trabajo de los cuidados

A simple vista resulta una labor ardua e inalcanzable pues el cuidado y esfuerzo personal pueden ser complicados de medir. Sin embargo, ya en la IV Conferencia de Beijing en 1995—más concretamente en el capítulo dos—se propuso el reconocimiento y visibilización de este tipo de trabajo no remunerado. Un paso adelante suponía el hecho de que desde la comunidad internacional se reconociera que las mujeres contribuían a la economía a través de su trabajo en el hogar y la comunidad. El aporte del trabajo doméstico puede resultar factible si se mide en términos monetarios, aplicando por ejemplo, precios de mercado a los distintos bienes y servicios que se producen al interior del hogar o aplicando la remuneración media de mercado por hora a la cantidad de horas dedicadas a las distintas tareas que componen el trabajo doméstico. Otra alternativa a la hora de medir la dimensión no monetaria del trabajo reproductivo sería a través del tiempo que destinan tanto mujeres como hombres a actividades no remuneradas. Mª Ángeles Durán6 [6] aporta la cifra que, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), podría equivaler a 4,33 euros/hora en el caso de España; aunque son otras las voces que creen más acertado la cifra de 10 euros/hora.

En un estudio de la economista Naila Kabeer [7], menciona que pese a los esfuerzos que ha realizado la OIT para reflejar el trabajo productivo de autoconsumo, ninguna de las estadísticas realizadas suministra información acerca de la contribución de las mujeres al cuidado y mantenimiento de la familia. Así, según datos del censo de 1982 de la República Dominicana, la tasa de participación de las mujeres en la fuerza de trabajo rural era de 21%. Sin embargo, un estudio que incluía actividades como cultivo doméstico y cuidado de animales dio un estimado de 84%. Kabeer, intenta aclarar los dos conceptos a través del contenido de ambas definiciones. Por producción se refiere tradicionalmente a todas las actividades que contribuyen a la construcción del Producto Nacional Bruto de un país, en otras palabras que son compradas y vendidas en los mercados y por reproducción, a las actividades que se encargan de cuidar y sumar productos humanos a la sociedad, incluyendo la creación y cuidado de los hijos, reproducción de la gente en base diaria y cuidado de los ancianos, de los enfermos, de los discapacitados y de todos aquellos que no pueden ver por sí mismos [8]. Por lo tanto, las actividades que realizan mayoritariamente las mujeres se encuentran fuera del mercado con lo que no son consideradas actividades económicas que produzcan riqueza, según su definición. De esta forma, todo el trabajo de cuidado y atención de seres humanos se encuentra fuera de la economía y, por lo tanto, del mercado. Esta misma autora entiende la economía como una pirámide jerarquizada donde lo más visible es la economía formal que está dentro del mercado, lo que se puede medir a través de las cuentas nacionales de un país (PIB) y por debajo de él se encontraría la economía informal compuesta por los bienes y servicios no documentados por estadísticas oficiales. Un escalón más abajo, la economía de subsistencia, compuesta por bienes y servicios producidos para el propio consumo y por último, el peldaño correspondiente al trabajo no remunerado, llamada economía reproductiva o de los cuidados que es lo que mantiene en funcionamiento a toda la sociedad.

El programa de la ONU para el desarrollo ya estimó en 1996 que la producción “invisible” de las mujeres en actividades fuera del Sistema de las Cuentas Nacionales llegaba a cerca de once mil billones de dólares al año en todo el mundo [9]. Esto equivale al 48% del Producto Doméstico Bruto de todo el mundo. Recientemente en un estudio realizado por el Instituto de la Mujer [10], se revelaba que el cuidado informal no remunerado en España equivalía al 4,62% del PIB. Ante la poca precisión y alternativas posibles a la hora de contabilizar a cuánto equivaldría esa economía del cuidado en las cuentas nacionales como aporte al PIB, parece que la opción más extendida y que se juzga más apropiada hasta la fecha serían las encuestas de tiempo. En este sentido, se cuentan con varios experimentos en la región latinoamericana como es el caso de México o Nicaragua. En México se imputaron los salarios de mercado a distintas actividades que se realizan en los hogares con información de 2002, llegándose a la cifra de 21,6% del PIB. De forma similar en Nicaragua, a partir de información en el módulo sobre el uso del tiempo en la Encuesta Nacional de Hogares sobre Medición de Niveles de Vida (EMNV, 1998) se concluyó que el valor estimado del trabajo reproductivo total fue equivalente a casi el 30% del PIB de ese año, habiendo aportado las mujeres el 78,5% de ese valor [11].

División sexual del trabajo e implicaciones para las mujeres

La división sexual del trabajo ha definido y sigue definiendo la posición que ocupan las mujeres en el plano productivo. La dependencia y la falta de autonomía provocan situaciones de pobreza para las mujeres ante situaciones conflictivas dentro del hogar. La vulnerabilidad económica, los bajos niveles educativos que impiden mejorar sus situaciones, así como las desigualdades de poder dentro de los núcleos familiares, reducen la falta de oportunidades para las mujeres. Esta desigual posición dentro de los hogares y que se refleja en el mundo laboral, repercute en la vida de las mujeres y desemboca en procesos de empobrecimiento.

