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Una cuchufleta llamada economía

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José M. de la Viña.

Para que una actividad caiga dentro de lo económico, según unos genios nobelados (con b), dioses supremos de esta ciencia, deberá ser apropiable, valorable e intercambiable. De momento, pura cuchufleta que “crea” valor donde ya lo había para la ciencia verdadera, la naturaleza y la vida. Paradójicamente, lo único que consigue la actividad económica así planteada es destruirlo, cuando la materia prima o los elementos del proceso físico, químico o biológico en el que se basa no son renovables o son finitos. Como ocurre con la mayoría, más bien todos, de los productos o servicios que promueve una insensible sociedad de consumo. Porque incrementa más de la cuenta la entropía. Y es que la economía ortodoxa, aunque se empeñe, no puede seguir yendo en contra de las leyes de la física. Y, menos aún, de la termodinámica.

La economía, una disciplina que crea materia…

Aunque para sus gurús es posible que en un instante se cree riqueza. En el tiempo que el pescado necesita para llegar a la lonja, el mineral al almacén o el petróleo a la refinería. Un intervalo infinitesimal en el que las externalidades pasan de tener valor cero a alcanzar un jugoso valor de mercado. Simplemente porque algo ha sido apropiado y valorado, listo para ser intercambiado.

Ilustrémoslo con un ejemplo. Imaginemos un barco pesquero cuyos activos, bien reflejados en la contabilidad convencional, son el propio buque e instalaciones anexas. De los peces, de momento, ni rastro. Ni hay contabilidad que lo refleje. Cuando acaban de ser pescados y van subiendo por la borda, las capturas se convierten, por arte de birlibirloque, en inventario susceptible de ser vendido. Han surgido de la nada. El milagroso maná económico, llamado creación de valor, ha salido de la chistera. Y según tan sesuda disciplina, es infinito e ilimitado. Porque si se aniquila una especie marina, otra aparecerá, según tan cualificados sabios. Pero hete aquí que un día no aparece ninguna especie nueva para sustituir la anterior. Ni el siguiente. Ni el otro. La pesca se ha esfumado. Hemos acabado, por fin, con todo pescado con valor económico. El flujo se ha detenido. Vamos camino de ello. Porque los océanos no son infinitos. Los que habitan en sus profundidades, tampoco. A partir de ese momento el buque, antes un activo, ha dejado de tener valor. Se ha depreciado hasta convertirse en chatarra económica. Sus trabajadores van derechitos al paro o a vivir de la subvención, debido a la inexplicable tragedia. La industria desaparece. Todos nos habremos empobrecido.

Imaginemos ahora una mina o un pozo petrolífero cuyos activos son la maquinaria y otras instalaciones que permiten su extracción y transporte. Del mineral o el oro negro, de momento, ni rastro. El producto entra en el inventario una vez llega a los almacenes de la mina o a los tanques de la empresa. Antes no existía. Eran puras externalidades, un flujo infinito ajeno al proceso económico. Eureka. Hemos vuelto a crear valor. Hasta que la mina se agota o el pozo ya no se puede exprimir más. Y nos vamos con la música a otra parte. Ya encontraremos otro emplazamiento. Siempre aparecerá uno. O, sino, algún sustituto habrá, dice el dogma inmutable. Olvidando que vivimos en un planeta finito, un lugar cerrado. Y que algún día, más o menos lejano, no quedará ningún filón por explotar. Y el flujo se detendrá. Luego era un stock o fondo y no un flujo (otro día explicaremos esto). Aunque según la economía neoclásica eso es algo que no puede suceder, las en teoría continuas e infinitas externalidades habrán desaparecido. Y la actividad económica, con él. Todos nos habremos empobrecido.

…que desdeña la Física…

Habitamos una sociedad encabezada por unas grises eminencias que se dejan por el camino algo que es de cajón: la materia y la energía disponible, esas manoseadas externalidades siempre a mano y utilizables según sus creencias, son finitas. Y sin las cuales ni la vida ni la economía son posibles. Sabios que se olvidan que nadie, ni siquiera ellos, se pueden pasar la física o la biología, y la naturaleza con ellas, por el arco del triunfo.

El primer principio de la termodinámica promulga que la energía ni se crea ni se destruye, tan solo se transforma. Y, como dijo Einstein, E = m c2. Materia y energía son dos aspectos diferentes de una misma realidad física. Ligados entre sí por una cuestión cinética, el cuadrado de la velocidad de la luz, a la que se mueven las partículas elementales y los átomos antes de colisionar entre sí, absorbiendo o liberando energía, según los casos.

Sin embargo, en la economía ortodoxa dominante, la materia y los elementos de los que se alimenta el proceso económico surgen de la nada. Es un flujo continuo e inagotable que no sale de ninguna parte. Y que mientras no pertenezcan a nadie y no sean apropiados, no existen. Y aunque lo fueren, si no pueden ser valorados, son irrelevantes para tan elaborada disciplina. Cuestiones puramente circunstanciales convertidas en incoherentes leyes divinas.

Hasta que la apropiación no tiene lugar, la materia no vale nada en economía. Una convención nefasta porque ya antes estaba allí. Esta primera propiedad de lo económico tan solo es válida en el caso de productos o servicios infinitos y cien por cien renovables. Algo imposible en el mundo físico real, de acuerdo con la segunda ley de la termodinámica. Alguien dirá: el flujo solar es continuo. No lo es. Aunque, a efectos humanos y prácticos, los cinco mil millones de años de combustible que le quedan sean una eternidad. Pero para otros muchos erróneamente considerados flujos por la economía dominante, como el petróleo y los minerales, el carbón o el gas, el agotamiento llegará, en el mejor de los casos, dentro de unas docenas de años. Y nuestros hijos y nietos, que sufrirán las consecuencias de nuestras hasta hoy inconscientes fechorías, tendrán tiempo para lamentar la irresponsabilidad de sus padres y abuelos.

… y que deberá dejar de ignorar la termodinámica si desea convertirse en ciencia

Para la ortodoxia económica la piedra filosofal existe. Para ella, conseguir materia de la nada es posible, tal como hemos visto. Incomodidad apañada mediante ese artificio, denominado externalidad porque no pertenece a lo económico, antes de ser apropiado. Es su burda y errónea manera de incorporar las enseñanzas de la primera ley de la termodinámica. Acerca de la segunda, los sabios, ni pío. No contemplan siquiera su existencia.

El corolario es evidente: mientras la soberbia ortodoxia dominante no sufra una cura de humildad, incorporando de una manera científica a sus postulados las enseñanzas del primer principio de la termodinámica, y reconociendo que la segunda ley existe, podrá ser zurrada a placer, muy a su pesar, por cualquier recién llegado a esta, todavía, cuchufleta mal planteada llamada economía.

A pesar de los dos siglos largos de sesudas deliberaciones transcurridos desde que Adam Smith levantara la cerviz con su célebre La Riqueza de las Naciones. Para arrear bofetadas indiscriminadas a la naturaleza y al medio ambiente con su mano invisible. Y para acabar propinándonoslas a nosotros mismos con una construcción teórica falaz, inadecuada y fatalmente entrópica, de acuerdo con las ineludibles enseñanzas de la segunda ley de la termodinámica.

Comenzamos la temporada con renovada, que nunca creada, energía. Aunque dudo que sirva para curar la sordera intelectual y, menos aún, el gripado mental de tanto experto erudito.

N.B. Según el diccionario de la RAE. Cuchufleta: dicho o palabras de zumba o chanza.

Publicado en http://www.cotizalia.com

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