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Territorio, autoridad y derechos

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Saskia Sassen.

Fragmento  del  Prefacio a la edición en castellano.

Con este libro pretendo descubrir aquello que queda oculto tras el léxico dominante sobre la globalización, un léxico que destaca el antagonismo entre lo global y lo nacional, tanto desde la izquierda como desde la dere­cha. Esas descripciones son razonables y resultan satisfactorias en términos intuitivos. La propia palabra “globalización” evoca todo un mundo en proceso de transformación. La claridad de tales descripciones tiene la ca­pacidad de encandilar y, por lo tanto, de producir una gran penumbra a su alrededor. Precisamente en esa penumbra es donde me propongo in­dagar, y este libro cuenta la historia de esa indagación.

Como resultado he obtenido una serie de hallazgos, interpretaciones y tesis contrarios a la lógica intuitiva en mayor o menor medida.

Una de las preguntas clave que planteo es qué grado de globalidad for­mal existe realmente en la actualidad. Aunque este grado es muy escaso, se observa una enorme proliferación de globalidades que no están formali­zadas y que, con frecuencia, se encuentran instaladas en el sistema supra­nacional o en el sistema interestatal. Por ejemplo, la empresa global no existe como tal en tanto persona jurídica, pero la bibliografía dedicada a la globalización nunca prestó atención a ese dato básico de la realidad. Es más, ni siquiera existe la figura jurídica de la empresa europea, algo que sería esperable dado el alto grado de formalización que caracteriza a la Unión Europea. Sin embargo, los instrumentos jurídicos a tal efecto son sólo par­ciales. Ahora bien, sabemos que a pesar de ello hay cientos de miles de empresas que operan a nivel global cada vez con mayor facilidad.

Al establecer esta disyunción, dejamos abierto un interrogante para el análisis, pues lo que hasta ahora se daba por sentado como una realidad manifiesta comienza a requerir una explicación. Se torna evidente que estamos ante un proceso más complejo, caracterizado por la labor de cada vez más estados nacionales para desnacionalizar en parte sus marcos jurí­dicos e institucionales de modo tal que la empresa extranjera pueda ope­rar en sus territorios como si fuera global. En efecto, los propios estados han creado de manera colectiva una red de espacios desnacionalizados que se insertan en lo más profundo de sus territorios.

Por lo tanto, para dar cuenta de la globalización económica debemos comprender las particularidades de cada Estado. No podemos dar por sentado, como suele proponerse, que la globalización surte el efecto de homogeneizar los estados. La labor de crear un espacio desnacionalizado y estandarizado dentro de un Estado-nación requiere que éste ponga en marcha una combinación particular de leyes, reglamentos, alianzas polí­ticas y acuerdos extraoficiales. Esas combinaciones varían de un Estado a otro.

Cabe preguntarse entonces qué es formalmente global. Dentro de la bibliografía existente sobre la globalización son escasos los trabajos en los que se señala que, en términos estrictos, hay sólo dos instituciones impor­tantes que revisten un carácter global formalizado: la Corte Penal Inter­nacional y el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio, que regula el régimen actual de libre comercio a nivel global. El resto de lo que hoy se conoce como la arquitectura institucional de la globalización en realidad corresponde al sistema supranacional o internacional. Lo que se observa es una intensa actividad global no formalizada en el marco de tales instituciones. Por otra parte, existe una amplia gama de formaciones globales más allá de la eco­nomía corporativa, pero en su mayoría tampoco revisten carácter formal. Sin embargo, la ausencia de instituciones globales formalizadas resulta especialmente llamativa en la esfera económica, ya que se registra una gran labor destinada a homogeneizar las normas de fabricación, de presentación de informes financieros, etcétera. La gestión y la supervisión de dichas normas se efectúan en el marco de las instituciones nacionales y suprana­cionales existentes.

Como se trata de una etapa de transición e inestabilidad, es esperable que algunos de esos procesos y condiciones se formalicen. Por ejemplo, en los últimos tiempos está surgiendo la necesidad de implementar un marco regulatorio global en el sector financiero para evitar las crisis como la que estalló en el año 2008. Es más, dada la globalización de los mercados elec­trónicos en dicho sector, un grupo importante de analistas se mostró sor­prendido de que tal marco global no existiera desde antes. Lo que existe son apenas algunos elementos, como las recomendaciones de Basilea.

Ahora bien, la pregunta clave en términos políticos es quién formalizará esas globalidades o, más específicamente, cuáles serán las lógicas y las pau­tas que orientarán ese proceso de formalización. En el caso del sector fi­nanciero, por ejemplo, desde la década de 1980 predomina la lógica de las finanzas y los actores dominantes son los más consolidados. Así, determi­nar qué lógica regirá estas transformaciones y las organizará debería ser un punto fundamental de la labor política. ¿Se tratará de actores y fuerzas que apunten a democratizar nuestros países y nuestro mundo? Durante los últimos veinte años se ha observado un gran aumento en la desigualdad y en la concentración de la riqueza, así como la aparición de un tipo de pobreza extrema, nunca antes vista. Cabe entonces preguntarse si la crisis financiera de la actualidad está creando un espacio para actores y lógicas de otro tipo, pues aquellos que habían obtenido más poder desde la década de 1980 están quedando parcialmente invalidados por dicha crisis.