El triple rol es una herramienta teórica que nos permite explicar el papel que juegan las mujeres en el desarrollo como motores de las economías de sus países. El triple rol consiste en la triple carga que realizan las mujeres en tres planos de la economía: el rol reproductivo, desarrollado en el hogar a través del cuidado de los hijos, enfermos, ancianos y de la alimentación de la familia. Un segundo rol que es la esfera del trabajo productivo fuera del hogar, en formas de trabajo remunerado como no remunerado y el rol comunitario que es la pertenencia y participación en las labores comunitarias. El rol reproductivo es el que más implicaciones tiene para las mujeres pues es mediante el cuál se mantienen las desigualdades de género y se hacen más marcadas las divisiones sexuales del trabajo [12]. La división sexual del trabajo, o asignación social de las personas en función de su sexo, es el embrión de las desigualdades de género puesto que el otorgamiento de estos papeles socialmente asignados, provoca el encasillamiento de las mujeres en la esfera de lo privado como entes reproductoras y a los hombres en la esfera de lo público, como agentes productivos. O lo que es lo mismo, la división del trabajo por sexos está en la base de la desigualdad de oportunidades que tienen las personas de distinto sexo para acceder a los recursos materiales y sociales—propiedad del capital productivo, trabajo remunerado, educación y capacitación—así como participar de la toma de las principales decisiones políticas, económicas y sociales que norman el funcionamiento de una sociedad nacional [13].

El hogar compuesto por una unidad desigual en la que se relacionan mujeres y hombres, donde los hombres generalmente tienen el poder de elección sobre las decisiones, en mayor medida que las mujeres. Estas relaciones que pueden tornarse armoniosas pueden desembocar, en algunos casos, en conflicto de intereses poniendo en peligro la estabilidad material y emocional del hogar y generando graves confrontaciones. Es precisamente la falta de reconocimiento del trabajo reproductivo lo que hace que las mujeres se sitúen en una posición de desventaja y de falta de autonomía económica e individual, pues el trabajo y dedicación aportados a la unidad familiar no se convierten necesariamente en recursos materiales ni sociales ante una situación de conflicto.

Paloma Lafuente es periodista y colaboradora de Pueblos.

[1] UNICEF (2007): Estado mundial de la Infancia. La mujer y la infancia: el doble dividendo de la igualdad de género.

[2] Chant, Sylvia (2003): «Nuevas contribuciones al análisis de la pobreza: desafíos metodológicos y conceptuales para entender la pobreza desde una perspectiva de género». Serie Mujer y desarrollo nº 47. Santiago de Chile, noviembre de 2003. Centro de Investigación para la Acción Femenina (CIPAF). pp. 9- 24.

[3] Becker, Gary (1987): Tratado sobre la familia. Alianza Universidad, Madrid.

[4] El término “economía del amor” es desarrollado por la economista y consultora en temas de desarrollo Hazel Henderson y trata de reflejar y visibilizar el trabajo que no tiene presencia en las economías nacionales pero que es generador de bienes y servicios dentro de los hogares.

[5] Bravo, Rosa (1998): “Pobreza por razones de género. Precisando conceptos”. En Arriagada, Irma y Torres, Carmen. Género y pobreza. Nuevas dimensiones. Isis Internacional. Ediciones de las mujeres nº26. Chile. pp. 59-72

[6] Palabras de Mª Ángeles Durán durante el Congreso Mundos de Mujeres. Madrid, julio de 2008.

[7] Kabeer, Naila (2006): Lugar preponderante del género en la erradicación de la pobreza y las metas del desarrollo del milenio. IDRC /CRDI. Plaza y Valdés editores. México. 2006.

[8] Ibidem

[9] Programa de Naciones Unidas para el desarrollo PNUD (1996): Informe sobre Desarrollo Humano, 1996. Capítulo 4 “Traducción del crecimiento económico en oportunidades de empleo”.

[10] Noticia aparecida en el diario El País el 31/07/08: “Más de cinco millones de mujeres en España cuidan sin remuneración a dependientes”.

[11] CEPAL (2008): «El aporte de las mujeres a la igualdad en América Latina y el Caribe». 10ª Conferencia Mundial sobre la Mujer de América Latina y el Caribe. Mayo de 2008.

[12] Caroline Moser así lo explica: “Al no reconocer el triple rol de las mujeres, se ignora el hecho de que ellas, a diferencia de los hombres, están severamente limitadas por la carga que significa mantener el equilibrio entre estos roles de reproductoras, productoras y gestoras comunales”.

[13] Bravo, Rosa [1998] “Pobreza por razones de género. Precisando conceptos”. En Arriagada, Irma y Torres, Carmen. Género y pobreza. Nuevas dimensiones. Isis Internacional. Ediciones de las mujeres nº 26. Chile. pp. 59-72.

http://www.revistapueblos.org/spip.php?article1762

Publicado en Rebelión 17-10-09

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