Por otra parte, el Estado se reposiciona desde una perspectiva contra­intuitiva. En líneas generales, las políticas de desregulación de las fronteras y de la economía instauradas a partir de 1980 le han quitado funciones al Estado. Mucho se ha escrito sobre esta pérdida de poder, pero la globali­zación neoliberal permitió que algunas partes del Estado en realidad ob­tuvieran más poder del que tenían hasta entonces. Los ministerios y orga­nismos estatales dedicados a la construcción de un espacio desnacionalizado para las operaciones de las empresas extranjeras son ejemplo de ello. En efecto, los ministerios de Economía y los bancos centrales de distintos países han desempeñado un papel fundamental en la creación de las con­diciones aptas para el funcionamiento del mercado global de capitales, que requiere la priorización de las políticas antiinflacionarias por sobre el cre­cimiento del empleo. El Ejecutivo también adquirió un tipo particular de poder gracias a que el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organi­zación Mundial del Comercio (OMC) y otros organismos globales de re­gulación sólo negocian con esa rama del gobierno.

Este panorama también indica que la OMC y el FMI, quienes hasta aquí protagonizaron la bibliografía sobre la globalización, posiblemente pierdan importancia en tanto actores durante la próxima etapa. La transformación en sí misma no consiste en el ascenso de esas instituciones desde la década de 1980, como suele afirmarse. En realidad, son soldados rasos que ya han finalizado su labor de destrucción de las políticas keynesianas para la ges­tión económica y que hoy en día se están derrumbando (un derrumbe que tal vez sea intencional, puesto que ya han cumplido su objetivo). El FMI ni siquiera tiene dinero suficiente para pagar el alquiler de todas sus oficinas, y ha tenido que cerrar algunas y despedir al personal. La OMC, por su parte, se encuentra en un estado de desorganización debido a que las empresas multinacionales han logrado instaurar en gran medida su propio régimen de “libre comercio” y los estados más poderosos han adoptado el bilatera­lismo, que les permite negociar en sus propios términos. A mi juicio, los últimos veinte años representaron un período de transición, pero hoy nos encontramos apenas ante el comienzo de una nueva historia en la que no participarán el FMI ni los otros actores dominantes de la etapa anterior.

Una de las posibilidades es que en esta nueva historia la OMC se reinvente y contribuya con la creación de un régimen comercial más justo. De hecho, el comercio global presenta ciertas características que le otorgan un po­tencial democrático mayor que el que posee el sector financiero. Es posi­ble imaginar un sistema genuino de comercio global que brinde oportu­nidades a los pequeños productores y a los países más débiles. En este sentido, el ascenso del grupo de países compuesto por Brasil, Sudáfrica e India, entre otros, con un papel contestatario frente a los países más ricos es un fenómeno interesante. Los primeros tienen la oportunidad de erigirse como líderes ahora que los países ricos dejaron de preocuparse por la OMC en tanto consiguieron casi todo lo que pretendían para el régimen de comercio global.

La formalización de las nuevas globalidades y la creación de esta nueva historia deberían contar con los seres humanos como actores fundamen­tales en sus diversas encarnaciones en tanto ciudadanos, inmigrantes, obreros o patrones. Uno de los temas principales de este libro es la forma­ción de los dos sujetos formales que protagonizaron la historia de la de­mocracia liberal: los propietarios y los trabajadores. Cabe preguntarse entonces en qué medida se ven desestabilizados estos sujetos por las trans­formaciones actuales. Desde la década de 1980 se observa un fortalecimiento de algunos tipos de propietarios, pero no de todos. Asimismo, se detecta un gran desgaste en los derechos de los trabajadores. En el libro me remito a los orígenes de estos dos sujetos, creados en el marco del derecho por los jueces y los legisladores. La idea de que las ventajas de los propietarios y las desventajas de los trabajadores se fueron construyendo en el proceso de formación de la democracia liberal y de que la construcción de dichas desigualdades es de naturaleza jurídica resulta importante para la posibi­lidad de producir un nuevo tipo de sujeto dotado de derechos.

En este sentido, nos preguntamos si los sujetos carentes de poder pueden hacer historia en un mundo en que los actores poderosos tienen permitido legalmente acaparar cada vez más derechos, más riqueza y más poder, mientras las masas de los sujetos en desventaja crecen de manera expo­nencial, al igual que sus desventajas; en un mundo en que se alza una nueva clase media privilegiada mientras la vieja clase media se empobrece, todo ello bajo un manto de legalidad. La indagación sobre los registros históri­cos nos muestra que, en efecto, los sujetos carentes de poder pueden hacer historia, pero para ver los resultados es necesario emplear temporalidades mucho más extensas que las de los sujetos poderosos y trazar una distinción entre la idea de hacer historia y la idea de adquirir poder. Hacer historia no implica necesariamente obtener poder. Para dar cuenta de la peculia­ridad de esta combinación afirmamos que la carencia de poder puede ser compleja y precisamente en esa complejidad yace la posibilidad de la po­lítica. En efecto, la carencia de poder no siempre es elemental, no equivale a la simple ausencia de poder. Nos preguntamos entonces qué les depara el futuro a estos sujetos en un mundo de redes e infraestructuras interco­nectadas donde incluso los pobres, aunque no los más pobres, pueden viajar miles de kilómetros desde África subsahariana hasta Madrid, Milán o París y donde los países más poderosos están reorientando ciertos ele­mentos importantes del Estado por temor a esos inmigrantes vulnerables y fatigados.

Para comprender las particularidades del período actual es útil indagar sobre los períodos anteriores. En este sentido, la etapa más pertinente e inmediata es la era de Bretton Woods. Gran parte de los trabajos existen­tes sobre la globalización consideran que esa etapa representa el inicio de dicho fenómeno. Yo sostengo que no es así 

 

 

Saskia Sassen

Territorio, autoridad y derechos

De los ensamblajes medievales a los ensamblajes globales.

Kazt Editores.2010

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